La revuelta ciudadana derroca a Ben Ali y esperamos que abra las puertas a la democracia en Túnez
La chispa que prendió en el pueblo tunecino de Sidi Bouziz tras la muerte de Mohamed Bouazizi, un licenciado en informática que trabajaba como vendedor ambulante y se inmoló como protesta por el maltrato que recibió de la policía, ha terminado derribando la dictadura de Ben Ali, ininterrumpidamente en el poder durante casi un cuarto de siglo. Ben Ali ha huido, cediendo el poder al primer ministro Mohamed Ghanuchi. Este podría presidir un Gobierno de transición hasta la celebración de elecciones democráticas, esperemos que sea un breve plazo.
Los tunecinos que han salido a las calles reclamando libertad, donde acabaron confraternizando: los manifestantes, con las fuerzas de la policía y del Ejército. Ahora necesitan el apoyo de la comunidad internacional, y especialmente la Unión Europea , que defraudaron a los demócratas tunecinos durante casi un cuarto de siglo, el tiempo que Ben Ali estuvo en el poder. En Túnez se decide a partir de ahora, algo que excede sus fronteras: si las democracias de los países desarrollados apoyarán a partir de este momento a los hombres y mujeres libres del Magreb o si seguirán prefiriendo, por miedo, cortedad o miopía, respaldar a quienes los reprimen a sangre y fuego invocando los fantasmas del islamismo y del terror.
- Una entrevista:
"Los tunecinos no somos talibanes"
G. Saura - LA VANGUARDIA - 15 de enero de 2011.
La defensa de la democracia le ha costado a la escritora y periodista Sihem Bensedrine (Túnez, 1950) ser encarcelada, torturada, amenazada de muerte, atacada a golpes ante la mirada impasible de la policía.
Refugiada desde hace un año en Barcelona, acogida por el PEN Català, ayer pudo al fin regresar a su país. "Por primera vez en mi vida en el aeropuerto no había policía política y no he tenido que soportar interrogaciones ni humillaciones", contaba en una entrevista telefónica.
Debe de estar muy feliz.
- Estoy muy orgullosa de mi pueblo. Esta revolución ha sido un acto heroico de los tunecinos, que han logrado poner de rodillas a esta dictadura podrida, vergonzosamente apoyada por Francia y Europa en nombre de la lucha contra el terrorismo islamista y la inmigración clandestina. Y lo han logrado de forma pacífica, blandiendo sólo pancartas y gritando eslóganes.
Y después de Ben Ali, ¿qué?
- Deben celebrarse unas elecciones libres. Pero lo más urgente es redinamizar las instituciones de la sociedad civil, que han quedado laminadas en estos 23 años bajo Ben Ali. Llevamos años sometidos a un terrorismo de Estado.
¿No teme que ahora se produzca un avance islamista?
- Siempre nos han hecho este chantaje: era esta dictadura o el islamismo. Esta revolución ha demostrado que los tunecinos no son talibanes: no ha habido ni un atentado en las cuatro semanas de movilizaciones, ni arengas islamistas. Es una bofetada para todos los expertos, todos los políticos que aseguraban que el pueblo tunecino sólo podía estar gobernado por la fuerza, que si no habría una deriva islamista. ¡Como si no hubiera demostrado su madurez para la democracia! El silencio de la comunidad internacional ha sido escandaloso.
Cuando se interviene hay acusaciones de injerencia.
- Francia critica a Costa de Marfil, a Mauritania. Todos condenaron a Birmania. A Irán por menos se le amenazó con la guerra. ¿Cuál es la diferencia? Ben Ali era el niño querido, un modelo para el mundo árabe. El diario israelí Haaretz ha escrito que peligra la estabilidad de la región. ¿Nuestra sangre no vale nada en nombre de la estabilidad? Este doble rasero es racista.
- Cuatro expertas opiniones:
La revuelta de los descamisados
SAMI NAÏR - EL PAÍS - 15/01/2011
El islamismo ya no se presenta como la solución, pues no ha cambiado la situación en estos 20 años
Debemos tomarnos en serio la revuelta de los jóvenes que sacude el Magreb desde hace varias semanas. Está llena de lecciones sobre la inversión de los valores y de las relaciones de fuerza en estos países. De entrada, los manifestantes sostienen en todas partes las mismas reivindicaciones: quieren trabajo, alojamientos, oportunidades de movilidad social que se correspondan con sus cualificaciones, a la vez que la libertad de poder expresarse sobre la situación en sus propios países. Estas aspiraciones se manifiestan con actos violentos porque justamente estos jóvenes no tienen derecho a hacerlo democráticamente. Lo que está en el origen de la violencia es, pues, la falta de democracia, y no una manipulación cualquiera o la maldad innata de unos "gamberros" desesperados.
Los regímenes dominantes en estos países se apoyaron, desde hace más de 25 años, en las clases medias que se formaron desde mediados de los años ochenta del siglo pasado. Pero el proceso de formación de estas clases dirigentes está bloqueado desde principios de los años 2000, y la gran mayoría de las generaciones nacidas en los años noventa se halla ahora en la imposibilidad de acceder al mercado de trabajo y, por tanto, a una mínima integración socio-profesional. De manera más general, incluso las viejas clases medias de los años ochenta han sufrido estos últimos años unos procesos de erosión y de empobrecimiento muy importantes. Pero a diferencia de las nuevas generaciones, esas viejas clases ya se benefician de un puesto, aunque sea precario, dentro del sistema social, mientras que a unos jóvenes diplomados y preparados para entrar en el mercado laboral se les niega incluso la situación de precariedad. Dicho de otro modo, la economía de estos países, tradicionalmente dividida entre un sector más o menos legal (en el que la corrupción, el enchufismo y el nepotismo son mayoritarios al lado de una delgada red de legalidad administrativa) y un vasto campo de marginalidad donde las clases pobres y populares van tirando gracias a actividades generalmente informales o regulares pero muy mal remuneradas, se ha hecho ahora insoportable y parece incluso más peligrosa que la muerte a la que unos jóvenes pueden exponerse, destrozando todo lo que tienen delante y alrededor suyo.
El hecho de que algunos prefieran quemarse antes que seguir viviendo en este infierno de lo imposible es enormemente significativo. Revela a la vez la desesperación y el rechazo absoluto a la injusticia, expresado con un acto que trasciende toda violencia y que remite al poder la imagen radical de su propia crueldad: la de la negación radical de toda vida humana.
El segundo punto importante es que estas revueltas abren un nuevo periodo en la protesta colectiva en el Magreb. En pocas palabras, desde principios de los años ochenta, hemos visto el islamismo constituirse como la caja de resonancia del rechazo a la dualización social y a la marginación política. Al confesionalizar la conflictividad social, su estrategia consistía en organizar prestaciones sociales paralelas desarrollando formas de solidaridad y de apoyo con vocación caritativa: hospitales, escuelas de barrio, pequeños empleos, etcétera. El objetivo era volver a ocupar un espacio social abandonado por el Estado, creando a la vez una organización parapolítica y una contrasociedad, que supuestamente prefiguraba la sociedad religiosa prometida. Pero esta estrategia ya no logra aparentemente captar las aspiraciones elementales de las jóvenes generaciones. Las reivindicaciones sostenidas por estos jóvenes encolerizados están totalmente laicizadas: quieren derechos sociales, civiles y políticos para asegurarse ellos mismos su vida aquí abajo.
El islamismo ya no se presenta como una solución, puesto que no ha logrado cambiar la situación en estos últimos 20 años. Es más, muchos jóvenes, concretamente en Argelia, se quejan de que están atrapados entre dos sistemas, en efecto, antagónicos pero de hecho cómplices: el del poder y el igualmente cerrado y corrompido de la contrasociedad islamista. Su principal reivindicación es clara: democracia y libertad de expresión.
Este es un momento crucial, que vacía de sustancia el argumento sostenido por los regímenes autoritarios según el cual toda contestación a su dominación le hace el juego a los islamistas. Harán por supuesto todo lo posible para "islamizar" esta protesta con el fin de reprimirla más fácilmente a ojos de las clases medias y de Occidente. Pues su temor es que esas clases medias se unan a la revuelta de los jóvenes desheredados. Estarán de todas maneras obligados a hacer volver al Ejército a primera línea y nadie sabe lo que este hará, pero nada nos dice que vaya a apoyar a unos regímenes autoritarios tan gravemente deslegitimados. Pase lo que pase, esta revuelta de los descamisados marca el surgimiento de un nuevo ciclo político en el Magreb.
Una prisión al aire libre: el legado de Ben Ali
Francis Ghilès investigador del Centro de Estudios y Documentación Internacionales de Barcelona (CIDOB) - EL PAÍS - 15/01/2011
En Túnez, el favorito del FMI, triunfa una protesta popular contra el paro y una dictadura corrupta
Preferir la "seguridad" a la democracia en el Magreb es un dislate
El levantamiento popular en Túnez, el más intenso desde su independencia de Francia en 1956, consiguió ayer el abandono del poder y la salida del país del presidente Zine El Abidine Ben Ali. Comenzó a raíz de que un joven vendedor callejero de verduras se quemara a lo bonzo hace tres semanas, cuando la policía de Sidi Bouzid confiscó su carrito carente de autorización. Los muertos fueron en aumento desde que Ben Ali ordenara la presencia del Ejército en las calles de Thala, Kasserine y Sidi Bouzid, en un intento de acabar con las manifestaciones contra el desempleo juvenil y el alza del coste de la vida. Hasta ese momento, el entonces jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, Rachid Ammar, se había negado a acceder a las demandas de Ben Ali de sacar las tropas a la calle. Lo echaron el pasado fin de semana y, según varias fuentes no oficiales en Túnez, fue sustituido por el jefe de los servicios secretos Ahmed Chbir. Docenas de personas han muerto en los últimos días en unas manifestaciones que terminaron por extenderse hasta la capital y la mayoría de las ciudades del país desde las ciudades del suroeste, donde la vida es mucho más difícil que en la costa, la parte de Túnez conocida por los millones de turistas extranjeros que visitan el país año tras año.
Lo que empezó como protesta contra el desempleo juvenil y el aumento de la precariedad social se convirtió en protesta política dirigida directamente contra Ben Ali. El desempleo afecta al 14% de la población pero se estima que duplica este porcentaje entre la población menor de 25 años, que es el 60% del total. Mientras tanto, el sistema educativo, que durante décadas constituía el orgullo del país, ha perdido calidad y ha sido alcanzado por la corrupción. Las licenciaturas y los empleos, incluidos los más especializados, se solían otorgar a los jóvenes más meritorios, pero hoy cualquier joven tunecino, por muy cualificado que esté, es difícil que consiga un trabajo si no tiene algún padrino dentro del sistema, o no está dispuesto a sobornar a alguien. Las familias del suroeste pobre, que han realizado enormes sacrificios para pagar una carrera a sus hijos, se encuentran con que licenciaturas duramente conseguidas no valen nada: los nuevos licenciados acaban como vendedores ambulantes o de portamaletas en los hoteles. Y la corrupción adquiere aspectos vejatorios: pequeñas propinas para obtener el favor policial, que eran cosa inaudita hace una generación, son hoy moneda común. Solo entre 2004 y 2008, el país ha caído del puesto 39º al puesto 61º en el baremo de Transparency International.
El ejemplo venía del ya ex jefe del Estado por diversas vías. Ben Ali, que gozaba de inmunidad vitalicia, hasta el jueves trataba de enmendar la Constitución para optar, a sus 74 años, a un sextomandato. El Estado de derecho ya estaba en entredicho cuando miembros de la familia gobernante, descritos en junio de 2008 en un cable de la Embajada americana filtrado por Wikileaks como una "cuasi mafia", presumían de una fortuna de dudoso origen de una forma tan escandalosa que el padre del Túnez moderno, Habib Bourguiba, jamás hubiese consentido.
La falta de respeto a la ley traspasaba las fronteras tunecinas. En mayo de 2006, el yate del antiguo presidente de Banque Lazard, Bruno Roger, fue sustraído en el puerto de Bonifacio, en Córcega, por mafiosos italianos. La investigación privada llevada a cabo por Seguros Generali lo localizó, repintado, en el puerto de Sidi Bou Said, a los pies de Cartago, sede del palacio presidencial. Dos sobrinos de Leila Trabulsi -la esposa de Ben Ali-, Imed y Moaz Trabulsi, fueron identificados como sospechosos de haber dado cobertura al robo. Años atrás la Interpol había intentado detener al hermano del ex jefe del Estado tunecino, Moncef, acusado de tráfico de drogas, pero escapó, tras haberse visto condenado a 10 años de prisión por un tribunal francés.
