jueves, 10 de febrero de 2011

Muestra de opiniones sobre Davos 2011


Segona part del recent The World Economic de Davos, aquesta vegada centrada en l’opinió de varis experts publicats en diferents articles a El País:  

Cinco mitos sobre Davos

MOISÉS NAÍM - EL PAÍS - 30/01/2011

La reunión refleja cada año las expectativas de los expertos sobre las tendencias mundiales

Cada año, cerca de 2.500 personas recalan en Davos (Suiza) a finales de enero convocadas por el Foro Económico Mundial, una organización sin fines de lucro fundada en 1971 por Klaus Schwab, un profesor alemán. Durante cinco días los participantes asisten a una multitud de seminarios y reuniones sobre los más diversos temas. Para sus críticos, Davos es uno más de los instrumentos que utilizan los ricos y poderosos para defender sus privilegios. Para los publicistas del foro, la reunión sirve para promover su misión: "Mejorar la situación del mundo". ¿Cuál es la realidad? Llevo dos décadas participando en estas reuniones y estas son mis percepciones sobre los mitos y realidades de Davos.

Mito número uno: Davos es una convención de plutócratas. No.

Si bien cerca de la mitad de los asistentes son directivos de las empresas más grandes del mundo, la otra mitad está conformada por un creciente grupo de intelectuales, activistas, líderes religiosos, sindicalistas, artistas, científicos y dirigentes de ONG y organismos internacionales. Es tan común cruzarse en los pasillos con Umberto Eco, Nadine Gordimer o Bono como con Bill Gates, George Soros o Indra Nooyi, la presidenta de Pepsico. La diversidad también se manifiesta en los debates. Las sesiones sobre la pobreza, el medio ambiente o los conflictos militares son tan frecuentes como las que discuten asuntos de empresas y negocios.

Sin embargo, la verdad es que no son las mesas redondas la principal razón por la que gente tan ocupada viaja a un lugar tan inconveniente como Davos sino la red de contactos que allí se construye.

Mito número dos: En Davos se toman importantes decisiones. No.

La imagen de billonarios y políticos concentrados en un pueblito de los Alpes suizos inevitablemente alienta las teorías conspirativas de quienes creen que el mundo está manejado por una pequeña élite. Su suposición es que en Davos se cocinan, en secreto, decisiones que afectan al planeta. A su vez, el Foro Económico Mundial intenta hacer ver que sus reuniones tienen consecuencias. Mi impresión es que las decenas de jefes de Estado y ministros que asisten a Davos lo hacen para elevar su propio perfil internacional, o el de su país o para realizar, ellos también, contactos con otros participantes. Dudo de que en Davos se tomen decisiones importantes que no se hubiesen tomado de todas formas en otro lugar.

Mito número tres: Davos es el gran templo del capitalismo y la globalización. Sí, pero cada vez menos.

Es obvio que un cónclave al que asisten más de 1.000 importantes empresarios va a tener un fuerte sesgo a favor del mercado y el libre comercio. Pero es igualmente obvio que es imposible mantener un pensamiento único y homogéneo en un encuentro en el que también están presentes, y con gran repercusión, voces que critican con enorme elocuencia, legitimidad y datos las realidades del capitalismo globalizado de hoy.

Mito número cuatro: En Davos se sabe lo que sucederá en el mundo. No.

Los expertos reunidos en Davos no vieron venir el hundimiento de la Unión Soviética. Y no anticiparon los crash financieros de los años noventa. Ni la reciente crisis económica mundial. O lo que ha pasado en Túnez y está pasando en Egipto o Yemen. Es decir, son expertos normales. Si los Gobiernos, las grandes empresas, los think tanks, las agencias de calificación y todas las entidades que viven de vender sus pronósticos no fueron capaces de vaticinar estos cambios, ¿por qué suponer que la gente de Davos tiene una visión más clara del futuro? ¡Después de todo, son los mismos!

