viernes, 3 de diciembre de 2010

La economía europea marcada por Alemania y las necesidades políticas de los demás países

Els divendres toca parlar d’economia i el debat aquests darrers dies és Europa també, espero que trobeu interessants aquestes opinions:  

Zapatero y la línea roja alemana

Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada (UAB) - EL PERIÓDICO - 2 de diciembre del 2010    

Berlín ha optado por mantenerse en el euro, pero ha establecido las condiciones para toda la Unión

Las tensiones en los mercados han provocado una doble respuesta gubernamental. Por un lado, José Luis Rodríguez Zapatero ha avanzado nuevas medidas de ajuste, desde reducciones fiscales a las pymes, regulación de agencias privadas de colocación o supresión de los 426 euros de ayuda a parados sin prestación, hasta la privatización del 49% de AENA, de la gestión de los aeropuertos de Barajas y El Prat y del 30% de Loterías del Estado. Por otro, la vicepresidenta Elena Salgado, con el apoyo del expresidente Felipe González, se ha sumado a las críticas a la cancillera Angela Merkel por su responsabilidad en desatar la crisis actual.

¿Cómo hay que interpretar esos movimientos? Vaya por delante que la posición de Merkel no es un error en su política comunicativa. Por el contrario, es otra vuelta de tuerca en el difícil proceso de redefinición del euro. Y ahí Alemania tiene una visión radicalmente nueva de lo que debe ser su futuro, que choca con la de mantener las antiguas tradiciones de buena parte de sus socios. Frente a las resistencias europeas, en Alemania comienza a especularse sobre las tres posibles salidas a la crisis. La primera, un euro fuerte, integrado por ella misma, Austria y Holanda, entre otros países, mientras el sur abandonaría la zona monetaria. La segunda, la recuperación del marco, aunque ahora parezca ciencia ficción, con una corriente de opinión muy favorable, cercana al 50% de la población. La tercera, un rediseño del euro, en línea con las propuestas germanas de mayor control macroeconómico, rigor presupuestario, multas a los países transgresores, posibles suspensiones de pagos de alguno de ellos y extensión al sector privado de los costes de los ajustes potenciales.

La posición alemana es clara y viene definiéndose desde hace tiempo, así que ahora no caben excusas. Primero, en el 2009, cuando tanto el FMI como la Comisión Europea estimulaban los déficits, el Gobierno alemán se sacó de la manga una reforma constitucional para impedirlos a partir del 2016. Esta fue la primera señal de divergencia entre lo que Alemania creía que debía hacerse (planes de rigor fiscal y estabilidad en las finanzas públicas), y lo que estaban practicando sus socios europeos, incluida Francia. La segunda en la frente la dio el país centroeuropeo cuando Merkel alargó penosamente la decisión de salvamento de Grecia. Ya entonces fue objeto de feroz crítica, pero la verdad es que el consenso político en Alemania y la opinión pública y la publicada estaban muy en contra del rescate de Grecia. Finalmente, en los últimos días de octubre, de nuevo Merkel emerge con una posición clara, exigiendo la reforma de los tratados de la Unión, para hacer posible el salvamento de un país y, al mismo tiempo, obligar a los prestamistas privados a correr con parte del coste. Esta posición se ha interpretado como antieuropea, ya que ha precipitado la crisis irlandesa y todo lo demás. Pero su propuesta, aunque un tanto edulcorada, se ha aprobado y, en los próximos meses, deberíamos asistir al proceso de reforma de la Unión que posibilite aquellas medidas a partir del 2013.

Alemania ha trazado una línea roja que no piensa cruzar. Y nos está diciendo a todos que, aunque ahora haya que tomar medidas con las que quizá no está muy de acuerdo, a partir de aquella fecha el antiguo funcionamiento del euro, se habrá terminado. El 2013 significará el nacimiento de una nueva área monetaria, en la que los países infractores serán severamente sancionados, pueden ser obligados a declararse en suspensión de pagos y, en ese caso, el sector privado también correrá con parte del coste.

Alemania nos está señalando que debemos seguir un severo camino de crecimiento con elevadas tasas de ahorro e inversión, moderación en el consumo, mejoras en la productividad y competitividad y saldos exteriores positivos. Otra alternativa basada en la deuda y la construcción, con enormes agujeros en la balanza de pagos, como la que ha presidido el crecimiento español en los años del boom, simplemente no la van a tolerar. El envite es claro. Y haríamos mal en no entenderlo. No se trata solo de reconducir el déficit público al 3% en el 2013. Lo que nos exigen es mucho más duro. Y lo peor que en estas circunstancias podríamos hacer es engañarnos a nosotros mismos.