La rapacidad de la familia de la segunda mujer de Ben Ali, Leila Trabulsi, ha sido durante años la comidilla de cualquier cena elegante en Túnez. La cobertura de un Trabulsi era la llave mágica que daba acceso a jugosos contratos, a propiedades, empleos e influencia. Siendo Túnez un país pequeño, la información viaja a gran velocidad: la riqueza de la clase dirigente se exhibía de manera cada vez más arrogante mientras el tunecino medio atravesaba dificultades y la fuga de capitales se multiplicaba. Se estima que una cuarta parte de los 150.000 millones de dólares que han salido del Magreb desde 1990 procede del pequeño Túnez.
También los actores internacionales tienen su parte de culpa: el Fondo Monetario Internacional no se cansaba de poner a Túnez como ejemplo de buena gestión, una historia de éxito que debería inspirar a otros países árabes. Los presidentes franceses, sean de derecha o de izquierda, mantienen la misma actitud que denuncian los cables americanos: "Tanto Francia como Italia se resisten a presionar a Túnez". El ministro de Cultura francés, Frederic Mitterrand, decía que era una exageración considerar Túnez como una "dictadura", mientras que la ministra de Exteriores, Michèle Alliot Marie, no tenía inconveniente en ofrecer "ayuda técnica" para apaciguar a las masas. Todos pertenecen al importante lobby tunecino en París, siempre dispuesto a ponerse romántico evocando la tierra del jazmín y la sonrisa. Comentarios de este tipo contrastan vivamente con la posición norteamericana: Hillary Clinton fue la primera en manifestar su preocupación por la persistente violencia.
Los tunecinos disfrutan hoy de menos libertad de reunión, de expresión y de prensa que en los peores años de la represión colonial francesa. La tortura es cosa rutinaria, mientras Freedom House sitúa a Túnez por debajo de China, Irán y Rusia entre los peores lugares de la Tierra para la libertad en Internet. Con menos de 10 millones de habitantes, Túnez ha encarcelado a más periodistas que nadie en el mundo árabe. Con 170.000 miembros de las fuerzas de orden público, Túnez iguala a Francia, un país seis veces más poblado. Su policía es incluso más numerosa que en la vecina Argelia.
Como principal socia comercial e inversora en el país, la Unión Europea tendría que haber intentado influir en Ben Ali; pero, en vez de denunciar la situación, la UE continuó tratando a Túnez como socio privilegiado, digno de merecer un "estatuto avanzado". Esto significa reírse del autoproclamado respeto por la democracia europea y convierte a Europa en el gran hazmerreír de los muchos tunecinos de a pie. Estas actitudes son hipócritas.
Quizás nuestros líderes políticos estén convencidos de que la represión de meros tunecinos o, mejor, simples árabes es un precio barato a cambio de la sacrosanta estabilidad, pero, ¿qué pasa si esta estabilidad se ha construido sobre la arena? Seguramente mantener el mantra de "seguridad antes que democracia" como principio rector de la política europea y norteamericana en la región se acaba demostrando una equivocada y peligrosa elección.
Habib Bourguiba sería un autócrata, pero se aseguró que todos los tunecinos aprendieran a leer y escribir, y concedió, en 1957, unos derechos a las mujeres de los que no gozaban sus pares en la Europa del Sur en los años setenta. Tras obtener el poder de un enfermo Habib Bourguiba hace 23 años, Ben Ali se ha demostrado incapaz de ofrecer una visión para Túnez.
Hasta hace pocos años, el tácito pacto entre el líder y su pueblo era: pan, educación y salud gratuitos, aunque no libertad de expresión. Pero mientras el crecimiento económico no conseguía repartir riqueza y la corrupción se extendía de manera masiva, el clan dirigente nadaba en la abundancia sin pudor y el pacto se había quebrado. Contrariamente a lo que puedan estar pensando los líderes europeos, el futuro de la orilla sur del Mediterráneo se augura inestable. La política mediterránea de Europa reclama un replanteamiento general.
