jueves, 5 de mayo de 2011

El populismo un riesgo para Europa


L'onada de vots que la ultradreta ha recollit a Europa recentment obliga a meditar sobre el que succeeix al nostre país. No obstant això, politòlegs i sociòlegs recomanen esperar al resultat de les properes municipals, en les quals, com ja ha passat a Catalunya, un percentatge del vot de la dreta podria traslladar-se a formacions més populistes de caràcter ultranacionalistes.

Estudis sociològics avalen que en totes les societats postmodernes europees demanden aquest tipus de discursos xenòfobs i racistes que, com a molt, aconseguiria el 10% dels vots en un escenari de participació alta. Els politòlegs asseguren que als països europeus on l'extrema dreta té més presència no hi ha bipartidisme, sinó que s'emeten vots de càstig. Aquí els ciutadans envien un missatge als partits tradicionals en votar a populistes i nacionalistes excloents.

S'ha arribat a parlar, fins i tot, de la italianització de la política i de l’auge del factor Le Pen a Espanya. S'apunta a la desafecció dels partits tradicionals com el motor de la connexió ideològica entre part de la ciutadania i un percentatge de població vota al PP per exercir un vot útil, “no perquè se sentin part del partit”.

- Uns excel·lents reportatges periodístics acompanyats d’uns bons articles d’opinió que ens donen una mostra de la realitat del moment que vivim a Europa: 

Nuevos populismos para la Vieja Europa

La ultraderecha ha renovado sus formas. Y ahora cosecha grandes triunfos electorales con un discurso euroescéptico y xenófobo

ANA CARBAJOSA - EL PAÍS - 01/05/2011

Cuando un partido populista, eurófobo y antimigrantes triunfó en las elecciones generales de Finlandia hace un par de semanas, muchos se preguntaron qué había pasado en uno de los países símbolo de la tolerancia y del Estado de bienestar. Cuando miraron alrededor, se dieron cuenta de que los finlandeses no estaban solos. Vieron que en el mapa de Europa proliferaban partidos que en el pasado hubieran sido apestados políticos por su extremismo, pero que hoy cautivan a buena parte del electorado. En varios países europeos se han convertido en la tercera fuerza más votada. En otros, como en Francia, las encuestas les auguran un futuro muy prometedor.

Finlandia, Holanda, Noruega, Suecia, Italia, Francia... La lista de países que registran un auge de los partidos populistas y de extrema derecha es larga. Y más alargada es aún la sombra que proyectan esas formaciones sobre los partidos tradicionales, que crecientemente adoptan algunas de las tesis extremistas a la caza de los votos que sienten les roban los populistas, advierten los expertos.

El populismo y la derecha extremista presentan formas muy distintas a lo largo del continente. Hay, sin embargo, denominadores comunes, entre los que destacan el euroescepticismo y la xenofobia, que tiende a cebarse con los inmigrantes musulmanes. Es común también la presencia en sus filas de un nuevo tipo de líderes, que poco tienen que ver con sus predecesores. Los nuevos políticos populistas son más jóvenes -la mayoría rondan los cuarenta-, más modernos y mejor parecidos. Son carismáticos y tienden a ser grandes oradores a los que se atribuye en buena medida el tirón de sus partidos. Consiguen además desmarcarse del turbio pasado de sus formaciones cuidando su lenguaje, con el que son capaces de transmitir ideas xenófobas sin incurrir en el lenguaje zafio y racista del pasado. Han conseguido en definitiva hacer aceptables y digeribles ideas que hasta hace poco tenían escasa cabida en el debate político.

"Las ideas políticas más radicales son crecientemente aceptables, también entre los partidos tradicionales, que ahora coquetean con las ideas de extrema derecha. Eso es porque los partidos extremistas son ahora más sofisticados y apelan a un electorado más amplio que ya no se avergüenza de votar a la extrema derecha", sostiene Simon Tilford, economista jefe del Center for European Reform con sede en Londres. "Por eso suponen un desafío mucho mayor que la extrema derecha tradicional de los años ochenta y de los noventa", añade Tilford.