Davos no marca las pautas, sino que refleja cada año las expectativas más comunes entre los expertos respecto a las tendencias mundiales. Y con frecuencia estos pronósticos son derrumbados por eventos que nadie anticipó.

Mito número cinco: Davos ha perdido relevancia. No.

La reunión se ha vuelto muy grande. Es un gran circo. Hay demasiados famosos y poca sustancia.

Estas son algunas de las afirmaciones que se utilizan para sustentar la idea de que las reuniones anuales en Davos ya no son lo que eran y han perdido atractivo e importancia. Los números indican lo contrario. Cada año asisten más de 30 presidentes, incluyendo algunos de los más poderosos del mundo. También centenares de ministros, presidentes de bancos centrales y organismos multilaterales, directores de los principales medios de comunicación, docenas de premios Nobel, científicos y académicos y miles de líderes empresariales. La lista de espera y las solicitudes de invitación son innumerables. Las cifras de participantes y el interés que la reunión suscita no han declinado. Y las críticas tampoco.

Los espectros optimistas de otros Davos

TIMOTHY GARTON ASH - EL PAÍS - 31/01/2011

Esta es la tercera cumbre de Davos después del Gran Crash de Occidente, y ahora empezamos a ver dónde nos encontramos. No estamos ante el completo fracaso del capitalismo democrático y liberal que algunos temían durante la dramática reunión celebrada aquí a principios de 2009, pero tampoco ante la gran reforma del capitalismo occidental, que era la ferviente esperanza de aquel Davos.

El capitalismo y el liberalismo están dejando de ir de la mano

El capitalismo occidental sobrevive, pero renqueante, herido, con una pesada carga de deuda, desigualdades, demografía, infraestructuras olvidadas, malestar social y expectativas utópicas. Mientras tanto, están tomando la delantera otros tipos de capitalismo -chino, indio, ruso, brasileño- que explotan las ventajas de su atraso y traducen rápidamente su dinamismo económico en poder político. ¿El resultado? No un mundo unipolar, tendente hacia un único modelo de capitalismo democrático liberal, sino un mundo sin polos, que se diversifica en muchas versiones nacionales diferentes, y a menudo antidemocráticas, de capitalismo. No un nuevo orden mundial sino un nuevo desorden mundial. Un mundo caleidoscópico e inestable, fragmentado, recalentado y preñado de conflictos futuros.

Esto no estaba previsto. ¿Recuerdan el triunfalismo liberal de los años noventa, cuando parecía que todos los viejos adversarios de Occidente habían sido derrotados? Incluso Rusia y China estaban pasándose al capitalismo, y seguro que eso, con el tiempo, acabaría empujando los dos países a la democracia. "Las grandes luchas del siglo XX entre la libertad y el totalitarismo terminaron con una victoria decisiva de las fuerzas de la libertad y un único modelo sostenible de éxito nacional: libertad, democracia y libre empresa. En el siglo XXI, solo los países que se comprometan a proteger los derechos humanos esenciales y garantizar la libertad política y económica serán capaces de aprovechar al máximo las capacidades de sus habitantes y garantizar su futura prosperidad". Estas eran las palabras con las que comenzaba el texto de la estrategia de seguridad nacional de Estados Unidos, aprobada por el presidente George W. Bush en 2002. Tal vez a largo plazo esas palabras acaben siendo ciertas. Tal vez dentro de 50 años volvamos a ellas y digamos: sí, al final, era verdad que la prosperidad y el poder de una nación no podían separarse del respeto a los derechos humanos y las libertades políticas. Francamente, espero que así sea. Ahora bien, como internacionalista liberal que cree profundamente en la libertad y los derechos humanos y compartió en cierta medida la euforia liberal de los años noventa -aunque nunca la arrogante afirmación de que no había más que "un único modelo sostenible"-, tengo que decir que no es esa la impresión que tengo en 2011.Por un lado, esto se debe a que Occidente ha despilfarrado su victoria de finales del siglo XX. Como sucede tantas veces en la historia, la arrogancia fue seguida de un justo castigo. A pesar de la retórica del presidente Obama en su discurso sobre el estado de la Unión de hace unos días, impulsar las reformas que propone a través del disfuncional sistema político estadounidense es una tarea llena de tremendas dificultades. Y tampoco podemos ser más optimistas sobre las perspectivas de reforma en Europa: habría que ser el doctor Pangloss de Voltaire o algo parecido.

