viernes, 14 de enero de 2011

La economía ha de funcionar: crear empleo y tener buena salud. Algunas imperfecciones del modelo monetario europeo y la aparición de China

L'economia ha de funcionar també amb impostos. Catalunya ja crea ocupació gràcies a la indústria i l'exportació. Els bons i obligacions espanyols tenen bona salut, malgrat amenaces de certes agències i alguns mitjans. Quan tot això passi, anirà millor, esperem-ho, no? Algunes imperfeccions del model monetari escollit, ha portat a Europa per un mal camí? Opinions clares i de vegades contradictòries. Xina busca el seu protagonisme. Tot això avui amb sis articles d’opinió:

A favor dels impostos

JOSEP RAMONEDA - ARA - 09/01/2011 

Ja fa alguns anys, Zapatero va dir que abaixar impostos era d'esquerres. S'incorporava així al discurs dominant de descrèdit de l'Estat, de crítica a la seva ineficiència, de descontrol dels diners públics que des dels anys 80 ha anat quallant. A ningú li agrada pagar. Tots voldríem tenir els serveis que l'Estat ens dóna de franc, i si no funcionessin, encara ens queixaríem. Però tots sabem que això no pot ser. Tot té un cost i d'algun lloc han de sortir les misses. Com que és així, i no hi ha alternativa possible, em sembla lamentable el discurs que la dreta ha anat imposant -i que certa esquerra, com Zapatero, ha fet seu- de presentar els impostos com un mal en si del qual hauríem de mirar d'alliberar-nos. Un argument que no deixa de ser un aval als defraudadors fiscals: si tan dolent és pagar, fan bé d'escapolir-se'n, si poden.

El debat sobre els impostos no s'hauria de centrar en el que es paga sinó en el que es rep. Els impostos són més o menys acceptables segons el que es dóna a canvi. Si els impostos et garanteixen una escola pública de qualitat, estan ben empleats; si el servei públic és dolent i has de pagar una escola privada, no surt a compte. I així podríem anar encadenant exemples. En les democràcies del benestar, els impostos tenen dues funcions: finançar l'estat i els serveis que dóna i redistribuir una miqueta les rendes. Els que tenen més han de pagar més, per fer possible, així, una qualitat mitjana de vida dels ciutadans acceptable. Per tant, és necessari que els impostos siguin realment progressius. I aquest és un dels punts dèbils del sistema impositiu: les rendes del treball paguen proporcionalment molt més que les del capital, amb l'ajut de l'estat que els facilita la feina, per exemple amb fórmules directament abusives com les Sicav, que permeten que les grans fortunes familiars tinguin una imposició ridícula. Aquesta discriminació, fruit de la capacitat de xantatge del diner -si hem de pagar més, ens en anirem a un altre cantó-, fa injust el sistema impositiu. Però cap govern ho afronta.

Ara s'ha posat de moda anar contra l'impost de successions. El president Artur Mas va prometre en campanya suprimir-lo. Em sembla un disbarat. És l'impost més redistributiu, si es dissenya bé. Se'ns invita a guanyar el futur amb esforç, amb imaginació, amb treball, amb capacitat -valors de la societat meritocràtica- i, al mateix temps, es vol eliminar un impost que incideix directament en una igualtat d'oportunitats més gran. En què quedem? Si el valor és el mèrit i l'esforç, hem de donar a uns quants uns avantatges de sortida tan aclaparadors? Quin mèrit és ser fill dels teus pares, una cosa que ningú ha pogut escollir mai? L'impost de successions hauria de ser el més alt de tots. És el que més pot ajudar a reduir lleugerament les desigualtats d'origen i, de retruc, a donar algun sentit a la metàfora de l'ascensor social. Però amb el vistiplau de certa esquerra, es va en direcció contrària. M'agradaria que el mateix coratge que es posa a denunciar la discriminació fiscal que pateix Catalunya s'usés per denunciar la discriminació fiscal entre catalans. ¿O és que només volem més recursos perquè els nostres rics hagin de pagar menys?

La locomotora ya crea empleo

XAVIER VIDAL-FOLCH - EL PAÍS - 06/01/2011

El 95% de los nuevos puestos privados viene de Cataluña, gracias a la industria y la exportación

En España se crea empleo. ¿Dónde? ¿Por qué? Destripemos los datos.

