lunes, 31 de enero de 2011

Retórica o violencia: la sociedad incivil


L’insult, la violència verbal (o els que alguns en diuen retòrica), on és la frontera. Perd qualitat la democràcia, un nou debat obert, dins la societat (alguns la tracten aquesta d’incivil), al voltant de la política, les ideologies i les persones (o personatges) que purulent en els mitjans de comunicació i les tribunes mediateques; donant receptes del bé i del mal... Quatre opinions més que il·lustrades per polemitzar o centrar la discussió...     

Tres expertos debaten sobre la radicalización del discurso político en el mundo

EL PAÍS - 21/01/2011

La tragedia de Arizona ha puesto de manifiesto cuan delgada es a veces la línea que separa la retórica política de la violencia. La crispación, la estrategia de polarización para movilizar al electorado diseñada durante la Administración de Bush, ha encontrado imitadores también en España. Pero el precio de su éxito es una democracia de baja calidad.

Las ventajas de la polarización

José Ignacio Torreblanca profesor de Ciencia Política en la UNED

El atentado de Arizona ha puesto en primera plana la radicalización de los términos del debate político en nuestras democracias. Un tono generalmente grueso, cuando no apocalíptico, y deliberadamente simplificador parece dominar el debate político estadounidense. En radios, tertulias, discursos, mítines y programas televisivos se cruzan insultos, descalificaciones e incluso amenazas. Muchos se preguntan si Estados Unidos, que siempre fue considerado un paraíso civil debido a la madurez de su sociedad y sus instituciones, no es hoy simple y llanamente una sociedad "incivil".

El fenómeno no se circunscribe a Estados Unidos. En realidad, España ofrece una buena muestra de una política vociferante, reducida a eslóganes, huérfana de argumentos y donde ni hechos ni datos cuentan o bien son manipulados impunemente. Curiosamente, un país que ha vendido al mundo una transición de consenso, se encuentra, al menos desde el 11 de marzo de 2004, instalado en un ambiente de permanente crispación.

¿Qué explica la polarización? Tradicionalmente, los partidos con posibilidades de gobernar venían compitiendo por el centro del espectro político, por el llamado "votante mediano", un ciudadano modelo que en cada elección adjudicaba racionalmente su voto a cada partido tras haber sopesado la calidad de la acción de gobierno realizada, el programa electoral presentado y la credibilidad de los candidatos. Sin embargo, la fidelidad partidista del votante mediano no es muy elevada, lo que representa un problema para los partidos, que, al igual que las empresas hacen con las marcas, tienen que recurrir a técnicas de fidelización del votante. Ahí comienza el deslizamiento de la política hacia la publicidad, un camino donde la ideología juega un papel esencial puesto que refuerza la identificación de los votantes con los partidos. Como en los anuncios de automóviles donde no se habla del precio ni de las características sino del placer de conducir, los partidos necesitan que los electores estén dispuestos a votarles no solo cuando lo hagan bien, sino también cuando lo hagan mal, lo que solo harán si su ideología les impide cambiar de voto. De ahí la necesidad de polarizar.

En Estados Unidos, George W. Bush ganó por unos pocos votos las elecciones de 2000 compitiendo por el centro, pero arrasó en 2004 cuando siguió la estrategia de Karl Rove y construyó un discurso deliberadamente dirigido a sacar a votar a la derecha religiosa, generalmente abstencionista. El problema ahora es que esa derecha radical representa una especie de genio que se niega a volver a la lámpara, tira de los republicanos hacia la derecha y fuerza a los demócratas a elegir entre moderarse y competir por el centro o buscar un efecto similar por la izquierda, lo que puede radicalizar aún más la vida política. ¿Ha ocurrido algo parecido en España?

Rehenes de los más exaltados

Belén Barreiro directora del Laboratorio de la Fundación Alternativas

En España, no hay más polarización política ahora que hace 10 años. Las distancias ideológicas entre los partidos son prácticamente las mismas. Sin embargo, sí hay crispación y, al igual que en Estados Unidos, ésta es asimétrica. Al margen de episodios puntuales, como el de Murcia, en el que los implicados no son partidos sino ciudadanos concretos, es la derecha la que tiende a desencadenar la tensión en la vida política española. Y lo hace porque le es rentable.

