El Viejo Continente se encuentra en
una encrucijada: unión política o conjunto de naciones - Estado. El excanciller
alemán propone construir nuestros Estados Unidos, incluyendo a Turquía y
cultivando la relación con Rusia
GERHARD SCHRÖDER - El País, 14/10/2011
La crisis económica en Estados Unidos y Europa, el ascenso de las economías
emergentes, con China a la cabeza, y las revoluciones en el mundo árabe están
sacudiendo el orden mundial. En este contexto, la única cosa capaz de ofrecer
un baluarte de estabilidad para las próximas décadas es una visión nueva y
ampliada de Europa.
Necesitamos un mercado único europeo
que tenga la capacidad de emitir eurobonos
Europa y Estados Unidos están tratando de salir adelante en medio de los
retos competitivos que constituye la globalización. Pero, al mismo tiempo,
tienen que afrontar las consecuencias de contar con unos mercados financieros
sin regulación y con la existencia de deudas nacionales abrumadoras. Para poder
resolver nuestros problemas comunes, debemos coordinar nuestras respectivas
estrategias reguladoras y trazar un plan de crecimiento económico, con el fin
de lograr que nuestros ciudadanos vuelvan al trabajo y poder reducir el enorme
volumen de deuda.
Aunque el mercado libre estadounidense y los Estados de bienestar europeos
son sistemas diferentes desde el punto de vista estructural, el proceso alemán
de modernización comenzado hace ocho años, durante mi mandato como canciller
-en especial, en lo relativo a la reducción del desempleo y la expansión de las
exportaciones- ofrece varias experiencias que creo que merece la pena transmitir.
En los últimos años, Alemania ha conseguido reducir el número de parados en
un 40% aproximadamente, y, al mismo tiempo, ha aumentado las exportaciones en
un 50% pese a la escalada de la crisis financiera y económica mundial.
¿Cómo lo hicimos? El objetivo de mi programa de reformas, Agenda 2010, era
que Alemania pudiera responder a dos desafíos: la globalización y los cambios
demográficos en la sociedad alemana. Transformamos varias áreas del sistema de
bienestar, en particular la sanidad, las pensiones y la seguridad en el empleo.
También tuvo un papel importante el programa de empleo de corta duración, en
virtud del cual el Estado comparte los costes con las empresas para poder
conservar a los trabajadores cualificados en nómina durante los periodos de
crisis económica, lo que permite volver a darles trabajo de inmediato cuando la
economía se recupera.
Asimismo hicimos más flexibles las pensiones y los seguros de salud, e
hicimos más hincapié en la responsabilidad individual a la hora de contener los
gastos.
Para el Estado de bienestar alemán, aquello supuso un cambio de modelo que
muchos pensaron que iba a arrebatarnos conquistas sociales que había costado
mucho ganar. En realidad, lo que conseguimos fue fortalecer el sistema, al
hacer de Alemania un país competitivo en el mundo y asegurarnos de que las
prestaciones sociales siguieran estando al alcance de nuestra población, en
proceso de envejecimiento. Al mismo tiempo, aumentamos los gastos en educación,
investigación e innovación, lo cual dio nuevo impulso a la base industrial
alemana. Poner en práctica estas reformas fue complicado desde el punto de
vista político -de hecho, me costó el cargo-, pero los resultados demuestran
que valió la pena: Alemania es hoy la economía mejor situada de todas las
europeas. Francia, Italia, Reino Unido y otras tienen que esforzarse para
ponerse a la altura de esas reformas, pero en condiciones mucho más difíciles.
Sin embargo, la fortaleza de Alemania lleva acarreada la responsabilidad
política de que Europa supere la crisis financiera y estimule el crecimiento de
la economía mundial en su conjunto. Alemania debe hacer una clara contribución
a la labor de estabilizar la economía de Europa y su divisa, el euro.
El Gobierno alemán actual, aunque podría haber actuado con más decisión
cuando comenzó la crisis, está hoy trabajando para ello.
