"Siempre he pensado que el público sabe tanto como yo"
ROCÍO AYUSO - EL PAÍS - 12/05/2011
Da igual cuánto brille el sol en Nueva York, Woody Allen llega a la cita con su típico gorro de gabardina bien agarrado en la mano. Y no lo suelta. Por muy animada que sea la conversación de este neoyorquino internacional de 75 años, el gorro permanece bien anclado. Como sus gafas. Hay cosas que no cambian. Está a punto de montar en un avión camino del Festival de Cannes donde presenta su último largometraje, Midnight in Paris, una visión romántica y nostálgica de la ciudad de la luz donde Allen visita cara a cara a algunos de los ídolos de esa edad dorada que fueron los años veinte para preguntarse si el pasado fue mejor. Esta vez su musa es Marion Cotillard; su álter ego, Owen Wilson y su Manhattan, París.
Pregunta. ¿Cómo nace Midnight in Paris?
Respuesta. Acepté hacer una película en Francia sin tener una idea. Sabía que sería una película romántica porque París es una ciudad romántica. Y tenía el título, Midnight in Paris. Pero no sabía lo que iba a pasar hasta que imaginé un coche que, a medianoche, invitaba al protagonista a meterse en esta aventura.
P. Una aventura que pueblan personajes como Ernest Hemingway, Scott Fitzgerald, Salvador Dalí, Gertrude Stein o Luis Buñuel. ¿Con quién de ellos le gustaría hablar si fuera posible?
R. Yo nunca me metería en un coche con extraños por miedo a acabar en un sótano en Darfur. No soy nada aventurero. Tampoco me gusta conocer a mis ídolos. No conocí a Louis Armstrong aunque tuve oportunidades. Prefiero dejar a mis ídolos en un pedestal. Conocí a Groucho Marx, alguien a quien idolatraba, y acabó siendo uno de esos tíos chistosos que hay en cualquier familia. No me gustaría hablar con Hemingway, un tipo bastante irritante por lo que he leído. Ni con Picasso, también difícil. Probablemente disfrutaría con Luis Buñuel, de todos ellos el más cuerdo e imaginativo.
Hay pocos como Luis Buñuel, una estrella que hizo arte del cine
P. Este año se celebra el 50º aniversario de la Palma de Oro de Viridiana...
R. Buñuel está en un lugar bien alto en el panteón de los grandes genios del cine. Hay pocos como él, reconocido por todos como un gran innovador. Kurosawa, Bergman, Fellini y Buñuel. Una de esas pocas estrellas que hizo arte del cine.
¿Penélope Cruz, mi musa? En todo caso, habría que decir que yo soy su musa
P. Su próximo filme, The wrong picture, vuelve a contar con Penélope Cruz. ¿Acaso es su nueva musa?
R. Penélope no es más que una amiga y una gran actriz. Con Vicky Cristina Barcelona fue ella quien llamó para decirme que quería trabajar conmigo. El trabajo fue genial, así que cuando me dijo que quería volver a trabajar conmigo y que hablaba italiano a la perfección le escribí un nuevo papel. Pero en todo caso habría que decir que yo soy su musa.
P. ¿Y Carla Bruni? ¿Cuál fue, exactamente, su relación con la primera dama francesa?
R. Es tan guapa que le propuse hacer un pequeño papel en mi película y dijo que sí. Lo hizo sin mayor esfuerzo, aunque la prensa diga que hicimos miles de tomas y que corté sus escenas. Son comentarios infundados. Fue un encanto y el rodaje, muy agradable.
P. Por maravilloso que sea París, ¿echa de menos su adorado Nueva York?
R. Por lo general voy donde me financian la película. ¿Quieres rodar en Barcelona? ¿París? Ahora Roma. Me lo hacen muy fácil porque la ciudad quiere que ruede allí, así que la cooperación es extrema. Estaría muy bien rodar en Nueva York, pero es muy caro. Al menos para un presupuesto limitado como el mío.
Creemos que el pasado fue mejor, pero solo pensamos en el lado bohemio
P. Ya sé que lo suyo no es la nostalgia...
R. Siempre decimos que lo pasado fue mejor, que nos gustaría vivir en otra época, pero solo pensamos en el lado bohemio, no en lo que sería ir al dentista sin novocaína.