Por otro lado, los países de fuera del Occidente histórico han descubierto combinaciones impensables en la filosofía triunfalista liberal de los años noventa. Conjugan el dinamismo de las economías de mercado con el Gobierno en manos de un solo partido o una sola familia, la propiedad estatal o híbrida de las empresas, una corrupción masiva y el desprecio al imperio de la ley.

Un purista del capitalismo liberal dirá: "¡Pero eso no es capitalismo!", igual que un musulmán liberal podría decir: "¡Pero lo que predica Al Qaeda no es el verdadero islam!", pese a que el islam tiene algo que ver con ello; y el capitalismo tiene algo que ver con los increíbles índices de crecimiento económico y acumulación de capital que están convirtiendo ya a China en una nueva superpotencia. En contra de lo que se suponía en los años noventa, resulta que es posible estar medio embarazada.

Este es un elemento importante de la "nueva realidad" que constituye el tema de la reunión del Foro Económico Mundial de este año. Su programa tiene el optimista título de Unas normas comunes para la nueva realidad. Ojalá. Pero Yan Xuetong, un interesante analista chino especializado en relaciones internacionales, sostiene que las potencias emergentes, como es natural, llegan con sus propias reglas e intentan propagarlas lo más que pueden. Y tiene algo de razón. ¿Están China y Rusia, o incluso India y Brasil, más o menos dispuestos a adoptar las normas de Occidente que hace 10 años? Menos. ¿Están los países del hemisferio sur más o menos indecisos entre las normas occidentales y las chinas que hace 10 años? Más.

Desde mi posición de internacionalista liberal, creo que aun así deberíamos tratar de encontrar unas "normas comunes para la nueva realidad". Pero empecemos por ser conscientes de que una de las características fundamentales de esta nueva realidad es, precisamente, que existen diversas normas. Las autoridades chinas no tienen por qué pensar que deben hacer las cosas como decimos nosotros. Es más, seguramente estarían muy a gusto en un mundo en el que Estados Unidos, China y Europa hiciesen las cosas cada uno a su manera dentro de sus propias fronteras y, hasta cierto punto -aquí es donde las cosas se vuelven confusas y peligrosas-, en sus esferas de influencia. Por cierto, así es como Samuel Huntington pensaba que podía evitarse su "choque de civilizaciones".

Las "normas comunes" se limitarían, pues, a una serie de reglas mínimas para el orden internacional: comercio, tráfico aéreo, etcétera, y tendrían que dar por supuesto el respeto a la soberanía nacional, en especial la de las grandes potencias. Por tanto, una de las discrepancias fundamentales de nuestro tiempo es precisamente cuántas normas comunes necesitamos.

¿Qué supone esto para los habitantes de países que sí tienen unas versiones más o menos liberales y democráticas del capitalismo? (Y también entre ellos existen enormes variantes; no hay más que ver Italia y Hungría. O los grandes bancos británicos, en teoría privados, que hoy son propiedad del Estado. Ese "único modelo sostenible" siempre fue una doble mentira: no era ni único ni sostenible). Sobre todo, significa dos cosas.

Lo primero que debemos hacer es ordenar nuestros propios asuntos. El médico debe empezar por curarse a sí mismo. Las medidas más importantes que podemos tomar para mejorar nuestra influencia en el mundo son las que emprendamos en nuestros propios países. Llevamos decenios viviendo con un paradigma de progreso según el cual cada generación iba a vivir mejor que la anterior. Ahora va a ser difícil conseguir que nuestros hijos no tengan una vida menos próspera, menos segura y menos libre que la que hemos tenido nosotros.