¿Dónde? En Cataluña. Cataluña ha dejado (prácticamente) de crear paro. En 2010 destruyó solo 912 puestos de trabajo netos, el 0,16% de su medio millón largo de parados, 4,3 puntos menos que el 4,5% de la media española (176.470 nuevos desempleados), según los registros de demandantes de empleo a los servicios públicos. Y en el último tramo del año creó empleo ampliamente neto.

Comparen esos 912 puestos destruidos con los 350.000 empleos perdidos entre 2008 y 2009. Seguimos en el pozo. Pero lo peor, definitivamente, ha pasado.

Lo bueno de esas cifras es que son coherentes con otras. Como la creación neta de empresas: por vez primera en tres años, en el tercer trimestre de 2010 se abrieron más empresas (25.029) que las que se cerraron (22.397). O como el número de trabajadores afectados por expedientes de regulación de empleo: en los 11 primeros meses afectaron a 54.500 trabajadores, un 56% menos que en igual periodo del año anterior, siempre en el mismo territorio.

Esos datos deberían aliviar a los catalanes. Y animar a todos los españoles, porque marcan tendencia. Como sucede con todo territorio-locomotora (Alemania en la UE, Lombardía en Italia), con una estructura económica más compleja y abierta al exterior, el ciclo económico catalán suele anticipar tanto las recesiones como las recuperaciones. Ocurre con ellos como tantas veces en la Bolsa y casi siempre en el sector publicitario.

Igual que ahora pespuntea la recuperación, Cataluña protagonizó uno de los peores hundimientos en el peor año: un descenso del 4,2% de su PIB en 2009 (para un 3,7% la media española), solo superado por las vecinas Aragón (-4,5%) y País Valenciano (-4,4%), según la Contabilidad Regional del INE.

De modo que su paro, aunque nunca llegó a ser el más cuantioso, por el mejor punto de partida, sí fue el más contundente: concentró el 70% de toda la destrucción de empleos fijos registrada en España, según un estudio del IESE.

Conste, de paso, que la ratificación de ese carácter de heraldo, laboratorio o avanzadilla de la antes llamada "fábrica de España", deslegitima tanta literatura decadentista sobre Cataluña. De signo inverso: los ensimismamientos provincianos y los regateos provincializadores.

Para los primeros, un dato-dedicatoria: la revista Nature acaba de proclamar a Barcelona campeona española de Excelencia en Ciencia (y ciudad número 54 del mundo; era la 65 en 2000), mientras su seguidora, Madrid, pasa del puesto 66 al 67. Para los segundos, otro: el informe PISA acaba de desmentir el pretendido perjuicio de la inmersión lingüística en catalán: durante el trienio 2006-2009 del denostado tripartito, sus quinceañeros han mejorado la capacidad lectora (y matemática y científica), superando a la media (aunque a distancia de la comunidad líder, Castilla y León).

Volvamos al empleo. ¿Por qué se crea en Cataluña? Para ser más exactos, ¿por qué se crea casi únicamente en Cataluña? Destripando los datos de la EPA del segundo y tercer trimestre de 2010 (pronto lo haremos con los del último), la población ocupada aumentó en España (redondeando) en 152.600 personas. De ellas, 115.500 eran asalariados privados: pero de estos, 109.800 fueron contratados en Cataluña, por lo que el resto solo aportó 5.700. Cataluña creó pues el 95% de los empleos más (en teoría) directamente productivos, los privados.

Los empleos públicos aumentaron en toda España en 87.500; pero en Cataluña se destruyeron 19.700, por tanto en el resto se crearon 107.200. Es decir, el empleo creado en el conjunto, Cataluña aparte, fue de funcionarios y asimilados en su abrumadora mayoría. Lo más preocupante es que así seguirá en los próximos meses, predijo el martes el secretario de la Seguridad Social, Octavio Granado: el sector más generador de puestos de trabajo será el de los servicios sociales, tan vinculados a la iniciativa de la Administración (Ley de Dependencia).

Si Cataluña es la excepción y ojalá que el heraldo, se debe al menor peso del sector servicios que en la media (sobre todo públicos, cinco puntos menos) y al mayor de la industria (dos puntos más), que aún sería superior (unos tres puntos adicionales) si le reagregásemos los servicios a la industria externalizados desde el cambio de siglo (L'economia catalana: fets estilitzats, Generalitat, 2010).

En suma, la recuperación se avizora mediante un modelo más manufacturero/y/de/servicios que de/servicios/y/público. Por una razón capital: el presente, y el futuro, si los hay, vienen de la mano de la demanda externa, más que de la interna. Y la demanda externa, de la industria, que es la que exporta. Y de los 11 sectores en que se desglosa la actividad industrial, siete los lidera Cataluña: material de transporte, equipo eléctrico, química, papel y edición, alimentación, plástico, maquinaria y equipos mecánicos. Benditas chimeneas sin humos.

La deuda española no va tan mal

Nuestros bonos y obligaciones han gozado de una fuerte demanda en un año muy difícil. Las subastas de diciembre han ratificado su buena salud, pese a las agoreras amenazas de ciertas agencias y algunos medios

Josep Lluís Sureda fue miembro del Consejo Ejecutivo del Banco de España entre 1985 y 1994 - EL PAÍS - 12/01/2011

El endeudamiento público español es inferior al de Francia, Alemania, Reino Unido e Italia

Se concede inmerecida credibilidad a lo que dicen agencias de calificación de probado fracaso

En 2010, la deuda pública española a medio y largo plazo ha gozado de una fuerte demanda y ha sido emitida a unos tipos de interés medios más reducidos que los vigentes 3, 10 o 15 años atrás, con la particularidad de comportarse así en un año en que la crisis de la deuda soberana en Europa cobraba especial relevancia dentro de los intentos apenas soterrados de desestabilización de la eurozona. Este comportamiento ha sido confirmado por los resultados de las últimas subastas del año, una de bonos a tres años, realizada a principios de diciembre, después de una semana de turbulencias en los mercados secundarios, incluidos fuertes ataques especulativos contra la deuda española, y las otras dos de obligaciones a 10 y 15 años, realizadas a mediados de diciembre después de que una agencia de calificación osara anunciar con estruendo mediático que podría rebajar la calificación de estos bonos y obligaciones.

Según puede leerse en el Financial Times (2 y 16 de diciembre de 2010), el Tesoro español colocó unos importes situados dentro de los márgenes previstos y los inversores habían solicitado 2,27 veces el importe colocado de bonos a tres años, 1,7 veces el de las obligaciones a 10 años y 2,5 veces el de las obligaciones a 15 años, demandas que caracterizan lo que los expertos llamarían unas subastas robustas. El corresponsal de FT detalla también que los tipos de interés medio de estas emisiones fueron superiores a los de las subastas a los mismos plazos realizadas en los meses de octubre y de noviembre, dato del que se vale aparentemente para rebajar el signo de buena salud que desprende la robustez de la demanda, pues sostiene que los mayores rendimientos que se han tenido que pagar en diciembre serían la prueba de la "persistencia de las dudas del mercado acerca de la solvencia de las economías periféricas de la eurozona". Como es obvio, la diferencia de rentabilidades entre diciembre y octubre/noviembre indicaría, en todo caso, que en el mercado secundario persiste el ataque de los especuladores contra la deuda española, circunstancia poco relevante cuando se trata de juzgar la solvencia de nuestras finanzas públicas.

Esta solvencia podría suscitar dudas si la evolución de los tipos de interés en el mercado primario o la evolución del volumen del endeudamiento indicaran la posibilidad de un crecimiento descontrolado del coste de financiación. Desde esta doble perspectiva, tal posibilidad está lejos de asomar y los datos relevantes confirman que la confianza en nuestra deuda que los inversores del mercado primario han ratificado con sus demandas de diciembre está bien fundada.

Desde la creación de la eurozona, el tipo de interés medio de emisión de los bonos a medio plazo que a fines de 1999 era de 5,29% ha caído hasta el 2,99% a fines de octubre de 2010 (último dato publicado por el Tesoro) y el de las obligaciones a largo plazo en ese mismo periodo ha pasado de 7,45% a 4,56%. Esto sugiere que la deuda emitida hace 3, 10 y 15 años a estos plazos puede estarse refinanciando en diciembre de 2010 a tipos de interés inferiores a los de entonces.

En cuanto a la magnitud del endeudamiento, según la notificación publicada por Eurostat el pasado 22 de octubre, al finalizar el año 2009, 11 Estados de la UE superaban el límite de endeudamiento del 60% del PIB, entre ellos Alemania (73,4%), Francia (78,1%), Reino Unido (68,2%), Bélgica (96,2%) e Italia (116,0%). A su vez, España (53,2%) no lo había alcanzado, y si lo superara a fines de 2010 (en junio estaba en el 56,7%) no dejaría de mantener la notable diferencia con esos otros países, periféricos o no, sobre cuya solvencia "el mercado", al parecer, no tiene dudas.

Frente a los datos reseñados, difundidos por organismos públicos, se vocean con desmesura las oscilaciones de la diferencia (spread) de rentabilidad entre las obligaciones españolas a 10 años y el bono alemán del mismo vencimiento, oscilaciones determinadas por la variación de sus cotizaciones en el mercado secundario. Hablo de desmesura porque el rápido incremento de las emisiones de deuda soberana con motivo de la crisis, los problemas de sostenibilidad fiscal de Grecia e Irlanda y la multiplicación de las operaciones especulativas dirigidas a socavar la estabilidad de la eurozona han afectado negativamente la eficiencia de los mercados secundarios de sus países miembros. El resultado ha sido la aparición de serias distorsiones en las cotizaciones y, en consecuencia, el deterioro de la significación de las oscilaciones, al alza o a la baja, del spread de la deuda de algunos países con el bono alemán.

A ello puede añadirse la falta de fundamento de la insistencia en incluir a España entre los países periféricos de la eurozona sobre cuya solvencia persisten las dudas del mercado. Lo artificioso de esta inclusión queda de manifiesto analizando los datos que publica Eurostat acerca de los rendimientos medios en los mercados secundarios de los bonos soberanos con vencimiento alrededor de los 10 años: en el pasado mes de noviembre, la diferencia de rentabilidad del bono griego (11,52%) respecto del alemán (2,53%) expresada en puntos básicos fue de 899pb, la del irlandés de 569pb (8,22%) y la del portugués de 438pb (6,91%). Carece de lógica esa insistencia en alinear a España con este grupo de países cuando la diferencia de rentabilidad del bono español (4,69%) respecto del alemán fue de 216pb (2,16 puntos porcentuales) y el bono italiano (4,18% de rentabilidad), que se cayó de la periferia, solo está 51pb por debajo del bono español.

Las calificaciones de las agencias de rating de créditos (CRAs en sus siglas inglesas) constituyen otro elemento al que se recurre inmerecidamente para alimentar dudas sobre la solvencia de las finanzas públicas españolas. Tal circunstancia obliga a evocar el descrédito en que se sumieron los ratings cuando se comprobó que los conflictos de intereses en que se movían las agencias, la falta de control interno y de transparencia y las carencias de su auditoría externa habían desembocado en las máximas graduaciones concedidas a los nuevos activos financieros que tanto contribuyeron a la formación de la burbuja que estalló en el verano de 2007. Por ello, desde la primera cumbre del G-20 en noviembre de 2008, el compromiso de adoptar regulaciones fuertes para mejorar la transparencia y la supervisión de las CRAs figuró como una prioridad de la imperiosa reforma de las regulaciones financieras que se acordó; en la cumbre de Toronto (junio de 2010) este compromiso se extendió acertadamente a la eliminación de las referencias a calificaciones externas que se hacían en las normativas financieras, referencias que suplantaban responsabilidades correspondientes a las autoridades reguladoras y a los consejos de administración de las entidades financieras para depositarlas en las CRAs.

En las organizaciones internacionales competentes, en la UE y en algunos Estados se trabaja ahora en la regulación más fuerte de la conducta de estas entidades y de los organismos encargados de su vigilancia y supervisión. En los mismos Estados Unidos, la ley de reforma financiera firmada por el presidente Obama el pasado 22 de julio (Dodd-Frank Act) institucionaliza una oficina de supervisión de las agencias, con potestad sancionadora y capacidad para dictar normas reguladoras de la conducta de las mismas, y establece reglas para mejorar la competencia y para eliminar las referencias expresas a los ratings en la normativa reguladora de la actividad financiera.

Sin duda, los mercados secundarios recuperarán su eficiencia cuando los especuladores se convenzan de la inutilidad de sus ataques contra el euro y, por su parte, las agencias tienen la oportunidad de recuperar la confianza perdida entre los inversores si acomodan su conducta a las nuevas regulaciones cuando estas entren en vigor y funcionen los organismos de vigilancia. Entonces habrá llegado el momento de recurrir a las cotizaciones de aquellos mercados y a los ratings de las agencias para confirmar, nunca para rebatir, lo que indican los datos difundidos por organismos públicos de rigor acreditado.

Cuando todo esto pase...