P. ¿Pero alguna vez mira al cine de los setenta como ese momento irrepetible de su carrera?
R. En Estados Unidos el cine de los setenta fue mucho más interesante. Los estudios, aunque eran unos filisteos dentro de su avaricia, hacían un par de películas con calidad. Por su propio ego. Y se contentaban con un menor margen de beneficios. Ahora cualquier cosa por debajo de los 70 millones de dólares es un fracaso. Yo además tuve mucha suerte porque con United Artists fue como trabajar con una beca. Respaldaban mis películas sin leer el guión ni hacer preguntas. Siempre tuve la última palabra. En la actualidad muchos de los realizadores de entonces no tendrían esa posibilidad.
Mis hijos dicen que soy una antigualla y que estoy en las últimas
P. ¿Y con sus hijos? ¿Tiene más suerte con lo que les apetece ver?
R. Soy un completo fracaso. No hay quien se enfrente a la presión que sufren entre sus compañeros. Me paso el día hablándoles de las maravillas de Cole Porter o Charlie Parker y no me quieren ni escuchar. Para ellos solo existen Justin Bieber y Lady Gaga. Me desprecian. Dicen que soy una antigualla, una vergüenza y que estoy en las últimas...
P. ¿Pensará eso un público como el actual, poco conocedor de los Hemingway, Buñuel o Fitzgerald de antaño?
R. Siempre he contado con una audiencia limitada. No soy un intelectual ni he ido a la universidad, pero siempre he pensado que el público sabe tanto como yo. Si no sabes quiénes son los que salen en la cinta, no pasa nada. Pero me niego a hacer un cine dirigido a lo más bajo, lleno de persecuciones y humor de cloaca. Mi público será limitado pero así ha sido siempre.
"Mi carrera es un milagro"
El director analiza las claves de ‘Midnight in Paris', que se estrena hoy en los cines españoles tras inaugurar con éxito el Festival de Cannes
El cineasta recibió a ‘Público' en Nueva York días antes de volar a Francia
ISABEL PIQUER - PÚBLICO - 13/05/2011
Woody Allen se resiste a admitir que su última película, Midnight in Paris (Medianoche en París), que el miércoles abrió el Festival de Cannes, es una cinta casi optimista. No hablar de las injusticias del destino, la inconsistencia de la vida y la inevitable decepción del presente sería como traicionarse a sí mismo. Y, sin embargo, este es sin duda uno de los filmes más luminosos del director neoyorquino en mucho tiempo. Narra las aventuras de un escritor estadounidense (Owen Wilson) atascado en su libro y en su vida, atado a una novia insufrible (Rachel McAdams)y a unos suegros republicanos, que recupera la inspiración volviendo al París de los veinte donde conoce a una musa fantástica (Marion Cotillard), recibe consejos literarios de Gertrude Stein (Kathy Bates) y se va de copas con Salvador Dalí, Buñuel y Hemingway. El filme, producido por Mediapro (algunos de cuyos accionistas son editores de Público), se estrena hoy en España y llegará a los cines de EEUU el 20 de mayo.
- 'Midnight in Paris' es una película alegre, la más alegre que ha rodado en años, quizás incluso desde Todos dicen I Love You' (1996), que terminaba en París, a orillas del Sena.
Sí, en cierto sentido. Pero siempre hay ese trasfondo de tristeza. El personaje principal entiende que es inútil intentar vivir en otra época y que debe conformarse con el presente. La vida parece más satisfactoria en un tiempo que no has vivido. Así que siempre aparece el pesimismo, pero estaba tan encantado de rodar en París, ciudad sublime para cualquier director de fotografía, que algo positivo se contagió al filme.
- Y hay un final feliz.
Bueno, tampoco pienso que la vida carezca totalmente de felicidad o de la posibilidad de encontrar una cierta felicidad.
- En una escena especialmente hilarante de la película, Adrien Brody encarna a un joven Dalí.
Por lo visto Adrien tiene un tío al que le han dicho que se parece mucho a Dalí. Cuando me entrevisté con él por primera vez le dije que quería un Dalí muy histriónico y me dijo que podría hacerlo. Yo sólo le había visto en papeles dramáticos, pero no le pedí que me lo demostrara. No volví a verle hasta la escena del café, hasta el momento en que llega Owen Wilson. Lo rodamos y lo hizo. Me hubiera quedado hecho polvo si Adrien llega a ser un desastre pero tenía plena confianza en él porque él mismo estaba muy seguro de sí.
- La película es una crítica a la nostalgia, pero en tiempos difíciles, como ahora, la gente tiende a volver la mirada atrás.
El presente siempre es escasamente prometedor porque es la realidad y la condición humana es dura. Vivir en la Belle Époque en París parece fantástico pero, por ejemplo, los dentistas no tenían calmantes, te hacían un agujero y acababas gritando. Y miles de cosas malas. Cada época es triste y trágica pero todo cambia con la distancia. Dentro de cien años, cuando miren 2011, no dirán que la economía iba muy mal y que la gente en Oriente Próximo estaba muriendo, verán que Woody Allen estaba haciendo una película en París, que la gente tenía ordenadores, no pensarán que fue un momento tan horrible.
- Pero el recuerdo no lo embellece todo, hay épocas especialmente dramáticas.
Cuando rodé Días de radio (1987), la situé al principio de los años cuarenta, los años de mi infancia, y pensaba que era una época maravillosa. La música era estupenda, tenía el recuerdo de estar con mis padres. Pero, cuando hablo con gente algo mayor que yo, se acuerdan de los nazis, de la gente muriendo. No lo recuerdan de la misma forma. Tendemos a glorificar tiempos que no hemos vivido.
- ¿Es usted nostálgico?
Caigo en esa trampa de vez en cuando. Porque la nostalgia es una trampa, ya lo dijo Albert Camus. De pronto te pones nostálgico, empiezas a añorar el pasado y eso no lleva a ninguna parte, porque no puedes volver y de todas formas no era exactamente como lo recuerdas y acabas decepcionado. Pero durante un rato, puede ser un escapismo seductor.
- Pero también es una forma de tomar cierta distancia, una perspectiva.
Para eso puede servir, pero si es para acordarse de aquella sensación tierna de la infancia, o volver al ver al señor que traía la leche, o recordar el olor de los huevos que cocinaba tu madre para desayunar, la verdad es que no sirve de nada y no es muy sano.
- ¿Piensa que es víctima de la nostalgia? ¿Que la gente mira sus últimas películas con los ojos de sus otros largometrajes?
Pasa todo el tiempo. No es tanto un problema para mí como para la gente que ve mis películas. Algunos prefieren las comedias del principio, otro las películas más serias, más filosóficas. Me han dicho que la mejor película que he hecho es Match Point (2005). La verdad es que no es mi problema porque no hay nada que pueda hacer. Sólo hago las películas que se me ocurren en un momento dado y a lo largo de los años he tenido la gran fortuna de que siempre he encontrado un público. A veces no han gustado películas que a mi sí me gustaban, y en otras ocasiones se ha aplaudido filmes que considero haber arruinado.
- ¿Por ejemplo?
Manhattan (1979) o Hannah y sus hermanas (1986). Son películas muy populares pero pienso que no he conseguido transmitir lo que realmente quería. No creo que sean malas pero por falta de talento o por torpeza no lo conseguí. Cuando la película está terminada hago lo que puedo y la gente me dice que le gusta, pero lo que tenía en mente era mucho mejor. También pasa a la inversa, filmes que no han sido muy apreciados, como Un final made in Hollywood (2002), que pasó sin pena ni gloria y que a mí me gusta mucho.
- De hecho, en las últimas escenas de Un final made in Hollywood' les lanza un cumplido, pero también una pequeña crítica, a los franceses por alabar la película del protagonista del filme, un director de cine aquejado de ceguera psicosomática que ha rodado un bodrio.
Era un cumplido. Los franceses saben reconocer a los artistas antes que los americanos. Se lo digo a Julia Roberts en una escena de Todos dicen I love you (1996). Supieron reconocer a Edgard Allan Poe y William Faulkner. Consideran el cine como un arte. En EEUU es sobre todo un negocio.
- Los franceses le consideran un intelectual, calificativo del que usted reniega. Ha repetido muchas veces que prefiere ver deportes en la tele con una buena cerveza a leer libros sesudos.
Ya. Lo sé. Siempre he dicho que mis películas ganaban mucho en la traducción. Algo les pasa entre aquí y Francia, España o Alemania y creo que es la traducción. Parecen mucho más interesantes. De verdad. Y creo que la gente piensa que soy un intelectual por las gafas. Piensan que soy un artista porque mis películas pierden dinero. Pero no soy un intelectual ni soy un artista. Soy alguien que lleva toda la vida haciendo películas, 42 a día de hoy, y lo seguiré haciendo mientras encuentre a alguien que las financie.
- Los europeos le tienen como un director americano, pero en su propio país le consideran una rareza. Aunque en los setenta esta distancia no era tan grande, en los últimos años ha crecido. Hasta el punto de que cuando se estrenan sus películas en EEUU, por ejemplo Vicky Cristina Barcelona (2008), su nombre casi no aparece en la publicidad. ¿A qué cree que se debe?