La voz del nuevo Túnez
JUAN GOYTISOLO - EL PAÍS - 16/01/2011
A diferencia de los demás países árabes, en Túnez Burguiba sentó la base de Estado laico y democrático
La revuelta de Túnez es la primera revolución democrática de los países árabes desde su acceso a la independencia. Las que se produjeron con anterioridad fueron fruto de golpes de Estado, a veces con amplio apoyo popular como fue el caso de la de Naser en Egipto y, más a menudo sin él, como en Irak en 1958 y Libia en 1969. Las aspiraciones democráticas de los líderes independentistas argelinos sucumbieron pronto, como sabemos, a la dictadura de un partido único sostenido por el Ejército. En la década de los sesenta los Gobiernos nacionalistas árabes sentaron las bases de un poder autoritario que tendía a perpetuarse en el molde de las nuevas dinastías republicanas (las de Sadam Husein, Hafez el Asad, Mubarak). En Marruecos, las tentativas golpistas contra Hassan II mostraban también que la alternativa a la monarquía alauí era una dictadura militar, como lo sería más tarde un régimen islamista, esto es, remedios peores que la enfermedad. La falta de educación cívica de los pueblos para los que la democracia era una palabra hueca importada de Europa explica las derivas autócratas de los regímenes árabes y el fracaso de revueltas populares como las de Casablanca en 1965 y 1980. El declive del nacionalismo y el auge del islam político fueron las causas asimismo de la sangrienta guerra civil que sacudió a Argelia en la década de los noventa.
No se puede pedir lo que se ignora. La democracia exige un conocimiento previo de los valores laicos que la alimentan. Y dicho conocimiento no existe en ningún país árabe con la profundidad y arraigo que tienen en Túnez. El Gobierno de Burguiba desde la independencia hasta los años ochenta sentó las bases de un Estado laico y democrático. Un sistema educativo abierto a los principios y valores del mundo moderno, el estatus de la mujer incomparablemente superior al de los países vecinos y un nivel de vida aceptable en comparación con estos, pese a la carencia del maná del petróleo, formaron una ciudadanía consciente de sus derechos. En ello estriba la diferencia existente entre Túnez y los demás Estados árabes de la orilla sur del Mediterráneo.
El declive del poder de Burguiba y el golpe de palacio de Ben Ali, llevado supuestamente a cabo para preservar la democracia se tradujeron al punto en una pesadilla orwelliana. Con el pretexto de cohabitar a la amenaza islamista y ganarse así el sostén incondicional de los países europeos, Ben Ali creó poco a poco un Estado policiaco cuyas redes se extendieron como una telaraña en el conjunto de la sociedad. Toda oposición política fue barrida sin piedad con métodos que recuerdan el peor despotismo. En mi última visita a Túnez hace ahora 11 años tuve ocasión de comprobar en persona el acoso que sufrían los demócratas que no se hallaban en la cárcel o en el exilio y la vigilancia policial de quienes entraban en contacto con ellos. Todo eso resultaba aún más chocante por tratarse de un país social y culturalmente avanzado, víctima de la paranoia del dictador y del insaciable afán de poder y riqueza del clan de su mujer, la tristemente célebre familia Trabulsi. La resignación de la sociedad a semejante presión y expolio no podía durar. La experiencia democrática del burguibismo había calado en ella y solo aguardaba la ocasión propicia para manifestarse. La acción conjugada de las filtraciones de Wikileaks, del gran número de tunecinos con acceso a Internet y a sus foros de discusión, de los ciberataques de los hackers de Anonymous que colapsaron las webs del régimen y de la inmolación por el fuego el 17 de diciembre en Sidi Bouzid de Mohamed Buazizi, un informático de 26 años en paro y cuyo puesto de verduras y frutas fue tumbado brutalmente por la policía por carecer de autorización para su venta, fueron el detonante de la explosión que ha derribado al dictador y abre un capítulo esperanzador en la historia de su país.
Todos los amigos del pueblo tunecino debemos felicitarnos por lo ocurrido y evocar el sacrificio de Mohamed Buazizi, el mártir a quien corresponde el honor de ser el héroe de un nuevo Túnez abierto, laico y democrático en el que nadie deberá prenderse fuego para hacer oír su voz.