Manuel Sanchis i Marco profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia - EL PAÍS - 05/01/2011

Si no ajustamos y recapitalizamos nuestra economía, nos espera un decenio perdido

La Cumbre Europea de diciembre ha sido una ocasión perdida

Esta es la frase que más he oído en los últimos meses en España. Cuando la gente la pronuncia quiere que termine pronto la pesadilla en la que se ha convertido la crisis, para poder volver a la normalidad. Sin embargo, tenemos que escapar cuanto antes de este remolino intelectual que nos engulle, y que envilece nuestra conciencia sobre la situación económica en la que estamos. El mundo económico que hemos conocido hasta 2007 nunca volverá. Si no ajustamos y recapitalizamos nuestra economía, nos espera un decenio perdido, años de austeridad y estancamiento económico con riesgos de deflación como Argentina o Japón. ¿Qué hacer?

La conducta desestabilizadora de los inversores internacionales obedece a las lúgubres perspectivas de nuestra economía, en la medida en que estas afectan a la solvencia y a la liquidez de los bancos e, indirectamente, al sector público. También les preocupa el endeudamiento del sector privado y la opacidad de las finanzas regionales y municipales. ¿Qué estrategia podríamos seguir para que la prima de riesgo detenga su escalada hacia el nivel de riesgo de impago? Disipar aquellas incertidumbres y, siguiendo el ejemplo de Islandia, dejar quebrar aquellos bancos mal gestionados a fin de que los accionistas y los acreedores -bancos alemanes, franceses, y holandeses- sufriesen las pérdidas que resultasen de sus decisiones equivocadas de inversión, pero protegiendo siempre a los depositantes. Aunque esto pudiese infundir temores adicionales sobre nuestra deuda pública, o provocar ondas expansivas en el interconectado sistema bancario de la eurozona, la lógica económica obligaría al sector privado, y no al contribuyente ni al depositante, a pagar los platos rotos. El sistema que ahora prevalece en la Unión Europea, sin embargo, protege la acción irresponsable de la banca cuando presta dinero. Mientras no cambie, los bancos no tendrán buenas razones para cambiar su comportamiento.

Otra línea de acción consistiría en solicitar un rescate en el futuro, pero esto no atacaría las causas fundamentales del débil crecimiento, y constituiría una distracción que agravaría la situación. Más financiación significaría más deuda y más intereses a devolver, lo que mantendría alta la prima de riesgo soberano -como la experiencia irlandesa nos demuestra-, reduciendo nuestra capacidad para financiar la economía y empeorando las perspectivas de crecimiento. Además, un rescate no eliminaría el riesgo de impago soberano del Gobierno. ¿Qué pasará cuando, como sostienen algunos analistas, el rescate de Irlanda requiera más de los 85.000 millones obtenidos, una cifra demasiado pequeña para evitar la insolvencia cuando, dentro de unos años, se tenga que rembolsar dicha deuda? En España, un rescate eficaz requeriría un programa de ajuste con reformas estructurales y fiscales pendientes. Por ello, lo prudente sería acceder a un rescate limitado pero con bastante ajuste. Así, una ayuda escasa evitaría endeudarnos demasiado, y haría políticamente más soportables las condiciones de ajuste, al venir impuestas desde fuera.

Aunque en términos macro-económicos no necesitamos, por ahora, un rescate, las elevadas necesidades de capitalización de la banca (70.000-120.000 millones) y la transformación de 180.000 millones de euros en activos bancarios de dudosa solvencia en un futuro cercano, son argumentos que pesan en las decisiones del inversor. Estas cautelas elevan la prima de riesgo y el coste de la financiación, y ponen en peligro nuestros fundamentos macroeconómicos y las expectativas de recuperación. El mejor modo de combatirlas consistiría en recuperar la reputación y la credibilidad. ¿Qué nos ayudaría a recuperar la credibilidad? Una parte nos atañe a nosotros, y otra, a la UE y al dueto franco-alemán. La Cumbre Europea del 16-17 de diciembre ha sido una ocasión perdida. La Unión Europea no ha dado un impulso político para avanzar hacia una mayor integración fiscal que, al final, terminase desembocando en un presupuesto federal. Así, cuando se produjese una perturbación macroeconómica asimétrica serían posibles transferencias de renta desde las zonas/países en expansión hacia las zonas/países deprimidos, como ocurre con California con respecto al presupuesto federal de Estados Unidos.