Hay analistas que llaman a los extremistas 'partidos protesta' porque su misión es cosechar el desencanto

Los extremistas han sabido capitalizar el hastío de un electorado con los partidos tradicionales, que han perdido la capacidad de conectar con la ciudadanía. Hay analistas que incluso los llaman "partidos protesta" porque su misión fundamental es cosechar el desencanto de otros. Y se atreven con las polémicas que los partidos de siempre prefieren esquivar. Ni a la derecha ni a la izquierda les ha ahorrado dolores de cabeza ni fracasos electorales evitar temas espinosos como la inmigración. Al contrario. Porque los votantes quieren que les hablen de lo que les preocupa, y la inmigración parece ser uno de esos temas.

Marine Le Pen y Geert Wilders azuzan el temor a la llamada Eurabia, al desembarco de musulmanes

Políticos como Marine Le Pen en Francia o Geert Wilders en Holanda han hecho del debate migratorio su bandera y no tienen reparos a la hora de apelar a emociones como el miedo. Azuzan el temor a la llamada Eurabia, es decir, a un desembarco masivo de musulmanes capaces de poner en peligro lo que consideran la identidad europea. Su mérito es doble, porque consiguen infundir miedo en un momento en el que se da la paradoja de que la integración de los trabajadores extranjeros es relativamente exitosa en varios países europeos. Estos políticos fijan los últimos clavos del ataúd del multiculturalismo que, dicen, no funciona y defienden en cambio un modelo asimilacionista, según el cual los inmigrantes que quieran vivir en Europa lo deberán hacer siguiendo las normas y costumbres de los europeos, dejando de lado la herencia cultural de sus países de origen.

Las revueltas en el mundo árabe y el desembarco de norteafricanos en las costas europeas han supuesto un golpe de suerte para los extremistas que ahora hacen su agosto. Marine Le Pen, flamante líder del Frente Nacional francés heredado de su padre, el ultraderechista Jean Marie, visitó el mes pasado la isla italiana de Lampedusa, donde miles de tunecinos han arribado después de la revuelta. "Europa es impotente y no ha encontrado una solución ", dijo. Y a continuación añadió: "Europa debe acercarse lo más posible a las costas de donde parten los barcos clandestinos y enviarlos de vuelta". "Somos testigos de una catástrofe".

Los partidos tradicionales, celosos del éxito populista, dejan a menudo que los más extremistas marquen el paso. Cuestiones como la prohibición del burka, que afectan directamente a un número ínfimo de europeas, han ocupado momentáneamente un lugar central en la vida política y parlamentaria de algunos países, por delante de temas como el desempleo o el adelgazamiento del Estado de bienestar.

La eurofobia es la otra gran pata del banco de los extremistas, que consideran a la Unión Europea fuente de todo mal. De nuevo es un mensaje que cala con facilidad entre un electorado que no siente las instituciones de Bruselas como propias y que, por tanto, no acaba de entender por qué hay que financiarlas. Jean-Dominique Giuliani, presidente de la Fundación Robert Schuman, añade que el momento que atraviesa Bruselas tampoco ayuda. "La UE no está en buena forma. La crisis económica, la ampliación y la incapacidad para alcanzar consensos de forma rápida en un mundo cambiante contribuyen a la frustración de los ciudadanos". Y apunta otra idea. "La población europea envejece, y los mayores se repliegan sobre aquello que conocen mejor y que poseen. Tienen miedo a perder sus pensiones y todo lo que han conseguido en su vida".

Los partidos clásicos no han encontrado todavía la fórmula idónea para lidiar con los nuevos actores políticos que juegan con ventaja, porque se desmarcan de las reglas de un juego político del que, sin embargo, se benefician. Juegan la carta antisistema, critican a las instituciones y a los gobernantes, y les funciona. En países como Bélgica, hace años se optó por el llamado cordón sanitario, por el que se aísla al extremista Vlaams Belang en un vano esfuerzo de contención. El resultado es que en la oposición, alejados del desgaste del poder, los extremistas flamencos no han dejado de crecer. En otros países europeos piensan, por el contrario, que es mejor dejar gobernar a los antisistema, porque creen que sus discursos no son sostenibles en la cima del poder, que inevitablemente minará su popularidad.