En un país en el que hay más progresistas que conservadores, la derecha ha debido ingeniárselas para imponer en la competición electoral nuevas dimensiones que estructuren el debate político lejos de la discusión clásica en torno a la igualdad, en la que el PP es perdedor. Los populares lograron que en la legislatura pasada se hablase más de política territorial que de derechos sociales o civiles. Y en esta legislatura el PP huye del debate sobre la salida a la crisis, si debe ser social o no, centrando la discusión en la supuesta incapacidad del presidente del Gobierno para gestionar la economía.

La crispación es una estrategia que consiste en la escenificación diaria del desacuerdo político. En contextos de crispación, la confrontación siempre es selectiva. No se trata de oponerse a todo, sino de elegir aquellos asuntos en los que el choque frontal permita debilitar al adversario. Se busca exagerar el desacuerdo. Airearlo adrede. Paradójicamente, en estos años de crispación selectiva, la oposición ha dado su apoyo a casi tantas leyes como en épocas pasadas.

Para lograr que en España se hable más de aquello que le conviene, el PP necesita adoptar discursos crispados. De la política territorial o de la capacidad del presidente, se puede debatir sin odio. Sin embargo, la crispación permite a los partidos obtener el apoyo de aquellos grupos mediáticos, sociales o económicos con posiciones más extremas que las de la mayoría del electorado. Estos activistas cuentan con una capacidad de movilización espectacular, que difícilmente pondrían al servicio de discursos templados. De la movilización nace el apasionamiento por la política, la disciplina férrea en la defensa de un proyecto y, en última instancia, la asistencia masiva a las urnas. No es casual que en las elecciones de 2008, el aumento de voto al PP se produjese en aquellos territorios en los que creció la participación electoral.

El verdadero riesgo de recurrir a la estrategia de la crispación está en que los activistas radicalizados acaben teniendo vida propia. Es decir, que, en algún momento, ya no haya forma de controlarlos. Si eso ocurre, el partido será rehén de los más exaltados.

Si la mayoría no comparte tus valores

Ignacio Urquizu profesor de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid

La estrategia de la crispación no responde a una posición ética o moral. Los que la emplean pretenden presentarse como los defensores de las esencias y de la pureza de unos valores, pero lo cierto es que la confrontación política no es más que una táctica pensada para ganar elecciones. Su objetivo es doble: movilizar al electorado más próximo y, al mismo tiempo, alentar la abstención de los votantes del partido rival y de los moderados.

Este tipo de estrategia no es nuevo y ha sido ampliamente utilizada en Estados Unidos. En 1800, en la campaña electoral entre Thomas Jefferson y John Adams, un periódico de la época advirtió que si Jefferson era elegido presidente, el asesinato, la violación y el adulterio estarían permitidos. Años más tarde, en 1828, el candidato Andrew Jackson, uno de los fundadores del Partido Demócrata, sufrió una brutal campaña de desprestigio. Recibió tanto insultos como, por ejemplo, ser hijo de una prostituta. O en fechas más recientes, bajo la presidencia de Bill Clinton, el Comité de Acción Política del Partido Republicano recomendó referirse al presidente usando los calificativos de "patético", "enfermo", "traidor" o "corrupto".

La derecha española ha importado a nuestro país esta estrategia porque hay algo que une a EE UU y a España: la mayoría de los ciudadanos se siente más próxima a los partidos progresistas. En España, si analizamos las encuestas del CIS, observaremos que la sociedad es mayoritariamente de centro-izquierda. Algo similar ocurre en Estados Unidos. José María Maravall ha analizado las encuestas de CBS / New York Times para el periodo 1992-2007 y ha observado que solo en dos de las 104 muestras, los republicanos tenían cierta ventaja sobre los demócratas (La Confrontación Política, 2008, Taurus).

Por lo tanto, en los casos español y norteamericano la estrategia de la crispación pretende que la derecha pueda ganar las elecciones en una sociedad donde la mayoría no comparte sus valores. Esta confrontación sólo desaparecerá una vez alcance el poder.