En segundo lugar, es probable que tengamos que rebajar -al menos por ahora- nuestras expectativas respecto a esas "normas comunes" del orden internacional liberal. Eso quiere decir tomar decisiones difíciles. ¿Ponemos el deber de preservar la paz, en el sentido básico de no tener una gran guerra entre Estados, por encima de todo lo demás? ¿O invertir el calentamiento global? ¿O mantener abiertas las rutas del comercio y las finanzas internacionales? ¿O alzar la voz en defensa de los derechos humanos? Por supuesto, queremos todas estas cosas, y todas están, en cierta medida, relacionadas entre sí. Pero no tenemos más remedio que adaptarnos a las circunstancias.

Si este panorama resulta deprimente, les ofrezco un motivo de optimismo. Las previsiones de Davos hace tres años, tanto las esperanzas como los temores, parecen ya muy poco realistas. Las de hace 10 años parecen pertenecer a otro mundo; las de hace 25 años, casi a otro universo. La historia está llena de sorpresas, y a quien más sorprende siempre es a los historiadores.

Davos y la política

FELIPE GONZÁLEZ - EL PAÍS - 04/02/2011

Cuando se produjo la implosión del sistema financiero global allá por el otoño de 2008, fundamentalmente en Estados Unidos y Europa, porque Japón llevaba muchos años en una prolongada crisis, hubo un clamor general para que los responsables políticos intervinieran. Dejar caer a Lehman Brothers, primer banco de inversión del mundo, se consideró un error y el pánico se propagó por todos los países centrales. La recesión mundial fue la consecuencia de ese estallido.

Hay que poner cara a la especulación salvaje. La idea francesa de tasar los flujos del capital es buena

Algunos consideramos que la política, ausente en la era de hegemonía del pensamiento de la "mano invisible del mercado", de la desregulación, estaba de vuelta. Los irresponsables que con sus malas prácticas nos llevaron a esta catástrofe, se agazaparon y pidieron a gritos ser rescatados.

Parecía, en efecto, que aunque fuera a un coste inmenso, la política como representación de los intereses generales, empezaba a tomar las riendas del mercado para desarrollar un marco regulatorio y un sistema de control que evitara la galopada de los movimientos de capital puramente especulativos, de la proliferación de esos "derivados" sin registros contables ni conexión con la economía real o de los bonus escandalosos para accionistas y ciudadanos.

Lo primero fue el rescate. Centenares de miles de millones de dólares o euros, en Estados Unidos o en Europa, se destinaron al saneamiento de las entidades financieras en crisis. Y aún más, según los casos, a paliar los efectos en la economía real de los países occidentales. Sin excepciones, el impacto de este esfuerzo financiero, recayó sobre el déficit y sobre la deuda de los países afectados. Es decir, sobre los ciudadanos.

A continuación empezó una lucha distinta. La política parecía dispuesta a limitar los despropósitos que se habían producido en el funcionamiento anómico de los mercados. Se pretendía acabar con la enorme cantidad de ingeniería financiera sin base real; con la ausencia de contabilidad de operaciones llenas de humo que iban creando la burbuja que terminó por estallar. Incluso se estaba pensando en cómo limitar las operaciones a futuro que tensionan al alza los precios de las materias primas -incluidas las alimentarias-. En definitiva, lo que se estaba buscando es que la política gobernara a los mercados y no fuera gobernada por estos.

Las escenas vividas en Davos indican algo muy diferente. La política a la defensiva y los representantes del sistema financiero rescatado al ataque. Merkel y Sarkozy defienden el euro ante las dudas planteadas sobre su capacidad de supervivencia. "Es nuestra moneda y la vamos a mantener". "No se engañen, saldremos de esta situación y no dejaremos caer a ningún país del euro", etcétera.

