Economia i política, sempre van lligades, quatre més que interessants articles d’actualitat: Europa i el seu futur, el paper d’Alemanya, hi ha altres alternatives... Bona lectura.
El coste de la supervivencia del euro
José Fernández Albertos científico del CSIC (*) - EL PAÍS - 08/12/2010
Cuando Alemania apenas crecía, el BCE le garantizó tipos bajos. Ahora, si ese país no reforma su política económica nacional, el futuro del euro dependerá del sacrificio de los países de la periferia como España
España e Irlanda han sido fiscalmente más disciplinados que Francia y Alemania
La política restrictiva no es la que necesita para salir de la crisis un país como el nuestro
Nadie sabe con certeza cuál será el desenlace final, pero lo que sí sabemos es que la moneda única está ante el primer gran examen desde su nacimiento, y de cómo salga de él dependerá el futuro político y económico del continente. Los libros de historia tendrán un capítulo para los acontecimientos que, en 2010, pusieron en jaque el proyecto de construcción europea.
Hasta hace bien poco, el enorme capital político invertido en la construcción del euro por las élites europeas era considerado la mayor garantía de la irreversibilidad de la unión monetaria. Todos éramos conscientes de que la moneda única llevaba asociados ciertos riesgos, al imponer una única política monetaria a un grupo de países insuficientemente integrados económica e institucionalmente. Pero como el coste económico y político de abandonar el euro una vez creado sería tan grande, los políticos estarían dispuestos a hacer lo que fuera por mantenerlo vivo. El economista Barry Eichengreen popularizó en círculos académicos una variante de este argumento: como el mero anuncio de la reintroducción de una moneda nacional provocaría "la madre de todos los pánicos bancarios", ningún país tan siquiera consideraría la posibilidad de abandonar el euro, cualesquiera que sean los costes de mantenerse en él.
La palabra clave es "cualesquiera". ¿Y si mantenerse en el euro obliga a los países a realizar ajustes fiscales draconianos como los que estamos viendo en Grecia o Irlanda? ¿Y si los inversores, ante el cada vez más posible caso de que algún país declare el impago parcial de la deuda, exigen cada vez tipos de interés más altos para prestar a estos países, lo que hace que los sucesivos programas de ajuste sean sucesivamente más y más duros? ¿Y si el temor a que en el futuro algún país abandone la unión monetaria por no poder pagar los costes políticos asociados a estos ajustes hace que los depósitos bancarios de ese país se vayan vaciando, lo cual a su vez reduciría el coste para los Gobiernos de reintroducir las monedas nacionales? El mismo Eichengreen ha dejado de creer a pie juntillas en la invulnerabilidad del euro.
No sabemos hasta dónde están dispuestas a aguantar las autoridades griegas o irlandesas, o en el futuro las portuguesas, españolas o italianas, y sus respectivas opiniones públicas. En las anteriores crisis cambiarias europeas, como la de los noventa, la pregunta era hasta dónde iban a ser capaces los Gobiernos de sostener las subidas de tipos de interés que requería la estabilidad de los tipos de cambio, con las consecuencias contractivas para la economía que ello tenía. El banco central sueco llegó en otoño de 1992 a subir los tipos de interés a corto plazo al 500%. Pero los inversores sabían que los Gobiernos tendrían algún límite en su capacidad de infligir sufrimiento a su propia economía y, llegados a ese límite, acabarían cediendo y devaluarían su moneda, con independencia de las veces que hubiesen repetido antes que nunca cederían a las presiones de los mercados. Ahora que los tipos de interés no están bajo el control de los Gobiernos, la pregunta es hasta dónde pueden endurecer los Gobiernos la política fiscal, con efectos contractivos sobre la economía similares a las subidas de tipos. Es verdad que declarar el impago de la deuda o abandonar el euro ahora es más difícil que devaluar la moneda en los noventa, pero también es cierto que los ajustes fiscales actuales -que implican reducciones de gasto y aumentos de impuestos- son políticamente más costosos para los Gobiernos que las subidas de tipos de interés del pasado.
Un problema añadido es que estas políticas fiscales cada vez más restrictivas no tienen nada que ver con las reformas estructurales que estos países necesitan para salir de la crisis, a pesar de la retórica con la que normalmente se acompaña la introducción de cada nuevo plan de ajuste. Se ha repetido hasta la saciedad, pero aún muchos siguen sin entenderlo o sin quererlo entender: la crisis fiscal de los Estados no es la causa del derrumbe financiero, sino su consecuencia. Irlanda y España han sido países fiscalmente disciplinados (no así Grecia). En la historia de la unión monetaria, han infringido las directrices del pacto de estabilidad mucho menos que Alemania o Francia. Solo cuando la crisis financiera ha llevado a Irlanda a garantizar el pasivo de los bancos, y a España a reducir ingresos e incrementar gasto, es cuando han crecido los déficits y los mercados han empezado a dudar de la sostenibilidad de las cuentas públicas de estos países.
A la incertidumbre sobre la capacidad de sacrificio de los países de la periferia se une la poca colaboración de los países centrales de la eurozona. Cuando se señaló que una forma obvia de corregir los desequilibrios comerciales dentro de la UE (Alemania tiene enormes superávits comerciales generados en parte por el espectacular aumento de la demanda en la periferia) y de estimular la salida de la crisis de los países con problemas era el incremento de la demanda interna alemana, el Gobierno alemán se negó por motivos puramente domésticos.
Puede sonar demagógico, pero en los años en los que Alemania apenas crecía, el Banco Central Europeo le garantizó una política de tipos de interés extremadamente bajos -política que, por otra parte, contribuyó a alimentar las burbujas en los países que estaban siendo fiscalmente disciplinados-. Pero cuando el resto de Europa necesitó de una política fiscal más expansiva en aquellos países que como Alemania se la podían permitir, esta fue bloqueada por una poderosa coalición formada por el Gobierno alemán, su banco central, su tribunal constitucional, y una opinión pública cada vez más beligerante contra los supuestamente manirrotos europeos del Mediterráneo. El último golpe ha sido la propuesta de Merkel y Sarkozy de legitimar las quitas en las emisiones de deuda. Como ha escrito en estas páginas De Grauwe, esto no ha hecho sino alentar los ataques especulativos contra los bonos de los países en dificultades.
Se pueden hacer dos interpretaciones del comportamiento de Alemania. La primera admite que Alemania no está dispuesta a dejar fracasar el euro. Si la política hoy dominante -que la carga del ajuste caiga en los países periféricos- acaba siendo inviable, a Alemania no le quedará más remedio que volverse europeísta y arrimar el hombro. Pero solo lo hará cuando el euro esté en situación crítica, porque solo entonces Merkel podrá convencer a la sociedad alemana de las impopulares decisiones que habrán de tomarse, como la europeización de la deuda pública, la creación de un Fondo Monetario Europeo o el cambio de las reglas de gobernanza macroeconómica en la eurozona. Cuanto más se pueda retrasar ese momento endureciendo las políticas fiscales de la periferia, mejor. El problema de esta interpretación es que no está nada claro que para Alemania acabe siendo menos gravoso salvar el euro cuando las economías europeas estén al borde del abismo que atajando desde el principio las dudas sobre la solvencia de estos países, bien mediante estímulos fiscales en Alemania, o mediante garantías más creíbles a sus emisiones de deuda.
La otra interpretación es que, sencillamente, lo que hemos presenciado es una muestra de que Alemania no está dispuesta a sacrificar los principios orientadores de su política económica nacional para salvar la unión monetaria. Si así fuera, el futuro del euro quedará en manos de la capacidad de sacrificio de las economías y sociedades de los países de la periferia en términos de desempleo, recortes en Estado de bienestar y estancamiento económico. Y como bien saben quienes están especulando en los mercados de deuda de estos países, la capacidad de aguante de las sociedades democráticas no es infinita.
(*) Centro Superior de Investigaciones Científicas. Organismo público que se encarga de las investigaciones científicas en España.
'Quo vadis' Alemania
Antón Costas Comesaña catedrático de Universidad - EL PAÍS - 12/12/2010
Si Alemania no pusiera obstáculos a que el BCE haga más de lo que hace, las cosas mejorarían mucho
Si desde Alemania y la Unión Europea no se ponen cortafuegos, los destrozos aumentarán
Tenemos un problema con Alemania. Se ha convertido en un obstáculo añadido a las dificultades propias que ya tienen algunos países para gestionar la crisis. Las dudas, insinuaciones, declaraciones ambiguas y propuestas a destiempo dificultan la gestión de los procesos de ajuste y la recuperación. Y fomentan la especulación contra su deuda.