Las decisiones de apoyar el mecanismo de estabilidad del euro y, en
concreto, las nuevas medidas hacia un Gobierno económico común para la unión
monetaria, acordadas por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, y la canciller
Angela Merkel, son un paso en la buena dirección. Ahora lo que necesitamos es
avanzar con paso más firme hacia una mayor coordinación de las políticas económicas,
fiscales y sociales en Europa.
Ese es el requisito indispensable para superar la crisis del euro. Para
ello necesitamos también un mercado único europeo de bonos, un mercado capaz de
emitir eurobonos. Estos serán inevitables en algún momento, pero solo pueden
introducirse dentro de una estrategia europea coordinada que promueva la
convergencia de las circunstancias económicas. De no ser así, lo único que se
habrá hecho es sentar las bases para la próxima crisis. Además, necesitamos un
programa de crecimiento y empleo que abarque toda Europa, con el fin de mejorar
la debilidad competitiva de países como Grecia, Irlanda y España.
Una mayor coordinación entre los 17 países de la eurozona también
contribuiría a reforzar el desarrollo de la "Europa de dos
velocidades". La eurozona, el "núcleo europeo", tendrá una
integración más rápida que los países que, como Reino Unido, tienen una actitud
más escéptica respecto a la idea de promover aún más la integración. Pero lo
más importante es que ese "núcleo de Europa" permanezca abierto a
todos los países que deseen incorporarse a él, sobre todo los países de Europa
del Este, como Polonia, que todavía no es miembro de la eurozona.
La meta final del proceso acelerado en este "núcleo de Europa"
será la formación de los Estados Unidos de Europa, una auténtica unión política
a la que los Estados miembros transferirán el poder nacional.
Los Estados Unidos de Europa deberán incluir a Turquía y fomentar las
relaciones con Rusia. Es importante que Europa estreche sus lazos con Rusia,
porque garantizan el acceso directo a sus enormes recursos energéticos y, por
consiguiente, contribuyen a la seguridad energética mundial. Por ese mismo
motivo, debemos ver con buenos ojos la cooperación entre compañías energéticas
de Estados Unidos y Rusia en el Ártico. La paz y la estabilidad en el
continente europeo solo podrán garantizarse en cooperación con Rusia, y no en
su contra.
El segundo país más importante para Europa es Turquía. Los acontecimientos
actuales en el mundo árabe lo han dejado claro. Estamos presenciando la
oportunidad de que esos países obtengan la democracia y la libertad, y de que
nazcan desde el interior de sus propias sociedades. Turquía sirve de modelo
para toda la región, porque demuestra que una forma de islam que no sea
fundamentalista es compatible con la democracia. Por eso la Unión Europea debe
aceptar a Turquía como miembro. Podrá servir de puente entre Europa y el mundo
islámico y ayudará enormemente a garantizar la seguridad, no solo europea, sino
también de Estados Unidos.
Europa se encuentra en una encrucijada. O sigue evolucionando hasta
transformarse en una unión política y se convierte en un actor verdaderamente
importante en el escenario mundial, o retrocede y vuelve a ser un continente de
naciones-Estado que no tengan influencia política ni económica en el mundo.
Pudimos atisbar una premonición de esa Europa débil y desunida durante las
negociaciones de la ONU sobre el cambio climático en Copenhague, en 2009. Los
Estados de la UE no tuvieron más que un papel marginal, mientras que las
economías emergentes, encabezadas por China, tomaron las decisiones
fundamentales.
En mi opinión, hay una cosa indudable: necesitamos una Europa fuerte y
unida. Y esa es la Europa que le interesa también a Estados Unidos y que podría
fortalecer la alianza transatlántica. Porque ahora sabemos que los grandes
retos mundiales de hoy, desde la inestabilidad financiera hasta la protección
del clima, pasando por la lucha contra el terrorismo y la paz en el nuevo
Oriente Próximo, no los puede abordar ningún país por sí solo. Alemania,
firmemente inmersa en las estructuras europeas, debe hacer la aportación que le
corresponde y no encerrarse en su ego nacional.