Espero que las turbulencias actuales dejen paso a una mayor tranquilidad. Y que aprovechemos la ventana de oportunidad que nos han dado, hasta la primavera del 2013. Parece que el presidente Zapatero también lo ha entendido así y su doble manifiesto (las reformas prometidas tras la reunión del pasado sábado con las grandes empresas y el anuncio de ayer de nuevas medidas) sugiere que, pese a las críticas a Merkel, se ha abierto camino la tesis de que hay que poner orden en casa.

Pero la línea roja que Alemania ha trazado ahí está, y no parece que la vayan a mover. Y, entre las posibilidades que se contemplan, la de abandonar una zona monetaria demasiado atiborrada de países poco serios, no puede excluirse. Entonces, Alemania siempre nos podrá decir que ya nos había avisado.

La clase política vuelve a las andadas

ÁNGEL UBIDE, investigador visitante del Peterson Institute for International Economics en Washington - EL PAÍS - 28/11/2010

La fragilidad de los mercados no permite más errores sin poner en peligro el proyecto europeo

En las últimas semanas la clase política europea ha vuelto a las andadas. Cuando los mercados empezaban a recuperar la confianza no solo en la evolución económica del continente y en las medidas de ajuste de cada país, sino también en la solidez del marco institucional europeo; cuando las actitudes con respecto a los activos con riesgo se estaban normalizando otra vez tras la decisión de la Reserva Federal americana de acometer una expansión cuantitativa; cuando los datos económicos estaban empezando a mejorar tras el susto veraniego; cuando parecía que estábamos empezando a retomar el rumbo de la mejoría económica, la decisión del Gobierno alemán de proponer un mecanismo de restructuración de la deuda europea ha vuelto a enterrar las perspectivas de mejora. Es una iniciativa equivocada desde muchos puntos de vista, que implica un desconocimiento fundamental de la dinámica de los mercados, además de ser completamente contraproducente desde el punto de vista de la gestión de la situación actual. El rapidísimo deterioro de los mercados de las últimas semanas es una prueba clara del nocivo impacto de este anuncio. Los líderes europeos, en su reunión del 16 de diciembre, tendrán que demostrar que están a la altura de las circunstancias y que, de nuevo, son capaces de priorizar el futuro del euro al futuro electoral próximo. Europa gozó durante un par de generaciones de una cohorte de líderes para los cuales el futuro europeo era la máxima fundamental. Por desgracia, tenemos ahora una generación de líderes que han retomado el viejo proverbio de que "toda la política es local". Son muchas décadas de progreso europeo las que se están poniendo en juego.

El razonamiento de las autoridades alemanas, dictado por las necesidades electorales de un Gobierno muy frágil, parece basarse en la premisa de que hay que evitar el riesgo moral (moral hazard) (1) y, por tanto, hay que asegurarse de que los inversores sufran también durante las crisis para que así estén más atentos en los periodos de bonanza y disciplinen a los Gobiernos. La necesidad de aumentar la disciplina fiscal en los periodos de vacas gordas es algo en lo que todos estamos de acuerdo. La cuestión es cómo. No olvidemos que fue Alemania (y Francia) la primera en oponerse a la disciplina del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (PEC) en noviembre de 2003. ¿Por qué? Por razones políticas domésticas. Ahora, Alemania está intentando forzar el argumento de la reestructuración de la deuda por razones políticas domésticas (y Francia le apoya también por razones domésticas, para así evitar la automaticidad de las sanciones para los países incumplidores del PEC). Recordemos el precedente histórico: tras la I Guerra Mundial, los aliados decidieron imponer un calendario demasiado rápido de devolución de las deudas de la guerra, y esto contribuyó a generar la hiperinflación en Alemania y la Gran Depresión en EE UU. Tras la II Guerra Mundial, EE UU adoptó una actitud diferente con el Plan Marshall, y el resultado fue muy diferente. Alemania -y Europa- debe elegir qué camino quiere seguir.

