El fracaso de la izquierda catalana
El PSC debe decidir si es un apéndice del PSOE o alternativa a CiU
JOSEP RAMONEDA, EL PAÍS - 28/11/2010
El martes de la pasada semana, última de la campaña electoral, el presidente Montilla anunció que si volvía a formar Gobierno, Antoni Castells y Ferran Mascarell serían los responsables de dos macroconsejerías, una de economía y otra de sociedad del conocimiento. Dos días más tarde, Montilla encabezaba el cartel del mitin socialista de fin de campaña, junto a la ministra Chacón, a Felipe González y al presidente Zapatero. Una flor al sector catalanista y un ramo de flores al PSOE. Podría parecer anecdótico y, sin embargo, es un breve compendio de los errores que han deteriorado el proyecto de los socialistas catalanes. Se decía que el partido socialista era el que mejor representaba la diversidad del demos catalán: que en su electorado había gentes de todos los espectros culturales, sociales e ideológicos. A base de querer contentar a todo el mundo, el PSC puede haber defraudado a casi todos. Apostó por los hechos con la esperanza de poder mantenerse en la ambigüedad a la hora de las palabras y ha resultado que los hechos sin palabras que les den sentido no lucen. En el PSC han olvidado que la mayoría política en una sociedad no se consigue diciéndole a cada sector lo que quiere oír -con el riesgo añadido de que unas promesas sean contradictorias con las otras- sino ofreciendo un proyecto político coherente que corresponda a las necesidades y a las preocupaciones de los ciudadanos y genere amplia complicidad, más allá de las fronteras ideológicas.
Con las elecciones de hoy en Cataluña, empieza en España un ciclo electoral que culminará en las legislativas de 2012, salvo que el presidente del Gobierno se viera obligado a anticiparlas. Son, por tanto, unas elecciones importantes para Cataluña pero también significativas para el resto de España, por las indicaciones de futuro que puedan contener.
Desde hace meses, la fronda del cambio -o del retorno de CiU al poder, si se prefiere- ha prendido en la sociedad catalana, hasta el punto que se ha llegado a la campaña electoral con la sensación de que la suerte estaba echada. De aquí el tono pálido y tristón de una campaña de la que apenas nos habríamos enterado si no fuera por las aportaciones de Alicia Sánchez-Camacho y del PP a la antología de la infamia, con sus querencias obsesivas con la inmigración, y el barullo del debate a dos, entre Montilla y Mas, que la Junta Electoral vetó y que, probablemente, ninguno de los dos partidos quería de verdad. La campaña tuvo todos los tintes de la cultura política de la indiferencia. El debate televisivo a seis parecía una competición por ser el candidato con menos atributos precisos, especialmente por parte de los dos principales contendientes. Como me decía un amigo convergente, en estas elecciones Artur Mas es mejor candidato que Pujol, porque se le han limado todas las aristas, que es lo que parece que los asesores de comunicación entienden que la gente quiere ver. Si en la efervescencia de julio, con la manifestación soberanista contra la sentencia del Constitucional, CiU completó su particular acumulación de capital electoral, ahora era cuestión de bajar la intensidad y adecuarse a una sociedad que, como los pronósticos de abstención apuntan, está más trabajada por la indiferencia que por la confianza o la desconfianza. "Hoy por hoy, estamos en un barco común y no tiene sentido disparar contra un barco en el que estás a bordo", ha dicho Artur Mas, demostrando, al paso, que los peligrosos nacionalistas periféricos son más de fiar, cuando las cosas se tuercen, que los patriotas del PP.
El comportamiento electoral de los catalanes se mueve dentro de unos parámetros muy estables, según el tipo de convocatoria. CiU ha llegado primera en todas las autonómicas, el PSC ha ganado sistemáticamente las legislativas y ha controlado siempre los grandes municipios. Tampoco esta vez se va alterar el esquema. Y precisamente por esto lo que debe preocupar a Zapatero no es tanto el resultado que obtenga el PSC como lo que ocurra en este partido a partir del día después.
Que el PSC pierda centenares de miles de votos entre unas legislativas y unas autonómicas es normal (la horquilla está entre los quinientos mil y los ochocientos mil) y que dos años más tarde, en las siguientes legislativas, vuelva a recuperarlos, también. El problema es que en los últimos siete años, la construcción nacional de Cataluña ha progresado y al PSC se le hará cada vez más difícil defender dos lealtades a la vez. En este sentido, lo verdaderamente decisivo será el previsible congreso del PSC, después de las municipales, cuando ya se sepa si conserva Barcelona o no.
El desencanto con el tripartito que todas las encuestas reflejan, solo puede resolverse con el retorno de CiU al poder. No se olvide que si la izquierda ha podido gobernar no ha sido fruto de un gran terremoto electoral sino de una coalición que sumó más que el principal. ¿Qué representará un retorno de CiU al poder? Evidentemente, esta noche los detalles serán muy importantes. Porque no es lo mismo que CiU ronde la mayoría absoluta o que tenga que buscar algún socio con el que coligarse. Las intenciones de CiU son claras: por poco que puedan, gobernaran solos, aunque tengan que buscar acuerdos parlamentarios de perímetro variable. Artur Mas ha insistido en que un tripartito con CiU no sería forzosamente mejor que un tripartito de izquierdas, que lo que se necesita es un Gobierno homogéneo y fuerte.
La coyuntura económica condicionará los proyectos y a su vez servirá de coartada para frenar las veleidades soberanistas. Artur Mas buscará probablemente algún gesto de apertura a lo Sarkozy, incorporando algún nombre próximo a la izquierda a su Gobierno. Con lo cual defraudará a los que querrían ver una mayoría decidida hacia un futuro soberanista. Y en cualquier caso no parece razonable esperar grandes movimientos estratégicos hasta después de las legislativas de 2012. Lo lógico es que Artur Mas trate de exhibir coherencia de gobierno y eficiencia de gestión (buscando la comparación favorable con el guirigay del tripartito) y aproveche el clima de austeridad por la crisis (la austeridad ya se ha convertido en una forma de ideología) para hacer alguna reforma en la Administración catalana e introducir el virus desregulatorio en un país sin tradición liberal. De hecho, una de las incógnitas de la nueva CiU será hasta qué punto la nueva generación de liberales del partido podrá con la tradición comunitarista y socialcristiana del partido que fundó Pujol.
A pesar de que las relaciones personales entre José Luis Rodríguez Zapatero y Artur Mas quedaron prácticamente rotas después de que el presidente de CiU se sintiera engañado al negarse Montilla a apoyar su investidura hace cuatro años, un futuro Gobierno convergente intentará recomponer la relación con el PSOE. Una vez ganadas las elecciones, el desgaste de la foto con los socialistas les preocupará mucho menos que los posibles acuerdos que se puedan conseguir con apoyos puntuales a buen precio. La actitud de CIU, sin embargo, será de expectativa hasta 2012. Una mayoría absoluta del PP, probablemente conduciría al gran choque identitario: al desafío del concierto económico. Mayorías relativas de cualquiera de los dos grandes partidos darían pie a un juego más complejo.
Como siempre en Cataluña, el PSOE podrá camuflar unos malos resultados del PSC porque los resultados del PP no serán para tirar cohetes. Si hay subida será mínima, de uno o dos escaños. Sin embargo, envalentonará a los que piensan que la suerte de Zapatero está echada y que no hay remontada posible. Con el agravante de que las municipales y regionales están muy cerca y, por lo menos en Cataluña, no hay que excluir el efecto bola de nieve.
Sin embargo, lo verdaderamente importante para el PSOE y también para Cataluña -por que ha sido siempre una muy útil fuerza de contrapeso- será el destino del PSC. Los socialistas saldrán seriamente dañados del segundo tripartito. El primero era inevitable: el electorado de la izquierda no habría entendido que se desaprovechara aquella oportunidad. Y además había, por lo menos inicialmente, una idea y un discurso -de Maragall, pero también de Carod-Rovira- que le daba alma. El segundo, después de cómo acabo el primero, estaba condenado a tener el destino de las decisiones políticas tomadas contra razón. Hay errores estratégicos que se pagan. La ilusión de agarrarse el poder, aunque sea contranatura, tiene a veces castigos muy duros.
La tentación del núcleo dirigente -y quizás del PSOE- puede ser el retorno al statu quo de los noventa, con el poder autonómico en manos de CiU y el municipal en manos del PSC, con las elecciones legislativas a su favor por el rechazo catalán a la derecha española. Si esta es la estrategia de futuro de los socialistas, las municipales amenazan como segunda vuelta de las autonómicas, porque, según fueran sus resultados, este sueño anacrónico se caería solito. La reconstrucción del PSC y de la izquierda catalana en general será complicada. La oportunidad de consolidar una izquierda nacional a tres no ha funcionado. Ahora, cada cual buscará la supervivencia por su lado. Iniciativa tiene un nicho, modesto de tamaño pero de fidelidades solidas, en el que refugiarse. Aunque cuando uno deja de avanzar siempre hay un día que empieza a bajar. Esquerra tendrá que empezar de nuevo, después de la desbandada que ha triturado el espacio independentista en media docena de enemigos irreconciliables. Penoso ejercicio de falta de madurez precisamente cuando la independencia adquiría un nivel de legitimidad y apoyo sin precedentes.
Y el PSC deberá decidir qué quiere ser, porque funcionar como izquierda nacional catalana e izquierda nacional española a la vez cada vez será más complicado, por no decir imposible. El PSC se jugará en los próximos años su futuro: ser la alternativa a CiU o quedar como un partido de influencia española de tamaño algo mayor que el Partido Popular.
En tiempos de indiferencia la abstención ya casi no es noticia. Y, sin embargo, tiene su importancia a la hora de fortalecer los proyectos y en este caso puede ser determinante para la gobernabilidad. Con una participación por encima del 50%, similar a otras autonómicas, CiU podría tener al alcance la mayoría absoluta. Con una participación inferior al 50%, bajaría mucho el coste en votos de cada acta de diputado, y el Parlamento podría aparecer sumamente fragmentado. Una mayoría de CiU con alta participación tendría un plus soberanista que podría ser determinante.
La abstención se acostumbra a utilizar para descalificar los éxitos de los otros o para restar legitimidad a las propuestas de los que ganan. De las mayorías silenciosas solo se acuerdan los que no consiguen imponer su hegemonía por la palabra. La voz democrática es la del que se manifiesta, no la del que calla.
Una concertación necesaria... e improbable
XAVIER VIDAL-FOLCH, EL PAÍS - 28/11/2010
No solo venimos de una insastisfactoria sentencia. También de una realidad numérica aplastante, que se traduce en Poder. El primer presupuesto de Jordi Pujol (1981) ascendió a 54.730 millones de pesetas. El último de José Montilla, a 39.819 millones... de euros: 6,6 billones de pesetas, 121 veces aquel.
Pujol puso en marcha la Administración de la Generalitat , subrayó lo comarcal, lo equilibró con europeísmo. Fue la épica. Pasqual Maragall le añadió lírica federal. Este y Montilla han escrito la prosa: énfasis en el gasto social, en los barrios de la Nación urbana, en las olvidadas infraestructuras (metro, depuradoras), a veces con exceso (aeropuerto de Lleida, canal Segarra-Garrigues).
Para hacer todo eso, se sirvieron de una política presupuestaria expansiva, gracias al aumento de ingresos al compás de las vacas gordas, y del endeudamiento. La política fiscal fue de socialdemocracia light. Cuando llegó la crisis se hizo lo inevitable, subir algo algún impuesto (IRPF), y se bajó pero no suprimió algún otro más discutido (sucesiones). La CiU de Artur Mas adopta, en contra, un perfume más liberal que el semidemocristiano de su padrino. Angela Merkel y sus aliados lo pretendieron y la realidad les ha hecho recular.
La nueva financiación del nuevo Estatuto ha cubierto al céntimo (1.990 millones) el revés en los ingresos (1.870 millones); pero, claro, no ha permitido mejorar el saldo. En compañía del ejercicio de corresponsabilidad (céntimo sanitario en la gasolina; aumento del tramo autonómico de la renta). Al cabo, el déficit es ortodoxo: el 2,4% en vez del 3,25% esperado, al menos según cifras oficiales.
Y ha funcionado -es mejorable- el cobro en especies de la adicional tercera del Estatuto, la obligación de que el porcentaje inversor del Estado equivalga al peso de la economía catalana en la española. Claro que esa cláusula caduca en 2013. Habrá que adaptarla en dos años. Habrá que acomodar el sistema de financiación estatutario, propone el PSC.
CiU postula volverlo del revés -pese a que sea funcional y acabe de inaugurarse- y copiar el concierto vasco, que significa recaudar desde la autonomía todos los impuestos y pagar luego un cupo al Estado por parte de las cargas generales (defensa, diplomacia...).
El concierto es teóricamente más radical porque cambia de manos la llave de la recaudación. Suscitaría más recelo en España. Y pues, lograrlo requeriría más fuerza y más unidad desde Cataluña que la fraguada para el Estatuto. