viernes, 10 de diciembre de 2010

Nuevas ideas globales y alternativas para las dudas de España

La inestabilitat econòmica continua, les recomanacions per sortir-ne hi són, així que cal fer?...
Tres interessants articles, que fins i tot poden ser contradictoris en l’ortodòxia del pensament econòmic clàssic. Que per a mi, modestament, també poden ser complementaries en la forma d’afrontar solucions d’avui, més globals: reals i practiques.       

Existen alternativas a los recortes

VICENÇ NAVARRO, catedrático - PÚBLICO - 09 Dic 2010

La banca y la patronal exigen medidas duras que están dañando a las clases populares

Se ha creado una percepción generalizada, reproducida en los mayores medios de información del país, de que la única respuesta posible a la desconfianza mostrada por los mercados financieros hacia la economía española es la que el Gobierno de Zapatero está llevando a cabo. Esta respuesta incluye las reformas laborales orientadas a flexibilizar y abaratar los salarios (supuestamente para hacer la economía más competitiva) y la reducción del gasto público, incluyendo el social. Esta última medida se realiza con el objetivo de reducir el déficit público, cuya elevada dimensión se presenta como la causa de que aquellos mercados duden de la fortaleza de la economía española.

Y lo que es incluso más llamativo es que los mayores partidos en la oposición en las Cortes españolas –PP, CiU y PNV– piden más dureza en aquella respuesta, exigiendo mayor desregulación de los mercados de trabajo (mediante medidas que debilitarían enormemente a los sindicatos, descentralizando la negociación colectiva) y mayores recortes de gasto público y social. Se establece así una dinámica de competición para mostrar a tales mercados quién es más duro. Vimos la semana pasada cómo grupos de empresarios se reunieron, unos con el presidente Zapatero y otros con el monarca, para presionar al Gobierno a fin de que no le flaquearan las piernas en su toma de decisiones. Un análisis de las propuestas que estos grupos han hecho muestra que ninguna afectaría los intereses del mundo de las grandes empresas y de la banca. Antes al contrario, todas ellas muestran una gran blandura hacia los intereses de tales grupos fácticos, que saldrían todos ellos beneficiados con dichas medidas.

Echo en falta una invitación del Gobierno y del monarca a los sindicatos y a los pensionistas para que estos tengan la oportunidad de exigirles dureza, y pedirles que sus piernas no flaqueen en el momento de tomar decisiones para ayudar a la economía a que salga de la crisis, a base de afectar los intereses de aquellos grupos que les visitaron. En realidad, la reducción del déficit público puede conseguirse bajando el gasto público o, como alternativa, subiendo los impuestos, y muy en particular los de aquellos que se han beneficiado enormemente de la bajada impositiva que el presidente Zapatero, y antes el ex presidente Aznar, realizaron durante los últimos 15 años. Esta reducción de impuestos ha sido, tal como ha señalado el Fondo Monetario Internacional, responsable del 40% del déficit estructural existente en España y en la mayoría de países de la OCDE (el club de países más ricos del mundo) que siguieron semejantes políticas. Si se recuperaran los tipos existentes antes de las reformas regresivas fiscales, pasando de un 43% a un 45% para las rentas superiores a 60.000 euros, y se añadiera un nuevo tramo para los que ingresan más de 120.000 euros, con un tipo del 50%, el Estado ingresaría 2.500 millones de euros más a las arcas, afectando únicamente al 3,98% de los ciudadanos. A esta cantidad podría añadirse la recuperación del impuesto sobre el patrimonio, cuya eliminación en 2008 favoreció enormemente a los sectores más pudientes de la sociedad. Con tal medida, el Estado podría ingresar otros 2.120 millones de euros.

Si, por otra parte, se recuperara el tramo que pagaban las grandes empresas en su impuesto de sociedades, pasando del 30% al 35%, el Estado recuperaría 5.300 millones de euros (afectando únicamente a un 0,12% del total de las empresas, que son las que tienen una base impositiva superior a 30 millones). Otra cantidad recuperable podría conseguirse aumentando el tributo de un 1% a un 5% en las sociedades de capital variable, las famosas Sicav.

Y la respetada asociación de técnicos tributarios del Ministerio de Hacienda, Gestha, ha indicado que, a través de medidas creíbles e inmediatas, se podría reducir en un 5% del PIB el tamaño de la economía sumergida. Ello significaría un aumento de 12.700 millones más para las arcas públicas, que deberían incrementarse a 6.155 millones más si eliminaran los paraísos fiscales que están siendo utilizados ampliamente por la banca y por las grandes empresas. Todas estas y otras medidas que deberían tomarse no afectarían a la gran mayoría de las clases populares, recaudándose 35.235 millones de euros, más del doble que los fondos que el Gobierno español intenta conseguir mediante las medidas que están dañando las clases populares. Ni qué decir tiene que ninguna de estas propuestas fueron sugeridas por los grupos de empresarios que visitaron al presidente y al rey pidiendo dureza.
Todas estas medidas fiscales regresivas que tomaron los gobiernos de Aznar y Zapatero son responsables de que España continúe siendo uno de los países más desiguales de la OCDE. La renta disponible de la decila superior en España es 10,3 veces mayor que las rentas de la decila inferior, una de las desigualdades más altas de la OCDE. Finlandia es 5,6 veces, Suecia 6,2, Alemania 6,9 y así una larga lista de países que son menos desiguales que España. Sólo son más desiguales EEUU, 15 veces, y Gran Bretaña 13,8. Y la propiedad está incluso más concentrada, pues el 10% más rico de la población española posee el 58% de toda la propiedad.

Y es precisamente esta enorme concentración la que dificulta la recuperación económica, pues los ricos consumen mucho menos que las clases populares. Y lo que se necesita ahora es que se consuma y con ello crezca la demanda. Si el Estado fuera duro con los ricos del país y recaudara aquellos 35.235 millones de euros, podría crear empleo, por ejemplo, en los escasamente financiados servicios del Estado del bienestar, lo que estimularía enormemente la demanda y con ello la recuperación económica, reduciendo así el déficit público. Si no lo hacen es porque les flaquean las piernas para enfrentarse a los ricos.

España aún suscita dudas

Miguel Ángel Ariño, profesor de Economía - EL PERIÓDICO - 6 de diciembre del 2010  

El Gobierno debe enviar mensajes claros de que va a aumentar los ingresos y disminuirá los gastos
 
 Se están despertando dudas, totalmente infundadas, sobre si España va a necesitar un rescate financiero como lo ha necesitado Grecia en la pasada primavera y recientemente Irlanda. Cuando se empieza a dudar de la solvencia de un país, aunque este sea solvente, puede acabar dejando de serlo. Y este es el único peligro en España. Es lo que se conoce como profecía autocumplida. El mero hecho de formular la profecía hace que se cumpla. Si empieza a correr el rumor de que un proveedor está teniendo dificultades, los clientes empiezan a buscar a proveedores alternativos. Y este proveedor acaba teniendo dificultades, aunque inicialmente estuviera en perfectas condiciones. Si se empieza a dudar de la solvencia de un país, aunque este tenga sus finanzas en regla, los inversores empezarán a dejar de prestarle, y este país acabará teniendo dificultades financieras. La misma duda es la que genera los problemas

¿Cuál es la causa de las dudas de las finanzas españolas? A continuación expondré mi visión de lo que está pasando. Durante la época de expansión económica, aproximadamente hasta el 2008, las empresas generaban beneficios y el paro se mantenía en niveles reducidos. Esto significaba que el Estado recaudaba abundantemente vía impuestos de los beneficios empresariales y de las rentas. Los desembolsos a los desempleados eran comparativamente pequeños, por lo que el Estado tenía superávit.

Llegado el momento de las vacas flacas, los beneficios empresariales se reducen drásticamente y, con ellos, los ingresos del Estado vía impuestos. Por otro lado, las prestaciones por desempleo se disparan y lo que antes era superávit pasa a ser déficit. Este déficit se financia pidiendo prestado a otros países y a inversores extranjeros. Cuando esta deuda vence se refinancia pidiendo más deuda. Hasta aquí todo normal, es lo que ha sucedido una y otra vez. El problema surge cuando los estados e inversores extranjeros empiezan a dudar de la capacidad de un país de devolver la deuda que ha pedido prestada. Al percibir más riesgo, la deuda emitida por este país se compra y se vende a precios menores o, lo que es equivalente, los inversores para mantener títulos de deuda de ese país exigen mayores rentabilidades. Es lo que aparece ahora en los titulares como el riesgo país. Por ejemplo, un riesgo país en España de 260 puntos significa que los inversores piden a la deuda de España una rentabilidad un 2,6% mayor que la alemana.

Cuando llega el caso en que la duda es total sobre la capacidad de un país de devolver su deuda, este país ya no encuentra financiación en los mercados internacionales, por lo que no puede hacer frente a sus pagos. Esta situación es tan catastrófica que hasta ahora, antes de que esto haya sucedido a ningún país, los restantes países europeos han acudido a su rescate.

Hasta la creación de la moneda única esto no pasaba. Los países antes de llegar a esta situación devaluaban su moneda con lo cual, al ser sus productos más baratos, aumentaban inmediatamente las exportaciones y disminuían las importaciones (con una moneda devaluada es más barato proveerse en el mercado nacional que importar del extranjero). De esta manera se reavivaba la actividad económica y se acababa saliendo de la crisis. Esto traía un problema. Como la moneda local valía menos, el peso económico del país dentro de la economía mundial disminuía. Pero esto era lógico. La llamada guerra de divisas, si es que realmente existe, es el interés de los países -China, Estados Unidos, etcétera- en que no se revalúe su moneda para ser más competitivos internacionalmente.

¿Qué pasa cuando los países ya no tienen la posibilidad de devaluar sus monedas como les ocurre a los integrantes de euro? No pueden decidir este tipo de ajustes. Están obligados a que su peso económico dentro de la economía mundial sea el mismo. Pero la realidad económica de ese país ya no lo permite, y se producen los resquebrajamientos que se están produciendo.

¿Qué debe hacer España en estas circunstancias? Pues disipar todo resquicio de dudas sobre nuestra salud financiera. Y para ello debe enviar mensajes claros -no retóricos-de que va a aumentar los ingresos y disminuir los gastos. ¿Cómo se reducen los gastos? Entre otros modos, con la impopular medida de reformar las pensiones. También con la reforma del mercado laboral, que va en la línea tanto de aumentar los ingresos como de disminuir los gastos. Flexibilizando el mercado laboral (eufemismo que significa abaratar el despido), las empresas contratarían con mucha más facilidad. Si se abaratara el despido habría más contrataciones. Disminuiría el desempleo y, con él, los gastos del Estado por ese concepto. Mayor empleo implicaría mayor consumo, y con esto, reactivación económica. Poco a poco iríamos saliendo del bache y se disiparían las dudas sobre España. Flexibilizar el mercado laboral convierte a personas en paro que cobran subsidio de desempleo en empleadas que generan riqueza económica y se desarrollan como personas.

Las nuevas ideas del G-20  

JEFFREY SACHS, profesor de Economía - EL PAÍS - 05/12/2010

EE UU debería renunciar al estímulo fiscal o a la emisión de moneda y reestructurar en serio su economía

La cumbre del G-20 en Seúl fue notable por la influencia política cada vez mayor de los países con economías en ascenso. No solo fue uno de ellos el anfitrión, sino que, además, ejercieron una mayor influencia.

En dos sectores decisivos -la macroeconomía y el desarrollo económico mundial-, prevaleció la opinión de las economías en desarrollo, y de la cumbre resultó una propuesta excelente de vincular los dos programas -el de la macroeconomía y el del desarrollo-, que se aplicará en 2011.

Un rasgo fundamental de la economía mundial actual es el de que funciona con dos velocidades. Estados Unidos y gran parte de Europa siguen empantanados con las secuelas de la crisis financiera que estalló en el otoño de 2008, con un elevado desempleo, un crecimiento económico lento y continuos problemas en el sector bancario. Sin embargo, los mercados en ascenso han superado en general la crisis. Mientras que 2009 fue un año duro para toda la economía mundial, en 2010 los mercados en ascenso se recuperaron con fuerza, a diferencia de los países ricos.

Los datos recientes de Perspectivas de la Economía Mundial al Día del Fondo Monetario Internacional explican por qué. Durante 2010, se espera que los países con renta elevada logren un modesto crecimiento anual del PIB de un 2,7%, aproximadamente, mientras que las economías en ascenso del G-20, junto con el resto del mundo en desarrollo, se espera que crezcan con una sólida tasa de 7,1%. Las economías en desarrollo de Asia están disparadas, con un 9,4% de crecimiento. Se espera que América Latina crezca un 5,7%. Incluso África subsahariana, tradicionalmente rezagada, se espera que crezca un 5% en 2010.

Esa economía mundial de dos velocidades es en gran medida un reflejo de que el comienzo de la crisis financiera de 2008 se debiera al excesivo endeudamiento de los propios países ricos. Dos economías de renta elevada se encontraron en dificultades. Estados Unidos, donde los consumidores, ayudados por la imprudente concesión de créditos a familias insolventes, se habían endeudado profundamente para comprar casas y automóviles, fue el principal responsable. La periferia de la Unión Europea -Irlanda, Portugal, España y Grecia- comenzó también una orgía de endeudamiento hace un decenio, nada más adherirse al euro, lo que alimentó un auge inmobiliario que asimismo acabó en una depresión.

La mayoría de las economías en ascenso no cayeron en un endeudamiento excesivo tan desastroso. Desde luego, una razón fue el vívido recuerdo en Asia de la crisis financiera de 1997, que puso de relieve la necesidad de poner límites a los préstamos bancarios y a las entradas de capitales. En general, las economías asiáticas en ascenso estuvieron gestionadas con más prudencia durante el pasado decenio. Lo mismo se puede decir de Brasil, que asimiló las enseñanzas de su propia crisis de 1999, como también de África y otras regiones.

En el periodo inmediatamente anterior a la cumbre de Seúl, el Gobierno de Estados Unidos lanzó la propuesta de que las regiones del mundo con superávit aumentaran su demanda interna -principalmente el consumo- para impulsar las importaciones y ayudar así a las regiones con déficit (incluido Estados Unidos) a recuperarse. Los países con economías en ascenso del G-20 no se dejaron impresionar. Su respuesta fue muy sencilla: la crisis comenzó con el endeudamiento excesivo de Estados Unidos, por lo que les corresponde a este último, y no a ellos, resolver el embrollo. Estados Unidos debe reducir su déficit presupuestario, aumentar su tasa de ahorro y en general poner orden en su casa.

Las economías en ascenso reaccionaron de forma similar ante otra iniciativa de Estados Unidos: la llamada "relajación cuantitativa" de la Reserva Federal. Una vez más los países con economías en ascenso hablaron casi al unísono. Dijeron a Estados Unidos que no aumentara artificialmente la masa monetaria, pues con ello crearía el riesgo de otra burbuja financiera, esa vez en las economías en ascenso y los mercados de materias primas. Una vez más, el claro mensaje para Estados Unidos, el de que dejara de recurrir a trucos como el estímulo fiscal o la emisión de moneda y, en su lugar, emprendiera una reestructuración económica en serio y a largo plazo para impulsar el ahorro, la inversión y las exportaciones netas.

Por su parte, las economías en ascenso querían sustituir el tema de debate del estímulo macroeconómico y los desequilibrios a corto plazo por las cuestiones del desarrollo a largo plazo. El Gobierno anfitrión, el de Corea del Sur, se mostró particularmente dinámico al respecto. Pidió a los miembros del G-20 que se centraran en imperativos, como, por ejemplo, la consecución de los objetivos de desarrollo del Milenio de Naciones Unidas, el aumento de la producción agraria y la construcción de infraestructuras sostenibles en las economías en desarrollo. Fue la primera vez en que se incluyeron tan claramente cuestiones de desarrollo a largo plazo en el programa del G-20, lo que constituye una señal de la influencia geopolítica en aumento del grupo de los miembros con mercados en ascenso.

El resultado de la deliberación es un nuevo marco para las relaciones del G-20 con el resto de los países en desarrollo, conocido como Consenso de Seúl sobre el Desarrollo para el Crecimiento Compartido. El G-20 decidió atinadamente centrarse en los sectores del programa mundial de desarrollo en los que las economías más importantes tienen una ventaja relativa: la financiación de infraestructuras, como, por ejemplo, las carreteras o la energía eléctrica, la creación de empresas y el apoyo a las mejoras de la agricultura en los países más pobres. Otros aspectos del programa de desarrollo -por ejemplo, la salud y la educación- no serán objeto de atención especial del G-20.

El nuevo programa de desarrollo del G-20 ofrece una vía excelente para combinar las preocupaciones por los desequilibrios mundiales con la necesidad de acelerar el ritmo de desarrollo en los países más pobres. Estados Unidos ha estado incitando a China, Alemania, Japón y otros países a aumentar el consumo para impulsar la demanda, pero hay una forma mejor de utilizar las elevadas tasas de ahorro de esos países con superávits. En lugar de incitar a sus familias a consumir más, el G-20 debe esforzarse más por encauzar esos ahorros hacia los países más pobres con miras a financiar inversiones en infraestructuras urgentemente necesarias.

El primer ministro de India, Manmohan Singh, lo expresó perfectamente al observar que ahora África subsahariana está en condiciones de absorber más entradas de capitales para la construcción de infraestructuras. Recomendó que se reciclaran los superávits del G-20 en esos y otros países pobres para financiar dichas inversiones. "Dicho de otro modo", dijo Singh, "debemos allanar los desequilibrios de un tipo para reducir los del otro tipo".

Encauzando los ahorros de China, Alemania, Japón y otros países con superávits hacia inversiones en infraestructuras en los países pobres, las economías del mundo funcionarían de verdad en armonía. La cumbre del G-20 en Seúl puede haber iniciado ese importante proceso.