Para muestra un botón. El acuerdo de Merkel y Sarkozy, adoptado a espaldas de los demás socios en octubre, anunciando la creación de un mecanismo para obligar a que los inversores soporten una parte de las pérdidas de la deuda en casos de rescate fue una señal que utilizaron los mercados para lanzarse a especular contra Irlanda, haciendo pagar a sus ciudadanos una factura mayor por su deuda. Y contagian al resto.
Esta conducta está provocando un creciente malestar contra Alemania. Su imagen de nación seria y su reputación de socio leal están siendo seriamente dañadas.
¿A qué responde esta conducta? ¿Cuál es la visión alemana de la crisis de Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España (los PIIGS)? ¿De qué otra forma debería actuar? Veamos.
La primera cuestión no tiene una respuesta fácil. Pero tiene mucho que ver con un giro generacional que se ha producido en Alemania después de la reunificación. La nueva clase dirigente que ha accedido al poder después de la retirada de Helmut Kohl ha girado en su compromiso con la idea europea. La "normalización del sentimiento alemán" ha hecho que la Alemania de Angela Merkel vaya camino de ser tan nacionalista como lo fue el Reino Unido de Margaret Thatcher.
La propuesta de Merkel de que los que han facilitado el crecimiento de la deuda privada bancaria irlandesa paguen una parte del rescate tiene un indudable valor moral. No es de recibo que los ciudadanos que nada han tenido que ver con la crisis financiera sean los que paguen los platos rotos con sus impuestos, sus reducciones de salarios y su desempleo. Hay que erradicar las llamadas conductas de "riesgo moral" de financieros e inversores, consistentes en dar crédito sabiendo que su irresponsabilidad la acabarán pagando otros. Por cierto, ese riesgo moral lo practicaron masivamente las instituciones financieras alemanas, como se vio en el caso de Grecia, y ahora con Irlanda.
Pero la solución para acabar con esas conductas no es la que propone Merkel. El que los países puedan imponer una quita a los inversores es equivalente a devaluar su deuda. Esta es por sí sola una invitación irresistible para los especuladores. Es como ir por la calle luciendo un billete de 500 en la solapa. No tardará en notar las consecuencias. Hay que buscar otra forma de acabar con el riesgo moral.
Respecto de la visión alemana de los problemas irlandeses, y por extensión de los españoles, sencillamente es errónea. Cree que son consecuencia del despilfarro fiscal de las autoridades, de la rigidez de sus mercados y de la falta de competitividad de sus ciudadanos. Es una visión arrogante. Y humillante, dado que tiende a ver a los PIGS con el significado que ese acrónimo tiene en inglés. Pero si alguna lección ofrece el desastre irlandés es que esa es una visión equivocada. Irlanda tenía hasta el inicio de la crisis superávit fiscal y su deuda pública era mínima. Cumplió como nadie los preceptos del Pacto de Estabilidad del euro. Y su mercado de trabajo era mucho más flexible que el alemán o francés. Su problema estuvo en otro lado. En los excesos financieros de sus banqueros.
Y viniendo a España, la deuda pública era de las más bajas de la zona euro. Los presupuestos tenían superávit. Y no había, contra lo que parece, un problema de competitividad en la exportación de bienes y servicios, cuya cuota en los mercados mundiales se ha comportado razonablemente bien desde la entrada del euro. El problema del déficit vino por un exceso de inversión. Pero de una inversión improductiva que, sin embargo, pudo ser financiada por las conductas de riesgo moral de, entre otros, la banca alemana. Una inversión improductiva que deja un paisaje lleno de deudas, inmuebles no utilizados y de desempleo.
Ahora, para calmar la ira de ese dios menor que son los mercados financieros, no será suficiente solo con el esfuerzo que están haciendo los ciudadanos de los países endeudados. Es más, puede ser un sacrificio baldío. Los especuladores, como los buitres, van donde huelen destrozos. Y si desde Alemania y la UE no se ponen cortafuegos, los destrozos aumentarán. La experiencia de los primeros noventa es ilustrativa. Allí la especulación fue contra algunas monedas nacionales, pero al final cayó todo el sistema monetario europeo. Ahora la especulación es contra algunas deudas nacionales, pero si no se corta, al final el euro sufrirá.
Por ese motivo, las instituciones europeas tienen que intervenir. Con que Alemania no ponga obstáculos a que el Banco Central Europeo haga un poco más de lo que ya está haciendo, las cosas mejorarán sustancialmente. Paralelamente, tiene que plantearse el permitir a la Unión Europea emitir una pequeña cuota de deuda pública comunitaria. Será una señal de compromiso con el euro. Un compromiso que en el futuro puede llegar a la armonización de las emisiones de deuda de los países del euro. Al final, donde hay una moneda única se necesita alguna suerte de deuda soberana única.
¿Por qué estas demandas de responsabilidad a Alemania? La Unión Económica y Monetaria es aún una unión coja. Es como un Airbus que vuela con un solo motor. Tiene la "M" del gobierno monetario, pero le falta la "E" del gobierno económico. Y ante esa carencia, las miradas se dirigen al socio mayor de la Unión para que no dificulte ese avance. No será fácil.
Pero la experiencia dice que los avances en la UE se producen cuando se llega al borde del precipicio. Y este es el caso. Por tanto, hay esperanza.
La batalla del euro
JEAN-MARIE COLOMBANI - EL PAÍS - 13/12/2010
Merkel y Sarkozy, a quienes conviene el duopolio franco-alemán, rechazan el eurobono
El desenlace de la batalla del euro sigue siendo igual de incierto. Evidentemente, es una situación exasperante: como ha observado recientemente Valéry Giscard d'Estaing, ex presidente francés y alma máter de la comisión que condujo al Tratado de Lisboa, "nunca se ha visto que los mercados consiguieran la supresión de una moneda". Aun así. Por un lado está el Banco Central Europeo, que refuerza las líneas de defensa, y los Gobiernos, con los de Alemania y Francia a la cabeza. Por el otro, los mercados y demás fondos especuladores, que siguen poniendo su punto de mira en un país y luego en otro: se trata de esperar a que los países más débiles se desmoronen para conseguir poco a poco la fragmentación de la zona euro.
Aunque haya sido más tranquila que las anteriores, la semana que acaba de terminar no ha escapado a la regla. Ha estado marcada por el consejo franco-alemán celebrado el viernes en Friburgo, cuyo objetivo era reafirmar la voluntad común de salir adelante gracias al fondo de rescate que se ha dispuesto y que debería ser prolongado a partir de 2013 por un mecanismo permanente. Pero esta reafirmación ha venido acompañada de una doble negativa: la negativa a aumentar el fondo de rescate -cuyo techo se sitúa hoy en 750.000- como recomendaba el presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn. Negativa igualmente a emitir obligaciones comunes en forma de bonos del Tesoro europeo, como deseaba Jean-Claude Juncker, primer ministro luxemburgués, en su calidad de presidente del Eurogrupo, apoyado por Giulio Tremonti, ministro italiano de Finanzas.
Esta solución, que consiste en emitir euroobligaciones, viene siendo preconizada por hombres tan diferentes como Jacques Attali, Jacques Delors y Helmut Schmidt. Su razonamiento se apoya en las cualidades de la zona euro, que ningún dirigente político actual ha puesto verdaderamente de relieve. A saber: en un mundo en el que los desequilibrios son cada vez más acusados, la zona euro es, de hecho, un polo de estabilidad; falta que se convierta en un polo de la mayor prosperidad. Colectivamente, está en mejor situación que EE UU, cuyo déficit es abismal, lo mismo que su desequilibrio comercial respecto a China. Eso, sin mencionar a Reino Unido cuyas cifras son objetivamente catastróficas. Desde la perspectiva de quienes la preconizan, la emisión de bonos del tesoro europeo tendría como efecto inmediato el de privar de municiones a la especulación.
