miércoles, 29 de diciembre de 2010

Som Nadal i un conte us explico

Maruja Torres sempre tan punyet, fa un retrat molt explícit de Esteban González Pons, pertorbador i sinistre portaveu del Partido Popular, que aprofita totes les circumstàncies: polítiques, humanes i mediateques per a beneficiar a la dreta espanyola. Sigui quin sigui el moment i l’oportunitat.

Doncs jo també, estem en plenes festes de Nadal i un conte us haig d’explicar i aquest de la Maruja Torres és prou vàlid.        

PPesadilla navideña

MARUJA TORRES - EL PAÍS Semanal - 26/12/2010


“El antiguo portavoz se vanagloriaba de no tener que meterse ya con la oposición”

Acabo de padecer un sueño terrible del que quiero hacerles partícipe. Empecemos por la exposición general del tema.

Alarido de primer orden. Acabo de soñar que Esteban González Pons (en adelante, EGP) era nombrado titular de un nuevo pero viejo ministerio, el de Propaganda (en tiempos más fragorosos, conocido como de Información y Turismo), en un nuevo pero viejo gobierno del Partido Popular, elegido por mayoría prácticamente absoluta por la minoría de votantes que acudieron a las urnas después de una campaña electoral guarra orquestada por el propio EGP.

Pero lo primero que vi, en mi inconsciente estado, la noche funesta de mi mal –tengan en cuenta que ocurrió hace dos semanas–, fue que Enrique Morente acababa de morir de forma inesperada tras una operación de estómago. Esta parte del sueño era tan sólo una transustanciación de género, ya que me había dormido escuchando la triste noticia por la radio. De modo que al despertar me cabreó que fuera cierto. Volví a dormirme, y fue entonces cuando:

Vi al caballero EGP, vestido tal cual sale en una de las fotos que aparecen en su pinochista blog (de nariz de Pinocho, no de Pinochet; ejem), es decir, de guaperas con barba y camisa abierta, haciendo declaraciones en las que culpaba al PSOE, y concretamente al Gobierno de Zapatero, de haberse cargado al genio flamenco granadino. “Han matado a Morente para tapar la Operación Galgo contra el atletismo, que a su vez habían organizado para cubrir lo de los controladores”.

Pero esto era sólo un entremés de la hecatombe onírica.

El plato fuerte consistía en sufrir que este hombre se convirtiera en personaje básico del nuevo régimen, a la manera govalesiana (palabra que me invento y que no viene de Goebbels, Dios me libre, sino de gova, que quiere decir cueva o caverna, según el diccionario Casares de sinónimos).

Fue un mal sueño espeluznante, sobre todo considerando que no parecía producido ni dirigido por Tim Burton, sino más bien por una mezcla cutre que parecía el fruto del cruce entre un embajador de Estados Unidos en horas bajas y un valenciano cabal, pongamos tipo Camps, vestido de impecable pisaverde.

No era una pesadilla gótica, ni románica, ni por supuesto –faltaría más– renacentista, sino una especie de Regreso al rancho de Bush Jr., en la que se reproducían de forma redundante los hechos morales y estéticos de principios de este milenio, sólo que amplificados para nosotros –y en exclusiva, esto es lo peor– por un machote EGP al que jaleaban sus contemporáneos.

Y fue este capítulo, el de los contemporáneos, el que completó el horror de mi sueño o, mejor dicho, el que formaba su auténtico núcleo duro. Pues no existían ciudadanos opuestos a las verdades oficiales. Toda voz disidente había sido acallada, tanto en los medios de información –ni siquiera Belén Esteban podía opinar ya libremente, ¿me entiendes?– como en los bares, restaurantes, cafés y tabernas. Las empresas de comunicación, que previamente habían sido aguadas o domesticadas por la crisis, fueron destruidas con un simple encogimiento de hombreras. Hasta las preguntas a las que los políticos solían responder con un “me alegro de que me haga usted esa pregunta” habían desaparecido de la tele y de la radio, y los 59 segundos de respuestas habían quedado reducidos a cero egepero. El antiguo portavoz y ahora ministro se vanagloriaba, en su actual etapa, de no tener que meterse ya con la oposición, pues había sido silenciada y ya no hacía más la puñeta, con lo cual él podía dedicarse a la que siempre había sido su vocación secreta: la desinformación pura y dura, centrada en la venta al público de los supuestos logros del nuevo pero viejo Gobierno.

En mi apocalipsis de sábanas también se habían tomado medidas contra los hospicios, casas cuna y maternidades en donde los bebés que nacían con inclinaciones periodísticas eran sometidos a una férrea reeducación de origen maoísta (de Mao, ahora sí) que les enviaba al campo a cultivar garrafones para las paellas. Si algún niño se saltaba el férreo control y llegaba, aunque sin publicar, a escribir libros, se le enviaba a granjas de adiestramiento en las que aprendían a clonar crestas para pollos.

El pueblo sufría en silencio cuando por fin desperté entre los consabidos sudores helados.