Los analistas financieros, los felices rescatados por las arcas públicas, los que no advirtieron la que se nos venía encima con sus prácticas intolerables, están crecidos. Vuelven a pronosticar y a recomendar a los políticos qué es lo que deben hacer. Su lenguaje suena así: "No se ocupen de nosotros, ni de nuestros bonos, ni de cómo y con qué productos debemos operar, ocúpense de reducir sus deudas y controlen sus equilibrios presupuestarios". "O sea, nos tienen que dejar a nuestro aire, que hagamos lo que queramos y ustedes deben ocuparse de sus asuntos. Si no nos dejan tranquilos no habrá créditos para la economía productiva".

O sea, muchos de ellos estaban quebrados, como Lehman Brothers, fueron rescatados con dinero público, es decir con endeudamiento de los Estados, provocaron una catástrofe que continúa en la economía real. Y, ahora, vuelven a dictaminar sobre lo que deben hacer los políticos, poniéndolos a la defensiva. Es demasiado descaro para que la opinión pública no esté indignada, aunque hayan logrado que lo esté más con los responsables políticos.

En estos momentos estamos soportando de nuevo las operaciones a futuro sobre granos, es decir sobre la alimentación. Una mala cosecha en Rusia, más los incendios, produce una supresión de exportaciones. Lo que afecta a la oferta mundial no es significativo por sí mismo, pero los movimientos especulativos tensionan al alza los precios en todas partes. En el norte de África, por mirar cerca de nosotros, nos encontramos con una nueva "revuelta del pan", aunque mezclada con el trasfondo de ansia de libertad de mucha gente.

Y nos sentimos inermes. Cualquier especulador puede comprar siete cosechas de arroz o de trigo, o de..., con un afianzamiento del 5% de su valor estimado. La presidencia francesa del G-20 intenta recuperar la idea de una tasa, bien sea mínima, a los movimientos de capital. Si el movimiento no es especulativo, la tasa será indolora. Si lo es, y se repite cada 24 o 48 horas, empezará a pesar en los especuladores. Es una buena idea que nos retrotrae a la nonata tasa Tobin.

Pero si, como temo, no sale adelante, se podría cortar de raíz este movimiento que provoca hambre y desesperación en el mundo, exigiendo un afianzamiento del 60%. Menos trámites de acuerdos imposibles -hasta ahora- y poner cara la especulación salvaje, aumentando en serio el riesgo para los actores.

Pero, en fin, es solo una parte de esta fronda que nos llevó a la crisis y que teníamos la esperanza de que la política, de vuelta, pudiera racionalizar. En los debates de Davos parece que esa esperanza se convertirá en melancolía y que de nuevo incubaremos la siguiente burbuja financiera. Entonces nadie tolerará que se vaya al rescate de los que la provocan, a costa de tanto sufrimiento.

La exigencia de tipos más altos

PAUL KRUGMAN - EL PAÍS - 06/02/2011

El sábado pasado, informaba The Financial Times, algunos de los ejecutivos financieros más poderosos del mundo iban a celebrar una reunión privada con ministros de Economía en Davos (Suiza), sede del Foro Económico Mundial. La principal exigencia de los ejecutivos, señalaba el periódico, sería que los Gobiernos "dejasen de atacar a los banqueros". Por lo visto, rescatar a los banqueros después de que precipitasen la peor recesión desde la Gran Depresión no es suficiente: los políticos también tienen que dejar de herir sus sentimientos.

La inflación no es ni mucho menos tan alta como lo era la última vez que las materias primas se pusieron por las nubes


Pero los banqueros también tenían una exigencia de más peso: quieren tipos de interés más altos, a pesar de la persistencia de un paro elevadísimo en Estados Unidos y Europa, porque dicen que los tipos bajos están favoreciendo la inflación. Y lo que me preocupa es la posibilidad de que los responsables políticos puedan realmente seguir ese consejo.

Para comprender el problema tienen que saber que estamos en medio de lo que el Fondo Monetario Internacional denomina una recuperación de "dos velocidades", en la que algunos países están acelerando, pero otros -entre ellos EE UU- todavía tienen que pasar de la primera marcha.