El coste de salir del euro es tan exorbitante para los que salgan como para los que se queden. Por eso, el dueto franco-alemán debe valorar hasta qué punto les conviene poner en peligro al euro. ¿De dónde obtiene Alemania su superávit exterior? ¿Cuánto sufrirían los bancos alemanes o franceses si España o Italia se declarasen insolventes? Los bancos franceses, por ejemplo, están muy expuestos con Italia. Tensar en exceso la cuerda, bloqueando la propuesta de eurobonos o subestimando el tamaño del fondo de rescate, podría no ser muy racional y elevar el rendimiento de los bonos alemanes o franceses. ¿Debemos seguir dejando la federalización de Europa en manos de los mercados financieros, o recuperarla para el ámbito de la política?

Al Gobierno le incumbe trabajar con la máxima transparencia y reconstruir su reputación, anunciar públicamente el calendario de reformas, demostrar con hechos su determinación para acabar con políticas espasmódicas y establecer una estrategia de crecimiento, ambiciosa pero creíble, que arranque por las exportaciones. Yerra cuando, en sus previsiones para 2011, fía la reducción del déficit público a la reactivación del consumo privado, porque la secuencia habitual del ciclo se manifiesta primero a través de las exportaciones, después la inversión y, solo al final, el consumo privado.

La recuperación de las exportaciones pasa por mejorar el acceso al crédito y recuperar el 10-15% de la competitividad perdida con la eurozona desde 1999. Esto último supone reducir, en la misma cuantía, el diferencial de costes laborales unitarios durante varios años, para seguir después con crecimientos paralelos de costes laborales y productividad. Estrechar el diferencial obligará a un crecimiento de los costes laborales reales inferior al de la productividad. Aunque esta última ha mejorado, es probable que ello se deba más a la fuerte destrucción de empleo que a ganancias genuinas de productividad. En cuanto a los costes laborales, el diferencial de remuneración por asalariado con la eurozona solo ha comenzado a menguar a partir del segundo trimestre de 2010 debido, en parte, al suave ajuste salarial del sector público. Pero sigue faltando un ajuste salarial en el sector privado. Otra vía donde hay margen para estrechar el diferencial de costes laborales es la reducción de la fiscalidad sobre el trabajo (contribuciones sociales, indemnización por despido y otros impuestos), lo que incentivaría la contratación de mano de obra. También ayudaría reformar la negociación colectiva y disminuir significativamente el impuesto de sociedades.

El Gobierno debe estar resuelto a terminar con la opacidad financiera de las comunidades autónomas y ayuntamientos, y anunciar que no rescatará a las que estén sobreendeudadas. Todo ello, al margen de la calculada ambigüedad con la que este asunto está contemplado en la normativa vigente, y de que el Protocolo sobre déficit excesivo del Tratado de Maastricht considere como deuda la perteneciente a la Administración central, regional, local y a los fondos de la Seguridad Social. En cuanto a los ingresos por las privatizaciones recientes, no computan para reducir el déficit según el Tratado, pero sí reducen deuda, cuando lo que tenemos es un problema de déficit y no de deuda. Hacemos caja cuando lo que quieren ver los inversores para seguir prestándonos dinero es un ajuste y una estrategia que siente las bases de una recuperación que incluya la recapitalización de la banca. Por último, se debería terminar con la valoración de los activos inmobiliarios a precios irreales que realizan las instituciones financieras, y con las ayudas que, mediante el acceso a condiciones privilegiadas de financiación, reciben del FROB algunas instituciones sobreendeudadas. Evitaríamos así repetir el error irlandés de salvarlas, pues se deben limpiar los activos inmobiliarios para que se recupere la economía, no al revés.

Todo ello reclama un impulso y dirección políticos de nuevo cuño que acometa las acciones señaladas, dé a España un plus de credibilidad que alivie la presión sobre el bono español y nos permita salir de la tolvanera mental que encenaga nuestra percepción sobre la gravedad de la crisis.

Euro, Europa

SAMI NAÏR - EL PAÍS - 02/01/2011

La imperfección del modelo monetario escogido ha llevado a Europa al borde del abismo

En 2010, la crisis del euro ha puesto en evidencia la crisis de Europa como proyecto. Y sabemos que el rescate provisional de ciertos Estados atacados por los mercados financieros es frágil y está basado en unos compromisos llenos de segundas intenciones entre las naciones europeas. Europa está enferma; algunos susurran incluso que está acabada, aunque no lo sepa todavía.

