Miguel Ángel Aguilar (Madrid, 1943) es un importante periodista español. Con una larga trayectoria en el periodismo des del franquismo hasta la actualidad. Sus primeros pasos en el mundo de la prensa los dio a partir de 1966 en el desaparecido Diario Madrid (fue encausado por Tribunal de Orden Público en febrero de 1967) se incorpora a Cambio 16, entre otras cosas, más tarde es nombrado Director de Diario 16, cargo que ocupa hasta mayo de 1980. Pocos meses después se incorpora como columnista al Diario El País, donde continúa hoy. Colaborador habitual en los diarios La Vanguardia y Cinco días, así como en las revistas Tiempo y El Siglo.También es habitual comentarista y analista político en distintos programas tanto de radio como de televisión.
Miguel Ángel Aguilar, és per a mi, un dels més bons periodistes que escriuen sobre política a Espanya. Sagaç, subtil, llest, lúcid, perspicaç, fi, irònic, contundent de vegades, d’una gran saviesa i amb una gran trajectòria professional, que sempre deixa en evidència a la dreta espanyola, amb arguments molt clars. Llegiu aquests quatre magnífics articles:
El Rey que se ganó la corona
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR - EL PAÍS - 23/11/2010
Se cumplieron ayer 35 años de la proclamación de don Juan Carlos como Rey por aquellas Cortes orgánicas, las que había. Sus palabras de entonces encendieron la concordia. Los españoles entendieron el mensaje. Para desesperación de ciertos hispanistas en lugar de comportarse como apasionados mediterráneos y apuntarse a la exasperación unamuniana, prefirieron adoptar la actitud de fríos ribereños del Báltico. Decidieron emprender el camino de la racionalidad y del diálogo. El dictador había muerto en la Clínica de la Paz de la Seguridad Social en la madrugada del 20-N, una vez desenchufado por su yerno, el marqués de Villaverde, al frente de la última versión del equipo médico habitual. Había resultado imposible sostenerle con vida unos días más, los que faltaban para que hubiera sido prorrogado por aquel Consejo del Reino como presidente de las Cortes, Alejandro Rodríguez de Valcárcel, en quien tantas esperanzas tenían depositadas los que anidaban en el búnker.
En las tribunas de invitados aquel sábado 22 brillaba, casi en solitario, el general Pinochet con uniforme de gala. Las representaciones extranjeras quisieron evitar su presencia porque se hubieran visto obligadas a mezclarse con las exequias del dictador. El ambiente era desolado y el falangista de estricta obediencia Rodríguez Valcárcel lo enrareció aún más cuando al final de la sesión gritó de modo estentóreo y fuera de programa “desde la emoción en el recuerdo a Franco, ¡viva el Rey!”. Don Juan Carlos, que se estrenaba como capitán general, y doña Sofía se encaminaron desde el hemiciclo a la capilla ardiente, dispuesta en el salón de columnas de Palacio, donde se encontraba desde el mediodía del jueves 20 el cadáver de Franco. Al día siguiente, domingo, fue enterrado el que se proclamaba Caudillo en su tumba faraónica del Valle de los Caídos, con misa de campaña previa en la Plaza de Oriente, armón de artillería y demás pompas fúnebres y honores de ordenanza.
Todo estaba en el aire. Solo era firme el propósito de don Juan Carlos de ser el Rey de todos los españoles, de renunciar a los poderes excepcionales que recibía y preparar el advenimiento de la democracia. Su reinado empezaba con renuncias. Una de las primeras, la del derecho de presentación de obispos que figuraba en el Concordato con la Santa Sede suscrito por el régimen. Los militares se sentían depositarios de la continuidad. Franco había dicho en 1961 en el cerro de Garabitas ante una concentración de excombatientes, ansiosos de garantías de perennidad del régimen, aquello de “todo quedará atado y bien atado, bajo la guardia fiel de nuestro Ejército”. Era precisa una transferencia de lealtades, la oficialidad había sido formada en la adhesión a Franco pero debía en adelante sentirse parte de las Fuerzas Armadas, obedeciendo al Rey como su jefe supremo.