A primera vista, podría parecer que la crisis económica y financiera que ha sembrado el miedo ante un futuro poco prometedor podría jugar a favor de los extremistas. No es, sin embargo, este un factor decisivo, explican los expertos. Basta con analizar en qué países el resurgir populista cobra más fuerza. Holanda, Finlandia, Noruega o Alemania, donde los discursos antiinmigración triunfan como nunca, no se han visto apenas golpeados por la crisis financiera que sí ha destrozado otras economías europeas. Por eso, dicen los analistas, el verdadero problema surgirá el día en que los extremismos cobren fuerza en países más afectados por la crisis como España, Grecia o Reino Unido. "Si en esos países los niveles de desempleo siguen tan altos como hasta ahora y si en los próximos años no se producen mejorías económicas, el terreno estará abonado para que extremismos -tanto de izquierda como de derecha- florezcan", augura Tilford.

El peligro llama a la puerta en España

La ultraderecha sigue fragmentada. Pero la presencia en Cataluña de PxC, que presenta más de 100 candidaturas a las municipales, hace temer un avance del extremismo xenófobo

LUIS MEYER Y PABLO GARCÍA - EL PAÍS - 01/05/2011

La extrema derecha se presenta aún dividida "en grupos, grupitos y grupetes", según Sáenz de Ynestrillas

La denominada extrema derecha se presenta como siempre: dividida, formada por multitud de grupos, grupitos y grupetes, confundidos en ininteligibles sopas de letras". La cita no procede de ningún politólogo, sino de alguien con un largo historial en muchos de esos "grupetes" y que ahora intenta desvincularse de ellos. Ricardo Sáenz de Ynestrillas ya no es aquel joven exaltado curtido durante la Transición en bandas fascistas y otros turbios embrollos (en 1997 disparó a un hombre que se negó a fiarle cocaína) por los que acabó entre rejas. Ahora es un abogado de 55 años que además escribe libros contra los líderes de España 2000, Democracia Nacional y la ristra de Falanges que concurrirán a las elecciones municipales del próximo 22 de mayo.

Bien conocida por Ynestrillas, pues de él se dice que pudo unificar y liderar esta corriente, la fagocitación ultra existe desde la muerte del dictador Franco y ha impedido durante la democracia que la extrema derecha alcance los parlamentos regionales y nacionales (exceptuando el escaño que Blas Piñar ganó en 1979 por Fuerza Nueva). El cisma sigue ahí: el desempleo, los rescates financieros, los recortes sociales y demás problemas han llevado en Europa a candidatos hace años marginales a abrazar con más fervor el discurso xenófobo para sacar rédito electoral, una ola populista ante la que España permanece todavía impermeable. "Todavía", advierte, pesimista, el sociólogo Ignacio Sotelo.

Lo más inaudito del caso español es que lidera muchos de los peores registros. La población foránea sobrepasa el 12%. El paro, el 20%. Los ajustes presupuestarios no logran reducir la precariedad, y la percepción que se tiene del inmigrante anda por los suelos (en octubre de 2009, el 77% de los ciudadanos veía "excesivo" el número de extranjeros, según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas).

Posiblemente la mayor se asienta en Cataluña de la mano de Plataforma per Catalunya (PxC). En las elecciones municipales de 2007, y especialmente en las autonómicas de 2010, el partido de Josep Anglada, con un programa que arremete contra el inmigrante desde su prefacio, dio un susto morrocotudo al espectro político. En los primeros comicios plantó concejales en siete localidades catalanas. En los segundos, sus apoyos se dispararon, lo que les dio 75.321 votos. Para las elecciones municipales del presente mes, PxC se ha vitaminado: más de 100 candidaturas y una propuesta tan dramática como desopilante, consistente en montar una fundación que ayude económicamente a los ciudadanos afectados por la crisis, con un matiz: solo atenderá a los autóctonos. "Nada de inmigrantes, ni con papeles ni sin ellos", explica Anglada al teléfono desde su despacho en el Ayuntamiento de Vic (Barcelona), y remata: "Doy mi dinero a quien quiero".

Si PxC no sacó ningún diputado en la Generalitat, no fue por votos precisamente. Ignacio Urquizu, profesor de la Complutense, explica que si Anglada no entró en el Parlamento catalán fue "por el techo que marca la ley electoral", que exige superar la barrera del 3% . En cualquier caso, ninguna de las formaciones consideradas de extrema derecha se cuelga esta etiqueta. Incluso saltan ofendidas cuando se les plantea esta posibilidad, y algunos ni siquiera se identifican abiertamente con la derecha, como Josep Anglada, que en su juventud militó en Fuerza Nueva. "No somos de ningún signo político", advierte, y sentencia: "Somos un partido identitario y populista y nuestra misión es luchar por Cataluña". ¿Identitario? "No puede ser que los marroquíes tengan en Cataluña una natalidad mucho mayor que los catalanes; en 15 años podríamos perder nuestra identidad", afirma, en referencia a los datos del INE sobre la explotación del padrón municipal, que dan una natalidad muy superior entre las madres provenientes del país magrebí.

Para Ynestrillas, quien se define falangista y que dice que el partido con el que hoy más simpatiza es UPyD, Anglada es "un populista sin más mensaje que la inmigración". Desde España 2000, una formación cuyo pobre alcance se limita a la Comunidad Valenciana, reconocen que vieron con buenos ojos la campaña que Anglada hizo en Cataluña, y no descartan colaborar con PxC ante los inminentes comicios locales.

Con todo, en la España del paro desbocado aún no ha echado raíces una formación influyente que sea euroescéptica, ultra, radical, racista o con delirios de grandeza territorial, caso de prácticamente todos los países europeos.

"Que la extrema derecha existe es algo que está fuera de duda", razona Ignacio Sotelo. "Otra cosa es que no esté organizada como partido. Pero está a diario en platós de televisión o en periódicos [en alusión al grupo Intereconomía]. Lo que ocurre es que en España actúa como lobby de presión dentro del PP". El sociólogo plantea que los partidos franquistas son marginales "porque la extrema derecha no es franquista".

El vicesecretario de Comunicación del PP, González Pons, niega que en sus filas haya un número significativo de votantes de ultraderecha, y va más allá: "Los votantes de extrema derecha suelen ser exvotantes descontentos del PSOE. Es como pasó en Francia, en los suburbios de París o Marsella: Le Pen logró un increíble apoyo de antiguos votantes socialistas". González Pons piensa que la ultraderecha posiblemente conquistará el Parlamento en las elecciones de 2012. "El ultraderechista sociológico es el que más abunda, y el más peligroso. Nace con el temor a la crisis, a la inmigración". Y se explica: "En un contexto en el que las encuestas dicen que los políticos somos parte del problema, y se nos ve a los dos grandes partidos incapaces de solucionar el paro, muchos ciudadanos buscarán esa autoridad que sustituye a la democracia. Ahí está el verdadero peligro".

Y con todo, pocos son capaces de concretar en España en qué consiste ese peligro inminente encarnado en la ultraderecha, un concepto resbaladizo frecuentemente moldeado con fines espurios, según el filósofo Fernando Savater, tajante cuando se le requiere una definición actualizada: "La ultraderecha no puede ser todo aquello con lo que no estamos de acuerdo". Si los partidos de izquierda emplean a menudo epítetos como "fascista" para reprender decisiones de los partidos de la derecha, Savater también observa actitudes "claramente ultraderechistas en comportamientos avalados por quienes se dicen avanzados o de izquierdas", en clara referencia a la izquierda abertzale como brazo político de ETA.

La ultraderecha es un modelo del que todos huyen, pero que muchas formaciones con escasa representación practican y defienden en la sombra. González Pons lo vive todos los días en el muro de su perfil de Facebook. "No paran de colgarme mensajes en los que tildan a nuestro partido de blando, acomodaticio, traidor".

La presión que los grupos de ultraderecha ejercen al principal partido de la derecha en España es clara, pero ¿hasta qué punto es profunda esta influencia? El politólogo Vicenç Navarro, catedrático de la Pompeu Fabra, cree que lo suficiente. "Sería impensable en Europa que un sindicato fascista llevara al único juez que ha intentado ajusticiar los crímenes de la dictadura al Tribunal Supremo, y que este lo sancionara por haberlo intentado. Esto da una idea de lo poderosa y extensa que es la ultraderecha dentro de la derecha".

Encuesta

» El 53% de los españoles creen que asistimos a un auge de grupos de ideología ultraderechista en la UE. Lo piensan sobre todo los votantes socialistas, mientras los del PP están más divididos sobre si se exagera o no la importancia de tales partidos.

» El 43% piensa que las ideas ultraderechistas están ahora más extendidas en la sociedad española, frente al 32% que no lo cree.

» Uno de cada seis españoles conoce a alguien que puede ser de ultraderecha.