Al introducir el fantasma de la reestructuración de la deuda soberana se transforman los mercados de deuda pública en mercados de crédito. Es decir, con la deuda pública -en moneda domestica- se tiene la confianza de que el país podrá siempre aumentar los impuestos o reducir el gasto para financiar el servicio de la deuda. Y, en última instancia, siempre podría monetizar la deuda. Es decir, en cierta medida, la capacidad de pago de los países soberanos es casi ilimitada. En los mercados de crédito privado el razonamiento es distinto, ya que una entidad privada está siempre a merced de lo que decidan los prestamistas, y, por tanto, su capacidad de pago es por definición limitada. La propuesta alemana, al exigir aparentemente la reestructuración de la deuda como condición para un rescate, limita la capacidad de pago, ex ante, de los países europeos.

Esto podría tener consecuencias importantes. El euro se ha convertido en una moneda de reserva universalmente aceptada porque se entiende que las inversiones en deuda pública denominada en euros son inversiones seguras. Si se empieza a cuestionar este principio, la demanda de activos denominados en euros, tanto públicos como privados, se podría reducir drásticamente, y el coste del capital en la zona euro podría aumentar rápidamente. Por otro lado, si este proceso se introduce ahora, cuando debido a la crisis hay clara diferenciación entre países vulnerables y países sin problemas, contribuiría a hacer permanentes estas diferencias y a segmentar el mercado financiero europeo. Recordemos que una gran virtud de la integración financiera europea es que los bancos e instituciones financieras de cada país podían diversificar sus inversiones dentro de la UE sin temor al riesgo cambiario. Por ejemplo, los bancos alemanes y franceses tenían abultadas carteras de bonos griegos. Esto permitía que los países ahorradores financiaran a los países deudores, creando así una distribución del ahorro más eficaz y un mayor crecimiento para el continente en su conjunto. El coste, en función del crecimiento económico, de una ruptura de esta integración del sistema financiero europeo podría ser muy grande.

La propuesta alternativa de introducir cláusulas de acción colectiva en la deuda soberana europea podría ser una solución siempre y cuando su implementación se pospusiera hasta, al menos, la segunda mitad de la década, cuando los problemas actuales se hayan superado. Una gran mayoría de países emergentes han introducido estas cláusulas en sus emisiones en moneda extranjera -sin impacto discernible sobre los tipos de interés-, pero esto se debió, en gran medida, a que su introducción se produjo durante un periodo de bonanza bursátil. Contemplar el uso de cláusulas de acción colectiva en el corto plazo desestabilizaría todavía más los mercados, segmentándolos intertemporalmente.

La fragilidad de los mercados es tal, que no permite más errores sin poner seriamente en peligro el proyecto europeo. Europa y su sistema financiero necesitan un sistema creíble y permanente de salvaguardia para gestionar crisis fiscales y bancarias. Es un proyecto común del cual se benefician todos, y todos deben contribuir.

 (1) (Moral hazard) se define como el riesgo que se asume, habrá de que una de las partes firmantes de un contrato o bien, ambas, cambie su conducta habitual, posteriormente a dicho acuerdo.

Aprender del ‘New Deal’

Stuart Holland, profesor de Economía de la Universidad de Coimbra - PÚBLICO - 26 Nov 2010

Europa ha de tener un federalismo fiscal que transfiera recursos de los fuertes a los débiles

Las emisiones de bonos de la UE o del BCE ayudarían a estabilizar la eurozona

Angela Merkel ha conseguido que se aprueben medidas de sanción para los estados miembros de la UE cuya deuda exceda el 60% del PIB, el límite establecido en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Mientras, Alemania ha incluido en su constitución la obligación de mantener el equilibrio presupuestario.

No es casual que la palabra que significa “deuda” en alemán –Schuld– quiera decir también “culpa”. Sin embargo, lo que se necesita es otra expresión alemana, un cambio de Gestalt, una nueva configuración que permita percibir que, mientras los estados miembros de la UE están endeudados hasta las cejas tras haberse dedicado a salvar bancos y fondos especulativos, la Unión Europea está prácticamente limpia de deudas. No tenía ninguna hasta que el pasado mes de mayo el Banco Central Europeo (BCE) empezó a comprar porciones de la deuda soberana de algunos estados miembros. Pero esto es costoso y además no está funcionando. El diferencial de los bonos griegos ha subido hasta un 10%, algo que es insostenible. La posibilidad de una suspensión de pagos en cadena por parte de algunos estados miembros sigue presente.