Mi nombre no vende aquí. Alguien me dijo hace poco que en un video-club del sur habían puesto mis películas en el apartado de películas extranjeras. No sé muy bien qué pasa. Llevo haciendo el mismo tipo de películas, más o menos divertidas, más o menos románticas, pero nunca he tratado de ser popular y este es el resultado. Yo no me preocupo por ellos ni ellos por mí. Aunque pienso que si la gente fuera a ver Match Point o Un final made in Hollywood, les gustaría. El problema es que no consigo engañarles para que vayan a verlas. Lo asocian con un deber, piensan que no se lo van a pasar bien. Hemos buscado el porqué sin encontrarlo. Quizás porqué empecé haciendo comedia ligera y luego me fui haciendo más serio, incluso filosófico o experimental como en Sombras y niebla (1992). Ya no supieron qué esperar de mis películas y eso los puso incómodos.
- Aún así ha hecho casi una película al año desde Bananas (1971), y ha conseguido ser totalmente autónomo, algo inédito en este negocio.
Mi carrera es un milagro. Desde la primera película hasta la última, he tenido una autonomía absoluta. Nadie lee mis guiones, tengo final cut al montar mis largometrajes. Nadie ve nada de mi trabajo de antemano. Increíble. Soy muy afortunado.
- Es casi el único.
Las películas que hago no tienen un gran presupuesto. La gente que invierte en ellas sabe que no perderá dinero. No ganarán mucho, pero, entre todo el mundo Japón, Brasil, España..., van a recuperar su inversión. Y si resulta que es un desastre, no perderán mucho. Mis películas cuestan unos 17 millones de dólares, comparados con los 40, 60, 80 millones que pueden costar otras. Soy una apuesta bastante segura y, además, grandes estrellas quieren hacer mis películas por un salario muy inferior al que cobran normalmente porque quieren hacer películas serias.
- Ha dicho en varias ocasiones que le gustaría volver a rodar en Nueva York cuando le llegue el presupuesto ¿Podría volver a encontrarse cinematográficamente en una ciudad que ha cambiado tanto en los últimos años?
Sí, porque vivo aquí y no noto tantos los cambios. Vivo en mi burbuja en el Upper East Side y siempre camino los mismos diez bloques que van de mi oficina a mi casa. La gente se ha quejado de mi burbuja, de que cuento cosas sobre la gente rica de este barrio. ¡Es que me interesa! Cuando voy a Europa me siento estimulado con la novedad, y voy a ciudades estupendas, a Barcelona, a Londres, pero podría quedarme perfectamente en Manhattan porque me queda todo a mano. Los restaurantes que necesito, los museos a los que voy están a dos pasos.
- Ha declarado que le gustaría hacer tantas películas como Ingmar Bergman, que rodó 60 largometrajes.
Lo que me gustaba de Bergman era su ética de trabajo. No le interesaban las críticas, los estrenos, las fiestas, toda esa parafernalia. Hacía las películas que quería hacer y pasaba a otro proyecto. Le interesaba el trabajo, no el glamour. Me gusta ese concepto. Los distribuidores son los que insisten en los festivales, los estrenos. Si por mi fuera, no haría ninguna publicidad. Sacaría la película y ya.
- Pues en Cannes debe pasarlo fatal.
Para mí Cannes es pasarme el día haciendo entrevistas, de nueve de la mañana a cinco de la tarde, con periodistas de todo el mundo que siempre me hacen las mismas preguntas. Después de tres horas acabas contestando lo mismo. Los franceses fueron los que insistieron en que abriera el festival, porque la película es una muestra de afecto hacia Francia. Y no pude negarme porque estoy muy agradecido. No puedo simplemente desvincularme, no estaría bien porque han puesto parte del dinero. Pero no influye para nada en los futuros espectadores. Decidirán en función de la hora de la sesión cuando lo vean en el periódico.
- ¿Se ha vuelto más sabio con la edad?
No (categórico). La edad no tiene ninguna ventaja. Cualquier cosa que le hayan dicho, que uno gana en sabiduría, en tolerancia, es una tontería. Nada de eso ocurre. Tu cuerpo se va desmoronando y vas perdiendo facultades, no hay nada bueno. Uno sabe todo lo que necesita saber bastante pronto en la vida. El tema es lo que haces con ese conocimiento, porque no aprendes nada nuevo con el tiempo.
- ¿Qué puede contar de su próximo proyecto?
