miércoles, 13 de octubre de 2010

En clave catalana: las elecciones del malestar

Per començar us destaco aquest article que he llegit de la excel·lent periodista Margarita Rivière, que va fer el dimarts 5 d’octubre pel diari El Correo i que també m’ha recomanat un amic. En ell llegireu un bon anàlisis de la realitat política catalana.

En clave catalana: las elecciones del malestar

El president Montilla no tiene prisa: ha apurado al máximo el margen legal para convocar las elecciones autonómicas en Cataluña. Lo hizo ayer de forma solemne, tras hacer balance público de sus cuatro años de Gobierno. Tres ejes básicos en el haber de su Ejecutivo: el innegable avance en infraestructuras, la consolidación de un Estatut promovido en 8 años de gobiernos no nacionalistas y el mantenimiento de lo que la política llama ‘cohesión social’, es decir, la capacidad integradora de Cataluña, de la que el propio Montilla –nacido en Granada y catalán ‘por voluntad propia’– es el mejor ejemplo junto con su partido, el Partit dels Socialistas de Catalunya, defensor de la ‘España plural’.

Montilla siempre ha tenido su propio ritmo, pero engarzado con el tiempo político español: ahora ha esperado para convocar las elecciones, que se celebrarán el domingo 28 de noviembre, a que pasara la página de la huelga general y a que el Gobierno Zapatero tuviera amarrados los Presupuestos Generales gracias al Partido Nacionalista Vasco.

Cerrados estos capítulos, quedan abiertas múltiples incógnitas, con la visita del Papa Benedicto XVI a Barcelona por medio el 7 de noviembre, hasta que el 12 de ese mismo mes se inicie la campaña propiamente dicha. La precampaña de estas elecciones comenzó desde el momento en que los ciudadanos catalanes se dieron cuenta de que el Tribunal Constitucional llevaba, al menos, tres años de retraso en emitir su sentencia sobre el recurso que el Partido Popular puso al Estatuto de Cataluña de 2006. Desde ese momento, Cataluña, que ha padecido la crisis económica con especial crudeza, ha sido como una olla en la que la presión del hervor requiere especial atención.

Estas elecciones darán la medida de hasta qué punto los catalanes han acumulado diferentes capas de malestar no tanto debidas al Gobierno autónomo como a la política española y a las condiciones de crisis económica europea y global. Primeras de una serie de elecciones españolas –en primavera están previstas las municipales y autonómicas y no hay que perder de vista la posibilidad de un adelanto para esa fecha de las generales– las catalanas serán síntoma y precedente del ánimo político y social del país.

No hace falta ser un lince para percibir el desánimo, el malestar y, efectivamente, el ‘cabreo’ en sectores que van desde los jóvenes en paro (tengan o no carrera universitaria) hasta las familias que han visto sus sueldos reducidos, su crédito desaparecido, sus horizontes vitales limitados y sus proyectos encerrados en un cajón. El aumento de la pobreza, la escasez de oportunidades, las dificultades de todo tipo para la autonomía personal como consecuencia de la crisis económica han sido un baño de realidad y un aprendizaje duro de supervivencia. Éste es el marco básico en el que se celebrarán estas elecciones al Parlamento catalán.

Socialmente esta situación no es la mejor para ningún proyecto político y tampoco para el ensamblaje que requiere la inmigración, hoy convertida en factor de controversia y manipulación política. «Aquí no cabemos todos», repite la líder catalana del PP, siguiendo la estela trazada por la Plataforma per Catalunya, partido de extrema derecha consolidado en el centro de lo que se conoce como ‘Cataluña catalana’, la ciudad de Vic.

Hay otros casos similares. Curiosamente, la extrema derecha, el populismo y los brotes racistas están emergiendo también en Europa. Las elecciones catalanas –sondeos diversos les adjudican entre 3 y 6 diputados– los van a poner plenamente al descubierto. El eco que adquieran y los adeptos que atraigan darán la medida del miedo al futuro por parte de la sociedad catalana.

El miedo al futuro y el enfado sobre el presente económico, unidos a lo que el president Montilla llamó ‘desafección’ de los catalanes hacia España, son tres claves esenciales para seguir estos tiempos electorales. Estas elecciones son, sin duda las del malestar y es la primera vez que, en democracia, se produce algo similar: los catalanes nunca hemos votado en condiciones parecidas. Ésta es la gran novedad: la circunstancia general, complicada, difícil e incierta, es el principal cambio y lo impregna todo.

La abstención que se prevé a día de hoy será la clave de cualquier resultado. Expertos fiables trabajan con una abstención considerable que oscilaría –«siendo optimistas», puntualizan– entre el 45% y el 55%, es decir, más de 10 puntos que en otras elecciones autonómicas. La influencia del dato en el resultado se medirá por la mayor atomización de partidos en la medida que aumente la abstención, que tampoco favorecerá especialmente a los dos grandes partidos. PSC y CiU, con sus candidatos Montilla y Mas, ya están pactando debates televisivos cara a cara para sacar de la indiferencia al electorado. Otra novedad insólita.

El voto en blanco, que según las previsiones oscilaría entre un 7% y un 8%, reflejará también el desencanto del electorado respecto a la oferta política e implica un castigo al propio sistema electoral. Pequeños partidos independentistas –como el de Joan Laporta o Joan Carretero– y partidos mínimos por la derecha –representados por la ex popular Montserrat Nebrera, Ciutadans o el de Rosa Díez– sacarán mucha ventaja del voto ‘barato’, producto de la abstención. Todo ello se añade a una ley electoral que nadie se ha atrevido a tocar desde 1979 –cuya transitoria cuarta del Estatut de 1979 se ha incorporado idéntica al Estatut de 2006–, que establece una desigualdad territorial tan manifiesta que el voto de los ciudadanos de Lérida vale tres veces y media más que el de los de Barcelona.

Éste es el punto de arranque de estas elecciones en el momento en el que son convocadas. La polémica entre independencia o colaboración con España, la propuesta de CiU de un imposible concierto económico que minimice los avances del Estatut y la incógnita sobre el efecto de la corrupción –casos Millet y Pretoria– forman parte del mismo guión.