(Sondeo realizado por Metroscopia, entre el 27 y el 28 de abril de 2011)

Esa derecha extrema que nos asusta

LLUÍS BASSETS - EL PAÍS - 01/05/2011

Nunca nos bañamos dos veces en el mismo río. Por más que se quiera buscar semejanzas con otros tiempos, esa derecha extrema que avanza en toda Europa y que en algunos casos incluso consigue entrar en los Gobiernos poco tiene que ver con las extremas derechas que protagonizaron la década de los años treinta, aquella época en la que se apagaron las luces de Europa, en los años de preparación de la mayor matanza de la historia del mundo.

No es el viejo fascismo de Mussolini, ni el nazismo de Hitler. Ni siquiera se trata de las versiones redivivas y nostálgicas con las que un puñado de sus herederos pretendieron mantener la llama autoritaria durante la época de expansión de la democracia en los años sesenta y setenta. No es mucho consuelo que este nuevo extremismo hostil con los inmigrantes, con frecuencia islamófobo, antieuropeo casi siempre y sistemáticamente enemigo de los impuestos, nada tenga que ver, al menos en las formas, con las escuadras de porristas y pistoleros que perseguían a sindicalistas, judíos y comunistas en los años treinta. Y no lo es por sus efectos políticos, puesto que su aparición está cambiando, y no precisamente para bien, los mapas parlamentarios y condicionando los debates políticos y las agendas de los Gobiernos.

Su magnetismo sobre los electorados tradicionales, a derecha e izquierda, es proporcional al crecimiento de las pulsiones antipolíticas y a la crisis de las correspondientes ideologías y partidos que han conformado el espacio público europeo en el último siglo. Pero una de las diferencias más visibles con los partidos fascistas de hace 80 años, actores de la época de los extremos según la expresión del historiador británico Eric Hobsbawn, es precisamente su monopolio del extremismo; entonces había otro extremo, que era el comunismo; ahora están ellos solos en la cancha. Aunque construyen sus propuestas como si se enfrentaran a una peligrosa ideología izquierdista, lo cierto es que crecen precisamente sobre el vacío y la ausencia de la izquierda. De ahí el uso reiterado de una fraseología antiprogresista y antiizquierdista, centrada sobre todo en la denuncia de lo políticamente correcto, que les sirve para animar ese muñeco inexistente que tanto les excita.

De todas las formaciones políticas que avanzan sus peones con las banderas desplegadas del miedo al extranjero, la fobia a la unidad europea y la reducción drástica de los impuestos y de la solidaridad, solo una está directamente emparentada con el tronco retorcido y añejo del fascismo. Es el Frente Nacional francés, amalgama fundada en 1972 donde se juntó lo mejor de todas las familias del extremismo derechista: el populismo pujadista de los años cincuenta, el petainismo colaboracionista, el neonazismo pagano, los militantes derrotados del imperio colonial, los católicos ultras e incluso los nostálgicos de la monarquía, encuadrados bajo la labia y la virulencia de un líder con madera de jefe fascista como Jean-Marie Le Pen, capaz de alcanzar casi el 18% del electorado en unas elecciones presidenciales.

La extrema derecha francesa ha sabido hacer un relevo generacional con dos peculiaridades: su carácter dinástico, puesto que es Marine Le Pen quien ha sucedido a su padre, Jean-Marie, y su capacidad para renovar su lenguaje y sus formas, enlazando con las nuevas derechas extremas del resto de Europa y apuntando a resultados electorales incluso mejores que los del fundador y progenitor de la actual líder.

Esas nuevas derechas extremas tienen todas ellas un curioso punto en común: son muy nacionales y nacionalistas, y eso mismo es lo que las hace tan europeas a pesar de su fobia a la idea de la unión política de los europeos. Paradójicamente, también es lo que las asemeja al Tea Party estadounidense, movimiento que busca sus raíces en la rebelión contra los impuestos británicos en la época colonial, al igual que el Fidesz húngaro reivindica la corona de San Esteban, el Frente Nacional un republicanismo laico en el que jamás creyó en su anterior avatar histórico y todos ellos una autenticidad que sirva para enarbolar el supremacismo de la propia identidad y excluir las ajenas. No nos bañamos en el mismo río, pero siempre nos persigue el fantasma de una historia que amaga con la repetición de similares tragedias.

¿Dónde está la extrema derecha?