El cambio era una operación dificilísima. No hubo tregua alguna, ETA arreciaba en sus atentados, dispuesta a provocar el pronunciamiento de los golpistas. Los de la extrema derecha, tampoco daban cuartel. Los hoy tan queridos Polisarios la emprendían contra los nuestros en Fosdbucrá o en el banco pesquero canario-saharaui. Cundía la impaciencia y los intentos churriguerescos de Fraga y Arias Navarro por retorcer las improrrogables Leyes Fundamentales para darles apariencias democráticas se averiguaban imposibles. Se apostó por el aventurado camino de ir de la ley a la ley, pasando por la ley. Por primera vez, como jefe del Estado, don Juan Carlos viajaba a París o a Washington y todos empezábamos a sentirnos orgullosos de vernos aceptados por la familia democrática. Se legalizaron los partidos y los sindicatos, se promulgó la amnistía en todas direcciones. Tuvimos las primeras elecciones generales libres en 1977, que resultaron ser constituyentes. Hubo graves sobresaltos, entre ellos el de la intentona del 23 de febrero de 1981. El Rey fue decisivo para que los del golpe fracasaran y aquella noche se ganó la Corona.
España se adhirió a la Unión Europea , permaneció en la OTAN y redujo mediante una negociación ejemplar la presencia militar norteamericana en su suelo. Nuestro país lanzaba iniciativas y era tenido en cuenta. Sacábamos lo mejor de nosotros mismos y éramos un ejemplo envidiado para otras transiciones en marcha. Los momentos de euforia fueron seguidos de otros de desencanto pero prevalecía la idea de que juntos seríamos capaces de superar las nuevas dificultades. Ahora se diría que hemos dejado que prenda el antagonismo en detrimento propio. En todo caso, en el 35º aniversario de ayer el Rey merece nuestra gratitud. Dicho queda para los que han llegado después y piensan que todo nos fue dado por añadidura.
Asomados al balcón electoral
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR - EL PAÍS - 30/11/2010
La noche del domingo, con resultados ya incontrovertibles a su favor, Artur Mas cumplió con el rito de saludar desde el balcón. Esta vez era el del Majestic, convertido en sede de Convergència i Unió durante la noche electoral. Así ha sido de modo invariable desde aquel domingo 28 de octubre de 1982, cuando el recuento de las urnas había cantado la primera victoria electoral socialista. Porque se ha ido imponiendo la costumbre de que el líder triunfante salga a un balcón principal, mejor si es el de la propia sede partidaria, para corresponder a los entusiastas previamente movilizados como si fueran extras al servicio de una determinada coreografía. Son unos momentos en los que casi no se puede respirar porque todo está lleno de victoria, como acertó a señalar Canetti. Revisten caracteres de riguroso estreno y enseguida adquieren significado histórico.
De Artur Mas se recordará su determinación de administrar el éxito "con humildad, responsabilidad y esperanza"; de la misma manera que José Luís Rodríguez Zapatero ha dejado memoria de su compromiso enunciado en términos de "os aseguro que el poder no me va a cambiar".
Son instantes inaugurales, mágicos, todavía impregnados de ingenuidades y propósitos desprendidos, de limpia vocación y de afán de sacrificio, de alegría por el triunfo y de gratitud por la colaboración de tanta gente. Son minutos encantados que los escribidores de cabecera están obligados a imaginar con anticipación suficiente para plasmarlos en la literatura de las primeras palabras, con ecos de generosidad propia y de llamamientos a la participación. Una ayuda que parece afluir incondicional, sin precio alguno, que se entiende capaz de superar los obstáculos interpuestos para cerrar el camino hacia la justicia y la felicidad de todos. Predomina un ambiente sin contaminar, cuando todavía no han tocado a rebato las campanas del egoísmo, ni del cálculo del "a mí qué me queda".