Ahora bien, el riesgo de emplear este tipo de estrategia es doble. Por un lado, la dureza de los argumentos puede ser tan elevada, que algún perturbado se puede sentir legitimado para cometer una barbaridad. Por otro, este tipo de estrategia cierra todas las puertas a posibles acuerdos o puntos en común sobre aspectos fundamentales para una democracia, como puede ser la renovación del Tribunal Constitucional o un pacto global para salir de la crisis.

Además, la democracia se hace más débil, puesto que el debate político se embrutece. ¿Por qué escuchar los argumentos de los progresistas cuando, en palabras de Karl Rove, "los liberales miran a Estados Unidos y ven campos de concentración nazis, gulags soviéticos y las tierras mortales de Camboya?".

Estrategia del insulto

JUAN CRUZ - EL PAÍS -16/01/2011

He hablado del insulto con algunas personalidades del pensamiento y las artes. Es el asunto más viejo del mundo. El insulto es una forma de vida, nos acompaña, de una o de otra forma, desde la infancia, y es también como el agua, se cuela por cualquier rendija. Es agua sucia, vaya por delante.

La estrategia del que insulta, la estrategia del insultado. Lo que me decían aquellos señores con los que hablé -don Emilio Lledó, filósofo, entre otros- es que el insulto es una forma del chantaje; acaso la más evidente o grosera, la más difícil de contrarrestar porque establece una diferencia radical entre quien insulta y quien es insultado, si éste no quiere bajar a las arenas enfangadas del que profiere el insulto.

Es una estrategia de chantaje. El que insulta establece sus reglas; ataca al otro, lo acorrala con la pestilencia de su aliento y lo convierte, en ese rincón, en un ciudadano indefenso. A no ser que el ciudadano levante la voz y utilice la fuerza u otros argumentos. ¿Otros argumentos? Los argumentos no sirven; el objeto del chantaje es, precisamente, convertir en inservibles los argumentos.

Frente al chantajista que insulta, ¿de qué vale la información, la respuesta del otro? El nacimiento del insulto tiene el propósito de ningunear al otro, de destrozarlo con sus descalificaciones; el insulto es, en puridad, un fusilamiento. Se trata de noquear al adversario, de tirarlo al suelo, de humillarlo en la vía pública. ¿Qué se puede hacer frente a eso? ¿Luchar con las mismas armas? Lo que decían mis interlocutores es que tiene tanto poder en la vida común en este momento el insulto que ya se han desvanecido las fronteras y el público se toma el insulto como un argumento más.

Decía José Luis Cuerda que cuando alguien te llama hijo de puta lo que puedes hacer es preguntarle si él tiene datos que permitan corroborar semejante afirmación. Si el que insulta comprobara la raíz de sus inquinas es probable que se aminorara el número y el nivel de los insultos. ¿Qué hacer cuando alguien es insultado?, le pregunté a Cuerda. Él me dijo: "Se debe responder tratando de hacer como si la cosa no fuera contigo. Responder como los viejos ingleses: con el látigo de la indiferencia". ¿Y si eso no resulta? "No te lo voy a decir; no conviene marcar las cartas antes de usarlas".

El insulto es una mala arte, es decir, una artimaña; coloca al otro en una situación imposible, a no ser que la sociedad lo ampare. Lo que sucede muchas veces es que la sociedad no reacciona hasta que el insulto no alcanza niveles colectivos, o cuando el insulto alcanza niveles ya tormentosos de griterío. El insulto nace también para que el otro sepa el poder del que insulta; cuanto más grave es lo que se dice, más se desea la indignación del otro, para que el aguardiente produzca la combustión necesaria. Ahora vivimos en España una crispación especial, alimentada muchas veces por periodistas y por políticos; pones la tele, escuchas la radio, lees la prensa, y compruebas que, en efecto, los límites entre el argumento y el insulto se han ido superando y ya la confusión es total. Ya el insulto es más que el argumento. ¿Qué hacer? Lledó aconsejaba educación, lectura, sosiego, entendimiento. ¿Y eso cómo lo vas a lograr en medio del griterío?

Con paciencia, dijo, con paciencia. La estrategia del insulto es, precisamente, que el otro pierda la paciencia.