JOSEP RAMONEDA - EL PAÍS - 01/05/2011

Ante los buenos resultados de la extrema derecha en algunos países europeos, se repite a menudo una pregunta: ¿por qué en España no hay una extrema derecha con peso electoral? Sí la hay. Está en el Partido Popular. La unificación de la derecha española fue el gran mérito de José María Aznar que le llevó a la presidencia del Gobierno. Su ambición iba más lejos, llegó a pensar en una especie de confederación de derechas autónomas con CiU y con el PNV. Y este era el espíritu del pacto del Majestic. Pero fracasó, como era previsible, por la cuestión nacional y por el pacto de Estella que llevó al gran enfrentamiento con el PNV.

La extrema derecha está en el Partido Popular. Con un coste principal: la derecha española no ha desarrollado un proyecto ideológico moderno, que no viva a remolque de las exigencias de la Iglesia católica, de los ecos de la cultura franquista que durante tantos años fue la de buena parte de los suyos, y de la patrimonialización del nacionalismo español.

La integración de la derecha en un macropartido tiene mucho que ver con el sistema electoral. La política española -a diferencia de algunas comunidades autónomas- es claramente bipartidista. En más de 30 años de democracia todavía no ha habido un gobierno de coalición. La derecha sabe perfectamente que si se divide perderá muchísimas posibilidades de gobernar. Por eso, los duros de la derecha nunca han osado dar el paso de romper con el partido y el núcleo dirigente siempre ha estado dispuesto a tantas concesiones como fuera necesario para dar satisfacción a los que disfrutan saliendo a pasear con los obispos y acusando a los socialistas de romper la patria y de aliarse con terroristas.

Aznar, que venía directamente de la tradición franquista de la derecha, supo manejar a la vez el fundamentalismo constitucional, fruto de su conversión tardía a la Constitución, y la asunción de los valores de la derecha española más alejados del liberalismo cultural. Con la intransigencia instalada siempre en su cuerpo, fue capaz de desarrollar a la vez el discurso del bien y del mal que le llevó a la guerra de Irak y al conflicto de civilizaciones, y la intransigencia democrática, que utilizaba la Constitución como instrumento de exclusión. Fueron los años del patriotismo constitucional. Los años en que el Partido Popular exhibía a su jefe arropado por Rodrigo Rato -el dinero-, Mayor Oreja -la conspiración-, Acebes -la insolencia- y Rajoy, que andaba por ahí.

De todos ellos, oficialmente, ya solo queda precisamente Mariano Rajoy en sus puestos de mando. El principal atributo de Rajoy es el silencio. El silencio de Rajoy quiere decir que ha llegado hasta donde está sin haber hecho nunca una propuesta política. Rato intentó buscar el voto de los militantes para suceder a Aznar. Mayor Oreja tiene una sola idea, pero la repite hasta la saciedad. Rajoy, simplemente, estaba por ahí. Y fue el elegido, porque Aznar buscaba a un sucesor, no a un líder, confiando en ganar él, por persona interpuesta. Toda la estrategia de Rajoy se resume en una idea: no asustar a la población para que el miedo a la derecha no insufle nueva vida a un PSOE moribundo. Pero por mucho que Rajoy evite a los periodistas, el miedo a la derecha revivirá si la extrema derecha monopoliza el discurso del Partido Popular. Y es lo que está ocurriendo.

Para no tener problemas, Rajoy ha dejado que las listas electorales se pringuen de corruptos. Ha dejado que el PP vuelva a la ignominiosa utilización política del terrorismo que ya le ha costado perder dos elecciones. Ha dejado que Aznar vuelva a explicar su buena nueva por las Españas, cada vez más cargada de resentimiento. Y no ha dudado en apoyar a Sánchez Camacho cuando en Cataluña se ha hecho adalid del discurso anti-inmigración, eterno y miserable recurso, que hasta la extrema derecha francesa está dejando de lado. Al consentir todos estos movimientos Rajoy se entrega al sector más reaccionario de su partido. No se sorprenda después si vuelve el miedo a la derecha. Sus silencios quizás no asustan, pero tampoco entusiasman. Ahí está su valoración.

Con todos estos ingredientes, esparcidos estos días en abundancia por los reaparecidos Aznar y su vieja guardia, si en España no hay un partido explícitamente de extrema derecha es porque no hace falta: ya existe el PP para cobijarla. Quizás es menos aparatosa que en otros países, pero mucho más poderosa e influyente.