Estas noches electorales parecen la bulla del Jueves Santo en Sevilla porque hay que ir saltando de esquina en esquina o, en nuestro caso, de canal en canal, para no perderse la salida de la Macarena o el paso de Jesús del Gran Poder cuando se cruzan y se oyen cantar las saetas, o para seguir en la pantalla a quienes gritan victoria o se proclaman derrotados, sin camuflar los resultados ni acudir como salvavidas a comparaciones rebuscadas.
Buen momento para escuchar a Milán Kundera, antes de que seamos arrebatados por el entusiasmo y encadenados a fidelidades dogmáticas acunados por los sones de las marchas triunfales y de los himnos partidarios. Esa es la denuncia que nuestro autor hace de los tiempos en que aprendimos a someter la amistad a lo que suelen llamarse las convicciones, cuando estábamos imbuidos del orgullo de actuar con rectitud moral. Porque es necesaria una gran madurez para comprender que la opinión que defendemos no es más que nuestra hipótesis favorita, a la fuerza imperfecta, probablemente pasajera, que solo los muy cortos de entendederas pueden tomar por una certeza o una verdad. En tanto que, por contraste con la pueril fidelidad a una convicción, la fidelidad a un amigo es una virtud, tal vez la única, la última (El telón. Tusquets Editores).
Avanzaba la noche del domingo y Josep Antoni Durán Lleida se esforzaba en robar plano, advertía al llegar al atril que su función era la de telonero pero, cuando consiguió aferrarse al micrófono, reiteraba una y otra vez incansable logorreico las mismas gratitudes a propios y extraños. Se sabía en TVE-1 y quería prorrogar la oportunidad. Ese mismo ataque de aprovechamiento de cámara lo padeció la lideresa del PPC, Alicia Sánchez-Camacho, hablando primero en catalán y luego en castellano para repetir mecánicamente las mismas frases hasta la saciedad. Feliz como estaba fue incapaz de resistirse a proclamar que lo suyo era tan solo un anuncio del triunfo imparable del Partido Popular de Mariano Rajoy. Quería decirlo a toda costa, antes que nadie, para que le sea tenido en cuenta cuando llegue la hora. Oyéndola se diría que, en adelante, todo se haría en Cataluña conforme al programa del PPC. Fue la única que hizo proyecciones de los resultados electorales sobre del domingo sobre lo que allí llaman Madrid y su circunstancia.
Claro que la evaporación del tripartito en la Generalitat abre un panorama de acuerdo entre el Gobierno socialista de La Moncloa y el convergente del Palau de la Plaza de San Jaume y favorece que la legislatura actual pueda llevarse hasta su extinción natural en marzo de 2012. Veremos si para entonces el balcón es el de Génova o el de Ferraz. Si es de mecanotubo o de obra. Atentos.
El prestigio de la escasez
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR - EL PAÍS - 07/12/2010
Que los controladores aéreos, un grupo profesional cuyos efectivos numéricos se cifran en 2.386, se hayan creído capaces de ponerse España por montera, de cerrar su espacio aéreo y de tomar como rehenes a más de 600.000 pasajeros indica el grado de perturbación a que les ha llevado la defensa a todo trance de unos privilegios exorbitantes, acumulados durante años por el procedimiento del chantaje sobre Gobiernos sucesivos. El punto culminante de este desatino se alcanzó en 1999 cuando el sin par Francisco Álvarez Cascos, ministro de Fomento, traspasó a los controladores aéreos atribuciones plenas para que dispusieran a su antojo de un servicio público esencial. De manera que, a partir de ahí, los controladores aéreos tomaron en sus manos todas las decisiones claves para su prestación, como resultan ser las referentes al personal, su reclutamiento, su instrucción, su habilitación, la organización de su trabajo, el régimen laboral, los turnos, las vacaciones, las libranzas o el modo de computar las horas extraordinarias.