Se rodará en Roma este verano. Es una comedia. Yo actúo, así como Penélope Cruz, Jesse Eisenberg, Ellen Page, Alec Baldwin y Roberto Benigni. Y la mitad se rodará en italiano porque así lo pide la idea del guión.
- Pero usted no habla italiano, ¿verdad?
No, pero cuando tienes buenos actores no importa. En Vicky Cristina Barcelona le pedí a Penélope Cruz y Javier Bardem que improvisaran todo el tiempo que quisieran en español, aunque yo no entendiera el idioma. Captaron la idea y salió bien. A día de hoy sigo sin saber qué dijeron exactamente.
La crítica de EEUU alaba la película de Allen
Vuelve por sus fueros: Su mejor filme en años
"Se trata de la mejor película de Allen desde ‘Desmontando a Harry' en 1997". Así de contundente se mostró ayer Anne Thompson, crítica de referencia en EEUU, en la web ‘Indiwire'.
El futuro: Camino al Oscar
Thompson, especialista en los entresijos de Hollywood, aseguró también que la película tendría incluso posibilidades de optar a los Oscar.
Buen recibimiento: Frescura e imaginación
En general, los medios de EEUU alabaron la película. ‘Hollywood Reporter', por ejemplo, destacó la "frescura" e "imaginación" de Allen.
Una visión desacomplejada y romántica de París
Woody Allen había advertido que su París sería desacomplejadamente romántico. Y el resultado está a la altura de lo que el director prometió. El filme se abre con un largo encadenado de imágenes de París, la mayoría rodadas en sus barrios más turísticos, con Saint-Germain y la Torre Eiffel a la cabeza. Tanto el segmento contemporáneo de la película como las secuencias que transcurren en los años veinte están rodadas en un París bohemio y decadente. La primera comida familiar transcurre en Le Grand Vefour, restaurante que frecuentó Jean Cocteau. Y el ‘bistrot' donde F. Scott Fitzgerald le presenta a Hemingway se llama Le Polidor. La curiosidad es que Hemingway vaciaba botellas en ese mismo lugar durante sus años en París. Sin olvidar su excursión a Versalles, obligatoria para todo turista estadounidense que se precie. En cambio, las imágenes rodadas en la pintoresca Rue Mouffetard, donde Allen alquiló un colmado y rodó una escena adicional con Carla Bruni, han quedado eliminadas del montaje final. Informa: ÁLEX VICENTE
Woody Allen alegra el día a Cannes
La película ‘Midnight in Paris' inaugura el festival de cine entre aplausos
SARA BRITO - PÚBLICO - 12/05/2011
Querer lo que no se tiene y pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor es, además de humano, digamos alleniano. Midnight in Paris, la nueva y encantadora película de Woody Allen, con la que la 64 edición del Festival de Cannes echó ayer a andar, quiere mostrar las contradicciones de la nostalgia en una comedia romántica con forma de cuento y gusto a ensoñación. Allen (Nueva York, 1935) homenajea sin complejos a la ciudad de París con su película más imaginativa en años, después del periodo más realista de sus últimas entregas. A la salida del pase del filme hubo aplausos y risas en la primera película del Festival, producida por Mediapro (algunos de cuyos accionistas son editores del diario Público), que se presentó ayer en sección oficial fuera de competición. De hecho, Allen nunca compite con su cine. Ha ido a festivales por todo el mundo, muchas veces a Cannes, aunque nunca ha estado en competición. "Eso lo fastidiaría", reconoce Allen.
Midnight in Paris narra los días parisinos de una pareja americana a punto de casarse (Rachel McAdams y Owen Wilson). Gil, un guionista que aspira a ser escritor de novelas y que cree a pies juntillas en todos los tópicos del París romántico, sobre todo el de la ciudad de la luz con lluvia incluida. E Inez, una pija californiana enamorada de Malibú y cuyos padres son republicanos y simpatizantes del Tea Party.
Las cosas empezarán a torcerse cuando la pareja se tope con dos amigos (Michael Sheen y Nina Arianda), bien entrenados en aquello de la arrogancia cultureta. Con ellos visitarán Versalles, el Louvre y también el Museo Rodin, donde tiene lugar la aparición más anunciada de la película, Carla Bruni, que interpreta a una guía de museo. No pasa del cameo discreto en tres secuencias que suman unos pocos minutos.
