lunes, 17 de enero de 2011

Obama en Tucson

El discurso del presidente puede marcar el fin del sectarismo que ha impuesto el Tea Party

EDITORIAL - EL PAÍS -14/01/2011

Barack Obama ha conseguido conmover a una mayoría de norteamericanos con un discurso en Tucson sobre la matanza perpetrada por Jared Lee Loughner, en la que resultó herida la congresista demócrata Gabrielle Giffords. Sobre ese mismo suceso, Sarah Palin ahondó aún más la división entre sus defensores y sus adversarios. Los efectos opuestos de una y otra intervención tienen que ver con la experiencia, la formación y las habilidades retóricas de ambos protagonistas, entre los que no cabe comparación personal ni institucional digna de tal nombre; pero tienen que ver, además, con dos modos irreconciliables de entender la política.

La matanza de Tucson fue obra de un joven al que la policía calificó de "inestable". Si su crimen ha conmovido a Estados Unidos es porque el clima político auspiciado por el Tea Party hacía verosímil que se tratase de un atentado político. Que finalmente resultase ser la acción de un perturbado ha permitido a los norteamericanos un suspiro de alivio, pero les ha empujado a una obligada reflexión sobre los límites del debate político. Para el Tea Party todo valía antes de la matanza y, a juzgar por sus reacciones, también después, cuando sus representantes se presentaron como víctimas de una clase dirigente que traiciona las esencias de la nación. Para Obama, los demócratas y la mayoría de los republicanos, el debate político no se propone distinguir entre buenos y malos norteamericanos, sino entre mejores y peores argumentos.

El discurso de Obama en Tucson podría marcar un punto de inflexión que liberase a la política norteamericana de la espiral de sectarismo al que la ha arrastrado el Tea Party. El presidente estuvo a la altura que requería la ocasión, lo mismo que el Partido Republicano al sustituir en el Congreso una votación contraria a la reforma sanitaria, la bestia negra de los seguidores de Palin, por una moción de condena de la matanza. Pero no se puede subestimar la capacidad de un movimiento que, como el Tea Party, prefiere los eslóganes a los argumentos. Cuando Palin recurrió a una expresión como "libelo de sangre" en respuesta a quienes la responsabilizaban directa o indirectamente de lo sucedido en Tucson, no pretendía solo colocarse en el lugar de los judíos perseguidos, sino también identificar a sus adversarios con el nazismo, contra el que cualquier medio parece legitimado.

Si la reflexión sobre los límites del debate político abierta tras la matanza de Tucson no consigue aislar al Tea Party, puede que la democracia norteamericana no tarde en enfrentarse a uno de sus recurrentes capítulos oscuros. Hasta ahora, los controles ejercidos por las Cámaras, la justicia y la opinión pública siempre funcionaron, y es de esperar que en esta ocasión también lo hagan. Pero no será trivializando la virulencia de los discursos del Tea Party, ni minusvalorando la eficacia de sus eslóganes, como se ponga freno a su creciente presencia en la vida pública de Estados Unidos.

Obama recobra la iniciativa política con su discurso en Tucson


El presidente apela al civismo y a superar el extremismo partidista

YOLANDA MONGE (ENVIADA ESPECIAL - EL PAÍS) - Tucson - 14/01/2011

Obama insufló alivio y esperanza. "Sus palabras curan", dijo un asistente

El país tenía necesidad de consuelo y el presidente acudió en su rescate al epicentro de una tragedia que promete alterar el escenario político en Estados Unidos. Barack Obama no solo vino a Arizona para unirse al dolor de las víctimas del tiroteo, lo que hizo de la forma más convincente. El presidente cruzó el país desde el nevado Washington hasta la soleada Arizona para convocar a todos los norteamericanos al civismo, al debate mesurado y pacífico de las ideas. Arrinconados quedaban los republicanos en su extremismo. Obama reasumía plenamente la iniciativa política.

"En un momento en que nuestro discurso se ha polarizado bruscamente -cuando insistimos en arrojar la culpa de los males del mundo a los pies de todos aquellos que piensan de manera diferente a nosotros- es muy importante que nos detengamos un momento y nos cercioremos de que nos hablamos de una forma que cura, y no de una forma que hiere", proclamó Obama en la mejor versión de sus conocidas dotes para la retórica.

El presidente obró el milagro de transformar la sangre en esperanza en un momento que definirá su presidencia. Obama levantó de sus sillas a las más de 14.000 personas que habían esperado más de ocho horas para acceder al recinto cerrado del McKale Center. Otras 13.000 personas fueron reconducidas al adyacente estadio de fútbol -la noche del desierto se tornó muy fría- debido a la falta de espacio en McKale. Millones más vieron el discurso por televisión y se sintieron reconfortados, como ya empiezan a demostrar las encuestas, por haberse reencontrado con el presidente que siempre habían soñado.

La necesidad de consuelo y la entrega del público eran tales que en ocasiones el ambiente se volvió festivo, como si los presentes quisieran olvidar la razón por la que allí se encontraban: la muerte de seis personas -entre ellas una niña de nueve años-, la bala que ha atravesado la cabeza de una congresista y las graves heridas -físicas y psicológicas- que sufren otros 14 ciudadanos por los actos irracionales de un joven de 22 años, Jared Lee Loughner, armado con una poderosísima arma de fuego. "Sonreír en la adversidad solo nos hace mejores y más fuertes, no es ningún pecado", decía Delores Combs, una mujer que consolaba a su marido -aunque impasible y sereno- acariciándole la espalda mientras ella no paraba de llorar entre una media sonrisa. "Sus palabras curan", decía Combs refiriéndose al discurso del presidente.