Aquel trueno autoritario que parecía ser Paco Álvarez Cascos no tuvo sin embargo empacho alguno en rendir tanto el Ministerio de Fomento como la empresa pública AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea) a los controladores aéreos. Aunque debemos reconocer que la grave dejación de competencias de Cascos venía ya incoada por su predecesor en Fomento, Rafael Arias Salgado, iniciador en su día de una extraña operación de outsourcing progresivamente ampliada. Bajo esa pauta, las atribuciones específicas, ministeriales y empresariales se fueron resignando de modo paulatino a favor de los propios afectados-beneficiados. En resumen, que los controladores en lugar de quedar sometidos al imperativo de esas normas habían acabado apoderándose de las mismas y erigiéndose en propietarios de la función de servicio público que les incumbía en el espacio aéreo. Estábamos así ante un caso paradigmático de "la ley de caza hecha por el conejo".
Los controladores aéreos cristalizan en ese sistema bien conocido que fundamenta la crecida de los privilegios en el prestigio de una escasez buscada y sostenida a todo trance. Por eso, tratan primero de asegurarse la imposibilidad de ser relevados. Entonces, una vez que se saben imprescindibles, se afanan, insaciables, en derivar de ahí una renta de situación, cada vez más exorbitante. Estamos ante una tendencia universal, la de sacar ventaja del monopolio, que sucede o se intenta en muchos otros ámbitos. Por ejemplo, yéndonos a otra galaxia, en el nunca bien ponderado cuerpo de Registradores de la Propiedad , que ha logrado también poner a su nombre la función pública registral y convertirla en un negocio privado de su Corporación profesional.
Más sencillo tal vez para los mayores sería recordar que la escasez como bandera, el numerus clausus como garantía maltusiana de relevancia corporativa, fue norma durante décadas en las Escuelas Técnicas Superiores de Ingeniería y Arquitectura. Pero su escasez no fue garantía de excelencia.
En todo caso, el abandono de sus puestos de trabajo que hicieron los controladores, desconectando y cerrando con llave para que tampoco nadie pudiera relevarles, configura una conducta de absoluta irresponsabilidad, salvaje, sin precedentes, cuya gravedad en forma alguna puede disimularse. Es como si los bomberos llamados a intervenir se negaran y se fueran a casa con las llaves de los coches contra incendios.
El Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que lleva años a la búsqueda de cómo liberarse y cómo liberarnos del chantaje reiterado a que nos viene sometiendo este colectivo extorsionador, ha reaccionado de forma ejemplar, en términos de gradualidad y proporcionalidad inatacables, mediante la aplicación de las leyes que permiten traspasar la Navegación Aérea al Ejército del Aire y la movilización del personal civil a su servicio. Además, para asegurarse el automatismo de la obediencia ha procedido a la declaración del estado de alarma, conforme al artículo 116 de la Constitución. Bien hecho. Las Fuerzas Armadas -que durante tanto tiempo formaron parte de la amenaza nacional con la encomienda de tenernos "atados y bien atados y excluidos de las libertades"- han reaparecido para ser nuestra Defensa y desanudar el chantaje de los controladores.
Venir ahora a invertir la carga de la prueba y emplazar al Gobierno es grotesco, un género que domina Mariano Rajoy, a quien vimos en Lanzarote pronunciarse como si fuera un mero turista, o Esteban González Pons, envalentonado con la ventaja de las encuestas donde por ahora tamaños errores carecen de reflejo alguno. Atentos.
¡Viajeros al tren!
MIGUEL ÁNGEL AGUILAR - EL PAÍS - 21/12/2010
"Por aquellos días se promulgó un edicto de César Augusto, mandando empadronar a todo el mundo. Este fue el primer empadronamiento hecho por Cirino, gobernador de Siria. Y todos iban a empadronarse, cada cual a su ciudad. José subió también de Galilea de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén: pues era de la casa y familia de David, para empadronarse, con María, su esposa, la cual estaba encinta" (véase Lucas 2, 1-5). Y en esas estamos desde entonces, volviendo a casa por Navidad. Esta vez lo haremos bajo la cobertura del estado de alarma prorrogado para evitar que los controladores vuelvan a las andadas del puente de la Constitución y cierren el espacio aéreo impidiendo que cumplamos.