Una solución más simple y barata sería la de cortar el nudo gordiano que atenaza a dicha deuda transfiriendo una parte de la misma al BCE. Si se hiciera por un importe del 60% del PIB, tal y como se permite en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, se reduciría el riesgo de impago de los estados miembros más expuestos, se recortaría sensiblemente el coste de su endeudamiento y se enviaría una señal a los mercados financieros que dejaría claro que los gobiernos europeos tienen una respuesta proactiva ante la crisis y no son simplemente las víctimas pasivas de unas agencias de calificación que nadie ha elegido.

Tal transferencia de un tramo de la deuda no es una condonación. Los estados miembros cuyos bonos se transferirían al BCE seguirían teniendo que pagar los intereses, pero a tasas mucho más bajas.

Pero la estabilización del endeudamiento no basta por sí sola para responder a la crisis actual en Europa. Los gobiernos europeos están embarcados en unos recortes de la deuda y del déficit fiscal de una magnitud tal que amenazan con una deflación mutua generalizada, desmienten el compromiso de 2008 con un programa europeo para la recuperación económica y se arriesgan a repetir la recesión provocando una crisis masiva de confianza en gobiernos y mercados.

Lo que se necesita es aprender del New Deal de Roosevelt, cuyo éxito proporcionó a Truman la confianza necesaria para financiar el Plan Marshall, del que la propia Alemania fue beneficiaria. La clave fue la emisión de bonos del Tesoro norteamericano. Los bonos federales no computan en la deuda de estados como California o Delaware. Del mismo modo, una emisión de bonos europeos no computaría sobre la deuda de los estados miembros.

Muchos economistas afirman que Europa no podrá salvarse a sí misma hasta que no alcance un nivel de federalismo fiscal suficiente como para transferir recursos de los estados más fuertes a los más débiles. Pero Alemania se opone con fuerza a esto. Puede ser que a largo plazo llegue a conseguirse, pero ya sabemos lo que Keynes decía sobre el largo plazo.

Pero Europa no necesita de ese federalismo fiscal para financiar un programa de recuperación al estilo del New Deal. Ni siquiera del “gobierno económico” que reclama Nicholas Sarkozy. Los instrumentos y los poderes para hacerlo ya existen.

El Banco Europeo de Inversiones (BEI) –cuyo tamaño en estos momentos es el doble que el del Banco Mundial– emite una deuda que constituye su propio pasivo, no el de los estados miembros. Por este motivo, los gobiernos que se financian con el BEI no computan estas emisiones en su deuda nacional.

En 1997 el Consejo Europeo designó al BEI para invertir en salud, educación y renovación urbana; en el año 2000 se amplió el campo de inversión a las tecnologías verdes y al apoyo a las pymes. Desde entonces, el volumen de préstamos anuales se ha cuadruplicado llegando hasta 80.000 millones de euros, dos tercios de los recursos propios de la Comisión Europea. Por la misma regla podría cuadruplicarlos otra vez de aquí a 2020, lo que equivaldría, en términos de financiación, al Plan Marshall de la posguerra.
El BEI sólo cofinancia inversiones. Pero esto se puede completar con emisiones de bonos de la Unión o del BCE que atraerían excedentes de los bancos centrales o de los fondos de inversión en deuda soberana de las economías emergentes, estabilizando así la Eurozona. Cuando Jacques Delors propuso estos bonos en 1993, Alemania y Francia se opusieron. Ahora sólo queda Alemania. Tampoco esta decisión corresponde al BCE, sino a los gobiernos. El Tratado de Lisboa establece que el objetivo principal del BCE es mantener la estabilidad de los precios, pero también que el BCE “apoyará las políticas económicas generales de la Unión con el fin de contribuir a la realización de los objetivos de la misma”.

Esto no es más que una trasposición de la regulación del Bundesbank, que está obligado igualmente a “apoyar las políticas económicas generales” del Gobierno. Y el Tratado atribuye al Consejo Europeo la capacidad de definir las “políticas económicas generales”, de las cuales el programa europeo de recuperación económica es parte. Por otro lado, con la UE al borde de la recesión, no hay ningún peligro de inflación, sino de todo lo contrario.

En suma, esto requiere un cambio de Gestalt por parte de Alemania en lo que se refiere a la estabilización de la deuda y a la emisión de eurobonos. O, si Alemania no quiere, su introducción por parte de algunos, si no de todos los estados miembros, al igual que ocurrió con el euro, tanto para salvaguardar la eurozona como para hacer que el programa de recuperación europea sea una realidad.