Eso es sacar conclusiones antes de tiempo, si bien la gravedad de la enfermedad es innegable. El euro, puesto al servicio de las monedas más fuertes, no ha resistido a la crisis financiera internacional. Al estar sometido a los ataques de los inversores, que aprovechan la crisis que ellos mismos han provocado para obtener aún más beneficios, el euro ha sido desestabilizado de forma duradera. Las causas de esta vulnerabilidad son conocidas: divergencias de desarrollo, endeudamientos insostenibles, altos tipos de interés, no aplazamiento de la bajada de los tipos cuando interviene sobre los préstamos bancarios, etcétera. Estas disfunciones monetarias no son solamente perturbaciones técnicas; son en realidad los síntomas de una crisis sistémica duradera en el seno mismo de un sistema monetario mundial dominado por tres grandes monedas nacionales: el dólar estadounidense, el yuan chino y el yen japonés.

Si queremos admitir esta realidad (que no es evidente para quienes continúan regodeándose en el dulce sueño europeísta), las consecuencias que se deducen de ella son nada menos que preocupantes para el futuro europeo. La primera y sin duda la más importante es la siguiente: el euro como moneda única, al igual por otra parte que el mercado único que lo sostiene, solo son elementos parciales del proyecto europeo y no pueden reducirse a él. Ni, sobre todo, sustituirle. Si el euro ha entrado en crisis es porque el proyecto europeo que lo sostiene, institucional o ideológico, no ha sido capaz de protegerle eficazmente, ya que el euro no es más que un instrumento de Europa, y no su esencia. Hay pues una imperfección estructural que hace falta escrutar para proteger mejor al euro. Esta imperfección no se debe ciertamente al carácter derrochador de ciertos Estados (¿cabe recordar aquí que España ha sido el mejor alumno del Pacto de Estabilidad Europeo desde hace aproximadamente 10 años?), sino a la misma arquitectura europea. La moneda es gestionada por un Banco Central cuyo objetivo único es la reducción de la inflación (menos del 2%), mientras que la Comisión de Bruselas impone el rigor recesivo para permitir a este mismo banco que asiente su dogma: reducción del déficit presupuestario (3%) y control de la deuda pública (menos del 60 %). En dos palabras, las dos instituciones, sin embargo dotadas de una capacidad a la vez institucional y presupuestaria para promover si quisieran una política proactiva de crecimiento, hacen el mismo trabajo: disciplina monetaria para favorecer un euro fuerte mortal en la competitividad mundial, parálisis de las funciones redistributivas de los Estados nación fomentando así la privatización de los servicios de interés general en la zona euro.

En este esquema institucional, el Consejo Europeo queda reducido a interpretar el papel de bombero y, desde el punto de vista de esas dos instancias "independientes" de los Estados, de zoco donde se regatean como último recurso los intereses de unos y otros. Pero hemos visto durante esta crisis que son en realidad los Estados, sobre todo los más potentes, quienes han salvado al conjunto del sistema imponiendo además sus puntos de vista. La imperfección del modelo monetario escogido, es decir, una moneda desconectada de la economía global y real del conjunto de los países de la zona euro, ha llevado a Europa al borde del abismo. Más concretamente, una moneda que no está inserta en un proyecto político global, serio y que estructure el futuro europeo está condenada a sufrir ataques masivos por parte de los especuladores, que saben que antes de cada decisión y reacción europea hará falta una negociación entre Estados. La moraleja es que hay que revisar la arquitectura europea para dotarla de un sistema de decisión más reactivo y que haga ver con claridad en esta guerra de las economías y las monedas que llamamos "globalización" que hay un piloto en el avión europeo, y que sabemos en qué dirección debe ir este avión. Pero este piloto no debe ser en ningún caso un simple técnico, ya que Europa no es solamente un mercado, sino un proyecto que implica el acuerdo y el consenso de todos los pueblos europeos. Poner la política y la voluntad de los pueblos en el puesto de mando de la construcción europea es la lección más importante de este año 2010.

La invitación china a Europa

JEAN-MARIE COLOMBANI - EL PAÍS - 11/01/2011

Ante una dominación chino-estadounidense, por suerte, Pekín parece preferir un G3

Un clavo saca otro clavo. Casi no habíamos tenido tiempo de celebrar la entrada en materia del mecanismo de estabilidad (cuya primera emisión, en beneficio de Irlanda, fue bien recibida por los mercados) cuando surgió otro temor: el del alza del precio de las materias primas.