Subir los tipos de interés en estas condiciones equivaldría a aceptar el paro masivo como un hecho vital permanente

La economía de EE UU entró en recesión a finales de 2007; el resto del mundo la siguió unos meses después. Y los países avanzados -EE UU, Europa y Japón- apenas han empezado a recuperarse. Es cierto que estas economías han estado creciendo desde el verano de 2009, pero el crecimiento ha sido demasiado lento para generar puestos de trabajo en grandes cantidades. Subir los tipos de interés en estas condiciones sería minar cualquier oportunidad de mejorar; equivaldría, en la práctica, a aceptar el paro masivo como un hecho vital permanente.

La inflación no es ni mucho menos tan alta como lo era la última vez que las materias primas se pusieron por las nubes

¿Y qué pasa con la inflación? El elevado paro ha mantenido bajo control los índices de inflación que normalmente guían la política. El índice preferido por la Reserva Federal, del que están excluidos los inestables precios de la energía y los alimentos, se encuentra ahora por debajo de la tasa anual del 0,5%, muy inferior al objetivo informal del 2%.

Pero, cómo no, los precios de los alimentos y la energía -y los precios de los productos básicos en general- han subido últimamente. Los precios del maíz y el trigo subieron alrededor de un 50% el año pasado; los precios del cobre, el algodón y el caucho han batido nuevos récords. ¿Por qué pasa eso?

La explicación, básicamente, está en el crecimiento de los mercados emergentes. Mientras que la recuperación en los países avanzados está siendo lenta, los países en vías de desarrollo -China en concreto- han vuelto a despegar después de la crisis de 2008. Esto ha generado presiones inflacionistas dentro de muchos de estos países; también ha provocado un tremendo aumento de la demanda mundial de materias primas. El mal tiempo -especialmente una ola de calor sin precedentes en la antigua Unión Soviética que causó una caída en picado de la producción mundial de trigo- también ha contribuido a disparar los precios de los alimentos.

La pregunta es: ¿de qué manera debería afectar todo esto a las políticas de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo?

En primer lugar, la inflación en China es un problema de China, no nuestro. Es cierto que, ahora mismo, la moneda de China está vinculada al dólar. Pero eso es decisión de China; si a China no le gusta la política monetaria de Estados Unidos, es libre de permitir que su moneda suba. Ni China ni ningún otro país tiene derecho a exigir que EE UU asfixie la incipiente recuperación de su economía solo porque los exportadores chinos quieran mantener el yuan devaluado.

¿Qué pasa con los precios de los productos básicos? La Reserva Federal suele centrarse en la inflación subyacente, de la que están excluidos los alimentos y la energía, en vez de en la inflación general, porque la experiencia demuestra que aunque algunos precios fluctúan muchísimo de un mes para otro, otros tienen mucha inercia (y son los que tienen inercia los que deben preocuparnos, porque una vez que la inflación o la deflación se incorpora a estos precios, es difícil librarse de ella).

Y este planteamiento le ha sido útil a la Reserva Federal en el pasado. En concreto, la Fed acertó al no subir los tipos de interés en 2007 y 2008, cuando los precios de los productos básicos se dispararon -e hicieron subir brevemente la inflación general por encima del 5%- para, a continuación, volver a caer en picado. Resulta difícil entender por qué la Reserva Federal debería actuar de forma diferente esta vez, ya que la inflación no es ni mucho menos tan alta como lo era la última vez que las materias primas se pusieron por las nubes.

Así que ¿a qué se debe la exigencia de tipos más altos? Bueno, los banqueros tienen un largo historial de fijación con los precios de los productos básicos. Habitualmente eso se traducía en insistir en que cualquier subida del precio del oro equivaldría al fin de la civilización occidental. Actualmente se traduce en exigir que se suban los tipos de interés porque los precios del cobre, el caucho, el algodón y el estaño han aumentado, aun cuando la inflación subyacente esté descendiendo.

Ben Bernanke comprende claramente que subir los tipos ahora sería un tremendo error. Pero Jean-Claude Trichet, su homólogo europeo, se muestra partidario de la línea dura (y tanto la Reserva Federal como el Banco Central Europeo están sometidos a mucha presión externa para que hagan lo que no deben).

Tienen que resistir esa presión. Sí, los precios de los productos básicos están altos, pero esa no es razón para perpetuar el paro masivo. Parafraseando a William Jennings Bryan, no debemos crucificar nuestras economías en una cruz de caucho.

Un fantasma en las cumbres

Julian Assange y Wikileaks suscitan en Davos un debate sobre transparencia y confidencialidad entre diplomáticos, intelectuales y periodistas

LLUíS BASSETS - EL PAÍS - 29/01/2011
     
Con Wikileaks hay cambios en la forma de conducir la diplomacia

Julian Assange es el fantasma de Davos. No está porque no fue invitado. Y no fue invitado porque está procesado por la justicia sueca y pendiente de la británica sobre su extradición. El Foro Económico Mundial, que se reúne anualmente a finales de enero en los Alpes Grisones, ha conseguido mantenerse en forma durante 40 años precisamente porque en cada ocasión ha sabido invitar a los personajes más expresivos y decisivos de cada época. Pero esta ausencia no ha mermado la presencia de Wikileaks en los debates davosianos, la controversia sobre la idea de transparencia que tienen los militantes de este tipo de organizaciones y la discusión sobre las consecuencias de las filtraciones en la política, la diplomacia y el periodismo. Al contrario, ha sido un acicate estimulado notablemente por la publicación, justo en los mismos días, de un largo artículo del director del New York Times, Bill Keller, consagrado íntegramente a explicar sus relaciones con Assange.

Jeff Jarvis, gurú 'bloguero', solicitó la transparencia total de información

Dos han sido las mesas redondas directamente dedicadas a Wikileaks, ambas organizadas bajo las llamadas reglas de Chatham House (edificio londinense donde se aloja el Royal Institute of International Affairs), que permiten utilizar el contenido de las conversaciones pero no atribuir conceptos ni citar frases. La primera, una cena moderada por el editor (publisher) del New York Times, Arthur Sulzberger, en la que el gurú de los blogueros Jeff Jarvis solicitó infructuosamente la transparencia total y la anulación de la regla de reserva: lo cuento porque él mismo ya lo ha contado en su blog. Y la segunda, un taller de debate moderado por el periodista británico Nick Gowing, que abrió la sesión exhibiendo ostensiblemente el periódico con el artículo de Keller ante los asistentes: no le cito, meramente explico su gesto. Los títulos de ambas sesiones son suficientemente explícitos: Confidencialidad o transparencia: el dilema de Wikileaks y La diplomacia en la era digital.

Veamos este último tema con un tercer elemento que ha venido a enriquecer el debate, al menos en Davos: el gran filtrador ya no está solo. La filtración de 1.500 documentos de todo tipo (mapas, minutas de conversaciones, powerpoints, protocolos...) sobre las negociaciones entre israelíes y palestinos a la cadena de televisión catarí Al Yazira y al diario británico The Guardian abre muchos interrogantes sobre las valoraciones realizadas por Assange sobre la trascendencia histórica de su labor. Entre los politólogos y diplomáticos presentes en Davos no hay muchas dudas sobre el pecado de exageración en que ha incurrido Assange, de forma que su cablegate puede que sea la mayor filtración de la historia en número, en variedad de los temas y en pluralidad de países afectados, pero no lo es en calibre político e histórico. Muchos son los que piensan que esta filtración palestina es la palada definitiva a un proceso de paz que ya estaba muerto y en todo caso un golpe para Mahmud Abbas del que difícilmente se recuperará.

Recordemos el tweet de Wikileaks en el que anuncia la filtración histórica: "los próximos meses veremos un nuevo mundo, en el que la historia global quedará redefinida". Algunas valoraciones entran a fondo: no hay cambio alguno en las relaciones internacionales, tampoco en la política exterior estadounidense, y en todo caso sí los hay -y estos de enorme calado- en la forma de conducir la diplomacia y en la comunicación entre los gobiernos y entre estos y los ciudadanos; pero incluso estos cambios son anteriores y más consistentes que una mera filtración, por masiva y trascendental que sea.

Las filtraciones tuvieron un papel decisivo en la caída de Ben Ali

Es muy interesante conocer de boca de ministros, secretarios de Estado y embajadores de todo el mundo cómo se comunican actualmente a través de móviles, sms o mensajes de texto; cómo estos nuevos medios influyen en las relaciones internacionales; hasta qué punto rebajan las barreras de seguridad ante el espionaje o la filtración; y, sobre todo, cómo contrasta el nuevo mundo digital con unas estructuras, normas de trabajo y hábitos modelados hace más de un siglo y medio. Es posible que los cables del Departamento de Estado representen un momento decisivo de toma de conciencia sobre este cambio, pero es amplio el consenso respecto a que no significa el momento del cambio mismo. Junto a las críticas a la exageración en las valoraciones y en las reacciones, hay que notar algo en lo que todo el mundo está de acuerdo, en Davos al menos, sin necesidad de ampulosas declaraciones históricas: las filtraciones han tenido un papel decisivo en el derrocamiento del dictador tunecino Ben Ali y en la ignición de la revolución democrática árabe.

Los periodistas defienden el filtro de responsabilidad profesional

Regresemos ahora al primer tema, el dilema entre confidencialidad y transparencia, junto a la aparición de un nuevo actor, tan activo como Assange, aunque menos misterioso y polémico, como es el disidente y despedido de Wikileaks, Daniel Domscheit-Berg, que ha contado en Davos su proyecto de Openleaks. Domscheit está en el partido de la transparencia, enfrentado al partido del control clásico del poder (accountability). Los periodistas, en medio, defendemos el derecho a publicar las informaciones relevantes, algo que viene favorecido por la transparencia y contribuye al control del poder; pero con el filtro de la responsabilidad profesional.

Sospechamos de la transparencia absoluta, defendida por el partido de la disrupción (eufemismo de moda por la subversión o la revolución de antaño), como de la defensa del secreto oficial por defecto (todo lo que no ha sido autorizado es secreto), defendida por el partido de la confidencialidad. Y sospechamos de quien no quiere aplicarse a sí mismo la transparencia que predica: Wikileaks y Assange, en concreto, como sucede con otras ONG, de otra parte. Domscheit pretende superar este problema con un instrumento para recoger filtraciones que sea neutro y no sometido a caprichos personales. Habrá que esperar y ver.

No termina aquí el debate. Activistas y funcionarios quisieran conceptos cortantes: de transparencia absoluta los primeros o de reglamentación y ordenamientos detallados los segundos. Los intelectuales y los periodistas saben que la vida está hecha de negociaciones y de pactos: hay que optar entre valores y aceptar gradaciones del mal, en vez de la ambición arcangélica que se erige en defensora del bien absoluto. Y más en concreto: unos entienden que estos dilemas sólo afectan a los poderes públicos; otros, el estadounidense Jeff Jarvis por ejemplo, que a quien más afecta es a los consumidores ante las empresas privadas, las que menos practican la transparencia.

Pero nadie como Bill Keller ha contado la actitud de los periodistas, en su extensa y extraordinaria narración sobre sus relaciones con Assange, leída con fruición por los davosianos implicados en el debate. Ahí está todo. Están los criterios y valores del periodismo, y más en concreto del periodismo estadounidense, celoso de la protección constitucional que goza y que lo ha convertido en el mejor del mundo y de la historia. Y ahí está también un nuevo y sabroso retrato de Assange, de imposible resumen en pocas líneas, pero que se sintetiza en su descripción como "un personaje de las intrigas de Stieg Larsson, un hombre que podría aparecer como héroe o villano en una de sus novelas suecas donde se mezclan la contracultura hacker, la conspiración de alto nivel y el sexo como entretenimiento y como violación".