La máquina del tiempo
Como antídoto a tanto tedio snob y a su galopante neurosis, el protagonista, Gil, emprenderá largos paseos nocturnos que acabarán desembocando en viajes soñadores y lisérgicos al pasado a bordo de una máquina del tiempo en forma de coche de época. Cada noche, un Owen Wilson estupendo -como nuevo y refrescante álter ego de Allen- se encontrará en medio del barullo y el swing de las vanguardias del París de los años veinte, donde se convertirá en compañero de juergas e inquietudes artísticas de una variada y excéntrica tropa: Hemingway, Dalí, Gertrude Stein, Zelda y Scott Fitzgerald o Luis Buñuel, al que acabará sugiriendo la idea para El ángel exterminador en una de las muchas secuencias hilarantes del filme. Repleto de referencias culturales, lanzadas sin pedantería y con generosas dosis de humor, Allen entrega una galería de personajes entre caricaturescos y tiernos, a la vez que emprende un alegato por el amor y el presente.
Ocurrente y desternillante, sarcástico a la vez que tierno, Allen muestra en Midnight in Paris una de sus obsesivas fantasías: poder saltar a la ficción, imaginar que un personaje es capaz de huir de la realidad y entrar en las fronteras del arte. Así lo hizo en La rosa púrpura de El Cairo, y así también en El episodio Kuglemass, un cuento que el cineasta y también escritor (igual que el protagonista de Midnight in Paris) publicó en The New Yorker en 1977, en una de las referencias más evidentes de esta película. En él, un hombre en plena crisis de madurez, se cuela en Madame Bovary, de Flaubert, y acaba enamorándose de la protagonista, Emma. Si bien los flashbacks de Midnight in Paris se hacen hacia el pasado y no hacia una ficción literaria o cinematográfica, son producto de la mirada idealizada de Allen al pasado: un París venerado, una época imaginada y glorificada en sus años de juventud y formación.
Midnight in Paris es un cuento con sus campanadas a medianoche y su hechizo, también con un amor imposible pero auténtico, que el protagonista encuentra en el personaje que interpreta Marion Cotillard, encarnación de la musa, satirizada en el filme como una suerte de fan del artisteo de vanguardia.
Todo ello bajo las luces de un dorado París, fotografiado por Darius Khondji, que trasciende las postales turísticas con las que se abre el filme y que dibuja una ciudad que es en realidad el territorio de los sueños de todos.
En plena forma
Woody Allen ha demostrado estar en un momento de frescura y fabulación capaz de entregar giros narrativos geniales (el doble viaje en el tiempo, por ejemplo). El autor de Manhattan dejó otra vez claro que es uno de los mejores cineastas a la hora de hablar de lo que imaginamos de las ciudades y de lo que estas cuentan sobre los seres humanos. "Este no es un París cualquiera, es mi París, una visión totalmente subjetiva", decía ayer al recordar que hace 46 años ya trabajó en la ciudad en su debut cinematográfico cuando rodó ¿Qué pasa Pussycat? Y mucho después cuando filmó otras tantas secuencias para Todos dicen I love you. Sin embargo, Midnight in Paris es la primera película que ha rodado íntegramente en su ciudad soñada.
Los giros, las situaciones hilarantes y el ritmo rápido y ágil son puntos fuertes del quinto filme de Woody Allen que es seleccionado para inaugurar el Festival de
Cannes. La primera película del certamen deja ya una secuencia inolvidable: aquella en la que el protagonista encuentra a Dalí, caricaturizado magistralmente por Adrien Brody, que le habla, como buen histriónico surrealista, de su obsesión por los rinocerontes. Junto a Buñuel y Man Ray, entenderemos que viajar a través del tiempo puede ser todo menos extraño.
El coro de una película que recuerda las vanguardias
Owen Wilson es Gil
Guionista de Hollywood enamorado de París, donde aspira a acabar su primera novela, Gil es un tipo romántico y soñador, que piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Viajará a los años veinte parisinos, donde se irá de juerga con los miembros de la Generación Perdida.
Rachel McAdams interpreta a Inez
Hija de fervientes republicanos, simpatizantes del Tea Party, Inez es una niña pija californiana cuyo mayor sueño es vivir en Malibú. La prometida de Gil es "manipuladora y seductora a partes iguales", tal y como la define Allen.
Kathy Bates es Gertrude Stein
Estupenda Kathy Bates en el papel de la escritora, mecenas y coleccionista americana Gertrude Stein, cuya casa en París fue lugar de encuentro de los artistas de las vanguardias. Stein es en ‘Midnight in Paris' la consejera literaria de Gil.