El hecho a superar es que un pequeño y privilegiado colectivo de poco más de 2.000 controladores nos tienen en un puño a su merced. La situación viene de muy atrás. Al menos de 1999 cuando un Gobierno del Partido Popular entregó a este grupo que como siempre amenazaba la organización de esas tareas, el establecimiento de los turnos, el cómputo de las horas regladas y de las extras, el reclutamiento, la instrucción, la habilitación de los aspirantes a ejercer configurando una anomalía que se ha ido disparando hasta extremos de extorsión a la empresa que los contrata, AENA, con el resultado de convertir en rehenes a los pasajeros como se ha comprobado tantas veces. Habíamos llegado a un punto improrrogable para un Gobierno que se tuviera por tal. Por eso la declaración del "estado de alarma". Fue una prueba de poder sin duda legítima. La prórroga, acordada por el Congreso de los Diputados, tal vez necesaria, ha sido por el contrario una prueba de impotencia.
Porque a todos aquellos controladores del turno de la tarde que desertaron de sus puestos en las torres y obligaron al cierre del espacio aéreo español se les debería haber aplicado la Ley de Navegación Aérea para quedar despedidos de modo automático sin perjuicio de las responsabilidades civiles y penales que, además, les fueran exigibles ante los tribunales. Se nos dirá que su relevo entraña dificultades y requiere tiempo. Pero la eventualidad de ese comportamiento salvaje debía estar considerada de antemano y además la merma de los efectivos hasta su reposición reglada tendría que haberse podido afrontar. Primero con la habilitación de controladores militares, segundo con el cierre de los aeropuertos redundantes en ciudades conectadas por ferrocarril y líneas de autobuses. En resumen, viajeros al tren. Habríamos hecho así un interesante ejercicio alternativo en un país donde la proliferación de aeropuertos es un verdadero sin sentido. Un despilfarro que bajo las nuevas condiciones de la crisis va a resultar insostenible, como también la multiplicación de las universidades.
A todos nos gustaría vivir como vivimos pero pudiendo y sucede que semejante aspiración ha dejado de ser viable. En todo caso, volver a la negociación del convenio como si nada hubiera ocurrido es un dislate que envalentona a los sediciosos. La apuesta por el ferrocarril es una anticipación estratégica no solo para el transporte de viajeros sino también para el de mercancías. El AVE se ha convertido en una ventaja comparativa de nuestro país, de la que nos sentimos orgullosos, como acabamos de comprobar en la inauguración del enlace Madrid-Valencia, pero en el transporte de mercancías por ferrocarril nuestra situación es penosa y apenas alcanza un tercio del promedio de las que se transportan por ese sistema en los países de la Unión Europea.
Pero volvamos al primer vuelo del AVE a Valencia con los Reyes, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, el ministro de Fomento, José Blanco, el líder de la oposición, Mariano Rajoy, y los presidentes de las comunidades autónomas y los alcaldes de ambas capitales. Debieron ser 95 minutos inolvidables. Por una vez todos en tregua, desplazándose a velocidades cercanas a los 300 kilómetros por hora. Aquello podía dar la impresión de que éramos un país donde todos sumábamos en la dirección conveniente para resolver los problemas y ganar un horizonte de salida de la crisis. Exactamente lo contrario de lo que vemos todos los días cuando el Gobierno parece encantado de tener enfrente la peor de las oposiciones posibles, convencido de que ese comportamiento le devolverá el voto que se ha enajenado con sus errores, y cuando la oposición apuesta al cuanto peor, mejor. Como si el empeoramiento de todas nuestras constantes vitales y de nuestra estima exterior acelerara el relevo y les garantizara el acceso a La Moncloa. Es como si nadie recordara aquello de que con las cosas de comer no se juega. Veremos.