Hubo grandes momentos en el discurso de Obama, quizá el mejor de su presidencia. Momentos de esos que los historiadores presidenciales anotarán para la posteridad y sobre los que algunos ya han apuntado similitudes con las palabras curativas de Martin Luther King. "Lo que de ninguna manera podemos hacer es usar esta tragedia como una ocasión más para volvernos unos contra otros", reclamó Obama. "Usemos esta ocasión para extender nuestra imaginación moral, para escuchar al otro con atención, para agudizar nuestros instintos de empatía y recordarnos a nosotros mismos todas las maneras posibles en las que se enlazan nuestros sueños y esperanzas".

El presidente de todos los norteamericanos pidió algo que parecía imposible, pero convenció de manera unánime, a juzgar por los aplausos de unos presentes necesitados de guía. "Si esta tragedia genera reflexión y debate, como debería suceder, debemos asegurarnos de que están a la altura de aquellos a los que hemos perdido. Vamos a asegurarnos de que no entramos de nuevo en el típico hábito de la política de ganar puntos y de la mezquindad que siempre acaba diseminándose en el ciclo de vida de las noticias".

El mandatario dedicó unas palabras cargadas de esperanza a Gabrielle Giffords, la congresista herida, a la que visitó por la mañana. "Gabby abrió los ojos", reveló Obama. "Ella sabe que estamos aquí, que la queremos y que la estaremos apoyando en lo que será sin duda un camino difícil".

El presidente llamó a construir una América que esté a la altura de Christina Greene, la niña de nueve años que nació en la tragedia del 11-S para acabar muriendo bajo las balas de otro ataque fanático. "Quiero estar a la altura de sus expectativas", dijo Obama, con su voz apagada por los aplausos y el auditorio en pie en vítores. "Quiero que nuestra democracia sea tan buena como Christina la imaginó". Los ojos de Christina miraban como los de un niño, "sin la oscuridad del cinismo o la virulencia que los adultos aceptamos como normal en tantas ocasiones". Así sea.

Lee y escucha la trascripción del discurso de Obama en inglés:


Cuando toda una nación abre los ojos

ANTONIO CAÑO - EL PAÍS - 14/01/2011

El discurso de Barack Obama en el funeral de Tucson fue de tal impacto que la única duda que persiste entre los analistas es la de si se trata de uno de los mejores jamás escuchados en la historia o simplemente el mejor de esta presidencia. De lo que no hay duda es de que el país ha recuperado a un Obama que parecía perdido para siempre, y que ayer nació un nuevo tiempo político en Estados Unidos.

Lo dicen en la derecha y en la izquierda. Rich Lowry, de National Review, un medio de referencia neocon, afirma que "Obama consiguió situarse por encima del rencor de ambos bandos, exactamente como un presidente debe hacer". Steve Lombardo, un encuestador del Partido Republicano y comentarista de Fox News, pronostica que "habrá un tiempo en el que miraremos para atrás y diremos que Obama se convirtió la noche del 12 de enero en el presidente que pensamos que podría ser". Charles Krauthammer, uno de los más fieros columnistas anti-Obama, admite que "esto puede cambiar la percepción que tenemos de él como presidente". "Es la responsabilidad de un presidente curar una herida nacional. Obama lo hizo en la noche del miércoles", asegura el editorial de The New York Times. James Fallows, de la revista The Atlantic, un emblema progresista, escribe que "las comparaciones con los discursos de Reagan después de la tragedia del Challenger y de Clinton tras la bomba de Oklahoma no sirven porque aquellos fueron solo para dar testimonio de pérdidas trágicas, mientras que el de Obama ha sido una celebración de los valores por los que se sacrificaron las víctimas".

Eso es, una celebración, un magistral rito democrático con el que, en 32 minutos, Obama consiguió ahuyentar los demonios de la división y el odio y sacar lo mejor de esta nación: su optimismo, la confianza en sí misma, su fe en el porvenir, su envidiable capacidad de reconciliación.

Es sorprendente lo que un buen líder político puede conseguir en un instante. La política habitual, siempre tan cínica y mediocre, hace olvidar el servicio que un hombre de Estado puede rendir a sus compatriotas en momentos difíciles, reconfortando, ayudando, orientando. Esta nación entró en la noche del miércoles apesadumbrada por la herida de Tucson y alarmada por el grado de enfrentamiento que vive la sociedad. Amaneció ayer, en cambio, confiada en que saldrá de esto robustecida, como de cada una de sus calamidades.

De repente, nadie quiere siquiera hacer alusión a las últimas declaraciones de Sarah Palin, perdidas ya en el túnel del olvido. De repente, el Congreso enmudeció y los republicanos no saben siquiera si reprogramar su temida votación contra la reforma sanitaria. De repente, también, las manos de la izquierda que inmediatamente después del tiroteo se alzaron para apuntar a la derecha volvieron a la posición de firmes.

¿Qué quedará de esto? Obama avanzará en las encuestas -ya lo está haciendo-, su reelección será mucho más factible y los republicanos, por un tiempo, serán más propensos a negociar. Sí, pero ¿qué quedará de verdad de esto? Con suerte, un país que, como Giffords, ha vuelto a abrir los ojos.