Carla Bruni es guía de museo
Era el papel más esperado y breve. El cameo de Carla Bruni se resume en tres apariciones en el papel de la guía del Museo Rodin con la que el protagonista acaba simpatizando. Bruni está tensa en las dos primeras secuencias y mejor en la tercera (en la que lee y traduce un diario para Gil).
Marion Cotillard es Adriana
Es la musa o, como la llaman en la película, "la ‘groupie' de los artistas". Cotillard interpreta a una bella mujer de los años veinte de la que se enamorará el protagonista y que había sido amante de Braque Modigliani y Picasso.
Adrien Brody es Salvador Dalí
Su magistral aparición se concreta en una secuencia en la que Gil se topa con Buñuel, Man Ray y el propio Dalí, pero Adrien Brody (el genio de Cadaqués) reparte risas e histrionismo a dos manos. Una ocurrencia hilarante y disparatada y caricatura genial del surrealismo. Buñuel, Ray y Dalí son, por supuesto, los únicos que toman con naturalidad que Gil sea un ciudadano del futuro.
Corey Stoll es Hemingway
Garrulo y alcohólico, mujeriego y sentencioso, la caricatura de Hemingway es la más conseguida de los personajes históricos que imagina Allen.
Y los sueños, vida son
JAVIER OCAÑA - EL PAÍS - 13/05/2011
Extraña recomendación inicial: si ayer no leyeron nada sobre la nueva película de Woody Allen en este u otro periódico, si no atendieron a los telediarios y llegan vírgenes de información a esta crítica... ¡Dejen de leer! Vayan a por unas tijeras, recorten la página, reserven tiempo para ver la película este fin de semana y, a la salida, si quieren, vuelvan a estas líneas.
El arte de Allen se ha deshilvanado, pero también ha rejuvenecido
Si están en este segundo párrafo tras regocijarse con Midnight in Paris, ya sabrán el porqué del aviso inicial. Y si a pesar de éste han seguido leyendo, sepan que ya no podrán experimentar el deleite de la sorpresa, de la estupefacción, vivido por el espectador como extensión del personaje protagonista: un guionista estadounidense de éxito y aspirante a novelista que, durante unas aburridas vacaciones en París, cruza cada noche el tiempo para encontrarse en los años veinte del siglo pasado con sus ídolos literarios y artísticos, escuchar sus consejos, irse de farra e incluso enamorarse.
La clave del asunto surge más o menos a la media hora de metraje, cuando en un brote de genio Allen nos introduce en un túnel tan cómico como trascendente. Un recurso semejante a las entradas y salidas de la pantalla en La rosa púrpura del Cairo (1985), cuya efectividad en Midnight in Paris es casi mayor al no ir acompañado de la menor grandilocuencia de estilo, tanto formal como narrativo.
En los últimos años, el cine de Woody Allen puede que se haya hecho más deshilvanado, pero, a cambio, en cierto sentido, se ha hecho más joven, más inconsciente, más sencillo (a veces también simple, por qué no asumirlo). Y buena parte de la gracia de los saltos temporales es que surgen sin el menor boato y acaban con la mayor naturalidad: con unas elipsis que, de puro discretas, resultan sencillamente brillantes.
Expuesta la idea, Allen tira del hilo desde una triple vertiente. Y las tres resultan extraordinarias. La primera, la cómica, en la que el autor neoyorquino deja para la posteridad un puñado de frases sublimes y en la que destacan las desternillantes presencias de Hemingway ("¿alguien quiere darse de hostias conmigo?") y Dalí ("¡ri-no-ce-ron-tes!"). La segunda, la romántica, donde de nuevo la espontaneidad de un paseo bajo la lluvia y lo aún por experimentar enlazan con una visión del amor casi rohmeriana, muy de la nouvelle vague, precisamente donde da la impresión de querer dirigirse Allen con su actual concepción del acto de hacer cine. Y tercera, la relevancia de su discurso sobre la nostalgia como auténtica pérdida de tiempo, ejemplificada en otro maravilloso gag con Toulouse-Lautrec, Degas y Gauguin como protagonistas.
El mérito de Luis Buñuel con su película El ángel exterminador es que se le ocurriera una premisa tan original y desconcertante para mostrar una teoría sobre el ser humano, pero también que la expusiese con tal sobriedad y naturalidad. Logra que el espectador no se pregunte nunca: "¿Y por qué no pueden salir de la habitación?". Con la desmitificadora Midnight in Paris, y con su chiste maestro acerca de la película de Buñuel inmerso en ella, Allen está repitiendo la jugada: es la sencillez del genio.