Hasta ahora, el temor a un agravamiento de la cuestión de la deuda soberana de los países de la Unión Europea había sido dominante. Por una parte, Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía, que nunca se pierde una ocasión para anunciar algo alarmante, persiste en pretender que la UE debería duplicar los fondos movilizados (casi un billón de euros); de no ser así -dice él-, ni la misma existencia del euro estaría garantizada. Por otra, la Reserva Federal estadounidense resalta en sus debates internos que la recuperación norteamericana -cuyo elevado ritmo se sitúa alrededor del 4%- podría verse amenazada "por las consecuencias del agravamiento del problema de la deuda soberana europea". Y, para cubrir su primer empréstito a corto plazo, Portugal se ha visto obligado a consentir unos altos intereses sobre su deuda.

¿Cómo podría ser de otro modo? Todos aquellos que, en el contexto anglosajón, quieren poner a prueba, país por país, la capacidad defensiva de la zona euro, van a seguir atacando. Ahora bien, ¿qué es lo que hemos visto? Que, pese al retraso (la especulación siempre lleva ventaja) y tras muchas vacilaciones y tergiversaciones, especialmente de Alemania, los europeos han construido poco a poco su red de seguridad. Guiados por el Banco Central Europeo (BCE), han salido adelante; y están decididos a seguir haciéndolo: en sus mensajes de Año Nuevo, Merkel y Sarkozy expresaron una misma voluntad. Esperemos que se concrete en 2011 en un verdadero federalismo presupuestario y financiero.

Mientras, vuelve a abrirse otro frente: el del precio de las materias primas. Recordémoslo: la subida del precio del trigo y el arroz provocó en diferentes lugares del planeta los llamados "motines del hambre" y fue el signo precursor de la crisis financiera. Ahora bien, los precios de las materias primas agrícolas están volviendo a su nivel del verano de 2008; y el del barril de petróleo ya se acerca a la barrera fatídica de 100 dólares. Es motivo de preocupación, pues el precio del barril es lo que más influye en nuestras economías y, evidentemente, una subida demasiado fuerte puede ralentizar el frágil ritmo de la recuperación. A escala de la UE, por ejemplo, el suplemento de gastos inducido por un barril a 100 dólares representa la suma de las deudas griega y portuguesa. Y eso le costaría a la UE al menos medio punto de crecimiento. Esta subida es la que más influye en el índice de los precios. E inmediatamente vuelven a surgir dificultades políticas: el que en 2010 la subida de los precios haya rebasado el umbral del 2% (2,2%) implica, sobre todo en especial para Alemania, una presión sobre el BCE para que suba sus tipos de interés. Sería el peor escenario posible, pues, en el contexto actual, una subida de los tipos ralentizaría el crecimiento. Esta tendencia al alza de los precios de las materias primas anuncia, tanto en Europa como en EE UU, un año 2011 difícil para los consumidores y que podría realimentar las dudas sobre el crecimiento.

La única buena noticia viene del lejano pero cada vez más próximo oriente: China se está convirtiendo en un socio político clave para Europa. Todo se desarrolla como si China hubiera decidido desmentir a los pájaros de mal agüero que nos prometían un futuro de aislamiento para Europa a raíz de la nueva dominación chino-estadounidense, el G-2. Pero, por suerte, China parece preferir un G-3. Un juego a tres bandas que permite, entre otras cosas, hacer avanzar en el seno del G-20 la voluntad compartida por China y los europeos de instaurar una mejor regulación y vigilancia del sistema monetario internacional.

Dos factores objetivos explican el enfoque chino: por una parte, no perder un buen cliente para sus exportaciones; por otra, reforzar la zona euro encaja mejor con la doctrina monetaria china, que también es favorable a los movimientos controlados, lo que le permitiría reevaluar su moneda a su ritmo, en lugar de la brutal reevaluación que reclama EE UU. También cabe destacar un indiscutible componente de "revancha histórica" por un país que, en el siglo XIX, conoció un principio de colonización a través de las factorías europeas y hoy compra factorías en Europa. Pero todo esto se inscribe en un contexto de interdependencia bienvenida. Y para los europeos representa la oportunidad histórica de un juego más abierto, de una Europa a la que China invita a ocupar su lugar, en vez de aceptar verse marginada algún día.