Su propuesta ha tropezado no obstante con el rechazo de Alemania y, ahora, también con el de Francia. Motivo: se mutualizarían los riesgos y, por supuesto, se armonizarían los intereses de los préstamos. Sobre todo, dice Nicolas Sarkozy, se "irresponsabilizaría" a los Estados más endeudados, que deben restablecer sus equilibrios cuanto antes. Este reproche de incitación al laxismo es, evidentemente, el leitmotiv de Alemania contra los demás países de la eurozona. El apoyo francés era muy esperado en Alemania. Aunque solo fuera porque la canciller no quería ser la única a la que tacharan de antieuropea. Un reproche que le han hecho inmediatamente tanto Jean-Claude Juncker como Helmut Schmidt.
De hecho, desde el estallido de la crisis, podemos considerar que Angela Merkel siempre ha ido un paso por detrás de los acontecimientos. Su argumento para rechazar los eurobonos y el aumento del fondo de rescate europeo es que "por el momento no hay razón para ello". Ahora bien, lo que le proponen es precisamente evitar la llegada de un "momento" más peligroso que los anteriores. También es cierto que, como los demás, la canciller debe lidiar con su propia opinión pública. Pero tal vez le esté concediendo demasiada importancia a quienes, en Alemania, proponen una fragmentación de la zona euro en dos velocidades o, lo que viene a ser lo mismo, relegar a los países mediterráneos a una especie de subzona monetaria, cuando la opinión pública alemana, por su parte, ha evolucionado en un sentido positivo. Hace unos meses, la mayoría se declaraba favorable al retorno al Deutsch Mark; hoy, un 60% de los alemanes afirman su apego al euro, mientras que los nostálgicos del marco solo representan un tercio.
En lo que coinciden Merkel y Sarkozy es en el fondo en una lógica de derechas. Salir de la crisis emitiendo bonos del tesoro europeo puede permitir que cada uno de los Gobiernos decida no cambiar de dirección para reequilibrar sus grandes magnitudes, sino tal vez proceder más pausadamente y, así, dar un respiro a la demanda interior y a unas poblaciones que podrían verse sacudidas por movimientos de revuelta. Sarkozy y Merkel coinciden también en su oposición a dotarse de un presupuesto europeo dinámico. Ninguno de los dos quiere una Europa animada por un verdadero centro que, a imagen del Banco Central Europeo, cuente con nuevos instrumentos de federalismo. A fin y al cabo, el duopolio franco-alemán les conviene a ambos.
Alternativas a la austeridad
Joseph E. Stiglitz premio Nobel de Economía y catedrático de Universidad - EL PAÍS - 12/12/2010
Es relativamente fácil formular un paquete de reducción del déficit que impulse el crecimiento y reduzca la desigualdad
Después de la Gran Recesión , los países se han quedado con déficits sin precedentes en tiempos de paz y con preocupaciones crecientes por sus deudas nacionales, que van en aumento. En muchos países lo anterior está conduciendo a una nueva ronda de austeridad -políticas que con seguridad producirán una economía nacional y global menos dinámica y una desaceleración sustancial en el ritmo de la recuperación-. Aquellos que esperan que los déficits se reduzcan significativamente quedarán profundamente decepcionados porque la desaceleración económica presionará a la baja los ingresos fiscales y aumentará las demandas de seguro de desempleo y otros beneficios sociales.
Los esfuerzos para frenar el crecimiento de la deuda sirven para pensar cuidadosamente -obliga a los países a enfocarse en las prioridades y a evaluar los valores-. Es improbable que en el corto plazo EE UU realice grandes recortes al presupuesto al estilo de Reino Unido. Sin embargo, el pronóstico de largo plazo -que es especialmente alarmante por la incapacidad de la reforma del sistema de salud para reducir los costes médicos- es lo suficientemente sombrío que existe un creciente esfuerzo bipartidista para hacer algo. El presidente Barack Obama ha nombrado una comisión bipartidista de reducción del déficit, cuyos presidentes presentaron algunos avances de lo que sería su informe final.
Técnicamente, reducir el déficit es un asunto simple: se deben recortar los gastos o aumentar los impuestos. Sin embargo, es evidente que el programa de reducción del déficit, al menos en EE UU, va más allá. Es un intento de debilitar la protección social, reducir el carácter progresivo del sistema fiscal y recortar la intervención y tamaño del Estado -todo ello sin afectar intereses, como los del sector militar industrial.
En EE UU (y en otros países avanzados), cualquier programa de reducción del déficit tiene que establecerse acorde con lo que ha sucedido en la última década:
- Un aumento masivo del gasto de defensa impulsado por dos guerras inútiles, pero que va más allá.
- Un aumento de las desigualdades, en el que el 1% reúne más del 20% de la renta nacional, acompañado de una clase media en declive -el ingreso familiar estadounidense ha caído más del 5% en la última década y estaba reduciéndose incluso antes de la recesión.
- Una inversión insuficiente en el sector público, incluidas las infraestructuras, puso de manifiesto de forma dramática el colapso de los diques en Nueva Orleans. Y
- El crecimiento de los apoyos corporativos, desde los rescates bancarios y los subsidios hasta el etanol y a la agricultura, aunque la OMC ha constatado que esos subsidios son legales.
Como resultado, es relativamente fácil formular un paquete de reducción del déficit que fomente la eficiencia, impulse el crecimiento y reduzca la desigualdad. Se necesitan cinco ingredientes principales. Primero, debe haber un aumento de las inversiones públicas de alto rendimiento. Incluso si esto amplía el déficit en el corto plazo, a largo plazo la deuda nacional se reducirá. ¿Qué empresa no aprovecharía oportunidades de inversión con rendimientos superiores al 10% si pudiera obtener crédito -como lo puede hacer el Gobierno estadounidense- con un interés inferior al 3%?
Segundo, se deben recortar los gastos militares, no solo los fondos para guerras inútiles, sino también para las armas que no funcionan contra enemigos inexistentes. Seguimos actuando como si la guerra fría nunca hubiera finalizado, gastando tanto en defensa como el resto del mundo en su conjunto.
Lo anterior es necesario para eliminar los apoyos corporativos. A pesar de que EE UU ha despojado a los ciudadanos de su red de seguridad, ha fortalecido la red de seguridad de las empresas, lo que ha quedado evidenciado claramente en la Gran Recesión con los rescates de
AIG, Goldman Sachs y otros bancos. Los apoyos a las empresas representan casi la mitad del ingreso total en algunos sectores de la agroindustria estadounidense; por ejemplo, se conceden miles de millones de dólares en subsidios al algodón a unos cuantos agricultores ricos, mientras que los precios bajan y hay una pobreza creciente entre sus competidores del mundo en desarrollo.
Además, se da un trato en una forma especialmente notoria a las empresas farmacéuticas. Incluso cuando el Gobierno es el comprador más grande de sus productos, no puede negociar precios, fomentando así un incremento significativo en los ingresos corporativos -y en los costes del Gobierno- que se acerca al billón de dólares en la última década.
Otro ejemplo es la gran variedad de beneficios especiales previstos para el sector energético, especialmente el petróleo y el gas, con lo que simultáneamente se roba al Tesoro, se distorsiona la asignación de recursos y se destruye el medio ambiente. Después están las dádivas de recursos nacionales que no parecen tener fin: desde el espectro gratuito que se ofrece a los medios audiovisuales, pasando por las rebajas impositivas a las empresas mineras, hasta los subsidios a las compañías madereras.
También es necesario crear un sistema fiscal más eficiente y justo mediante la eliminación del tratamiento especial a las ganancias del capital y los dividendos. ¿Por qué aquellos que trabajan para vivir tienen que estar sujetos a impuestos más altos que los que viven de la especulación (a menudo a expensas de los demás)?
Finalmente, con más del 20% de los ingresos totales que se concentran en el 1% de los que más ganan, un pequeño aumento del 5%, por decir, en los impuestos cobrados efectivamente, recaudaría más de un billón de dólares en una década.
Un paquete de reducción del déficit diseñado según estas directrices satisfaría las demandas incluso de los halcones del déficit. Aumentaría la eficiencia, promovería el crecimiento y mejoraría el medio ambiente y beneficiaría a los trabajadores de la clase media.
Solo hay un problema: no beneficiaría a los que están arriba, o a los intereses especiales corporativos y a otros que han venido dominando el diseño de las políticas en EE UU. Su lógica convincente es precisamente la razón por la que hay pocas probabilidades de que dicha propuesta razonable se pueda adoptar.