Lecciones tunecinas para Europa
IGNACIO CEMBRERO - EL PAÍS - 16/01/2011
Europa no respaldó la estabilidad de Túnez sino que apoyó a una auténtica dictadura
Veintisiete días de revuelta popular han dado al traste con el régimen supuestamente más estable del norte de África porque era, junto con Libia, el que gozaba del más alto nivel de vida y había además aniquilado a los islamistas. Así era descrita la dictadura de Ben Ali en las cancillerías de Francia, Italia y España, los tres países europeos más afines a Túnez.
Si algo ha quedado claro tras el derrocamiento de Ben Ali es la enorme fragilidad de los sistemas políticos norteafricanos cuyos rasgos, de nuevo con la excepción de Libia, son bastante similares. Todos ellos reciben, sin embargo, un ciego apoyo de Europa, liderada por Francia, la principal antigua potencia colonial, y con el pleno respaldo de España e Italia.
Miguel Ángel Moratinos, ministro de Asuntos Exteriores español hasta octubre pasado, se enorgullecía de haber logrado que la Unión Europea otorgara a Marruecos, en 2008, esa relación privilegiada llamada "estatuto avanzado". Lamentaba, en cambio, que a la presidencia española de la UE no le hubiera dado tiempo, en 2010, a conceder a Túnez el mismo trato aventajado.
Esa apuesta ciega por Ben Ali Francia la mantuvo prácticamente hasta el viernes, el mismo día de su huida, casi como España. El 11 de enero por la noche, tres días antes del derrocamiento, el Ministerio de Exteriores español emitía un primer comunicado timorato en el que no condenaba el uso desproporcionado de la violencia por la policía ni tampoco pedía la liberación de los detenidos.
Antes de la caída de Ben Ali los pronunciamientos de París, Madrid y Roma ya se quedaban cortos, en comparación con los de Catherine Ashton, en nombre de la UE , y más aún de los emitidos por las diplomacias de EE UU y Canadá. Después del derrumbe de la dictadura tampoco "aplaudieron", con el entusiasmo de Barack Obama, "la valentía y la dignidad del pueblo tunecino".
Desde hace más de dos décadas, Europa no movió un dedo para animar a Ben Ali a flexibilizar su régimen -nunca amenazó con recurrir a la cláusula de derechos humanos del tratado de asociación de abril de 1995- ni tampoco ayudó a la oposición democrática a prepararse para el relevo. Para Ben Ali el camino quedó expedito. Su estrecha relación con la UE no le impidió dar nuevas vueltas de tuerca.
A finales de 1995, el presidente Felipe González viajó a Túnez, en plena represión de los socialdemócratas tunecinos, para firmar el tratado de amistad y cooperación bilateral. En público omitió denunciarla y solo recibió a sus correligionarios socialistas unos minutos, de pie, durante la recepción que ofreció en la residencia del embajador de España. Quince años después, el Ministerio de Exteriores negó, en noviembre, visados a varios disidentes tunecinos a los que IFEX, una ONG canadiense, había dado cita en Madrid.
Si en Túnez la oposición ha sido laminada es ante todo culpa de Ben Ali, pero también del sur de Europa incapaz de tender la mano a los demócratas. En otros continentes España actuó de otra manera. Los gobiernos, partidos y sociedad civil española jugaron un papel en el ocaso de las dictaduras de varios países de América Latina y lo intentaron también, en vano, en Guinea Ecuatorial, pero Teodoro Obiang resistió los embates.
El aplastamiento de la oposición dificulta ahora la transición en Túnez. La ausencia de una corriente democrática consolidada puede animar a algún colaborador del derrocado presidente a adueñarse del poder o dejar la vía libre a los islamistas. En Túnez tienen ahora poco peso, pero en Egipto (Hermanos Musulmanes) y en Marruecos (Justicia y Caridad), constituyen el grueso de la oposición.
A lo largo de los 23 años del régimen de Ben Ali, Europa no ha respaldado una auténtica estabilidad sino que ha apuntalado una dictadura que deja en herencia un erial político en el que pueden crecer las malas hierbas. Convendría que revise sus relaciones con los demás países norteafricanos y que secunde a los demócratas para que no suceda allí lo mismo en breve.