Woody Allen fa el que li dóna la gana
Manuel Cuyàs AVUI - 02/06/11
Acabarà passant que el Woody Allen bo no és el dels primers temps ni tan sols el dels segons, sinó aquest últim, el que ens ofereix una pel·lícula com Mitjanit a París, ara als cines. El primer Allen, el d'Agafa els diners i corre o Bananas, era un descordat i un desembastat que no sabia si prendre el camí de Groucho Marx o el de Jerry Lewis i provocava rialles elementals. El segon, el d'Annie Hall, se'ns va fer massa transcendental, potser per reacció al primer. De totes maneres, d'aquesta època hi ha algunes pel·lícules memorables, com Zelig, el protagonista de la qual, un home que adopta la fisonomia, els gestos i el pensament dels seus interlocutors, avui seria un arquetip humà a condició que Woody Allen s'hi hagués mirat més a l'hora de fer-la i li hagués donat el to èpic d'un drama o una comèdia posem per cas de Shakespeare. Tots sempre acabem adoptant la fisonomia, els gestos i els pensaments dels nostres interlocutors.
Del Woody Allen actual, el de la darrera dècada, hi ha qui prefereix Match point i considera que la resta és decadència. Facin el favor de tornar a veure Match point, els que diuen això. Fa molt d'efecte, la conclusió té un interès moral o immoral de molta categoria que fa pensar, però la trama policíaca que la relliga no s'aguanta per enlloc per poc que hi pensis. A partir d'aquesta pel·lícula tan celebrada, i aquí hi incloc Vicky Cristina Barcelona, Woody Allen no fa ben bé pel·lícules. Fa pel·liculetes que no expliquen històries sinó historietes. Pel·liculetes, historietes... no s'ho prenguin en sentit despectiu. Allen fa com feia Éric Rohmer, el gran Éric Rohmer de les petites obres d'orfebreria fina: uns personatges, una situació, molt d'ofici al darrere –ofici depurat al llarg dels anys–, i a rodar i fer gaudir els actors i els espectadors.
Mitjanit a París és un conte de fades. Quan toquen les dotze de la nit al rellotge d'una església, l'escriptor protagonista és recollit per una carrossa amb forma de cotxe d'època que el porta al París dels anys vint: el de Hemingway, Scott Fitzgerald, Elliot, Picasso, Buñuel, Dalí, Gertrude Stein... El noi, que a la vida real té promesa, s'enamora d'una ectoplasma sorgida dels seus somnis que a la vegada el transporta a principis de segle per poder conèixer Matisse i Toulouse-Lautrec. Un bon viatge pel temps, molt d'acord amb la visió que els americans tenen del París creatiu i del país de la Belle Époque. El París creatiu dels vint està poblat d'escriptors americans i en el de la Belle Époque es balla el cancan que ha alimentat tantes pel·lícules de Hollywood. La pel·lícula parisenca d'Allen és per a consum dels amics que el director té a Nova York, com ho eren les postals de Vicky Cristina Barcelona. Cosa que no treu valor a Mitjanit a París, que quedi clar, vista amb els nostres ulls d'europeus pastats per la cultura americana.
És molt bo quan el nostre protagonista explica a Buñuel l'argument de la pel·lícula El ángel exterminador, que el director trigaria uns anys a fer, a Mèxic. Buñuel no l'entén: “Uns homes tancats en una habitació sense poder-ne sortir? I per què no en poden sortir?”. El protagonista va a visitar sovint Gertrude Stein, que té a casa seva, en un lloc molt visible, el retrat que li va fer Picasso. Aquí Allen ha perdut l'oportunitat d'un altre gag. Ell podria haver dit: “No s'hi assembla”. I ella li podria haver contestat: “Ja m'hi assemblaré”. No és que vulgui esmenar la plana al director, però és que jo també sóc una mica Zelig i quan veig una pel·lícula de Woody Allen em sento una mica Woody Allen, com quan veig Casablanca em sento Humphrey Bogart.
La pel·lícula s'acaba quan s'acaba, que és quan li dóna la gana al director. Podria haver durat més? I tant, molt més. Fins i tot indefinidament. Encara hi podríem ser, prenent una absenta amb Toulouse-Lautrec o un whisky amb l'intemperant Hemingway o estirant més la corda de Dalí, que està molt desaprofitat. Donar per acabada una obra quan ja te n'has cansat només és a l'abast dels grans. Grans en tots sentits.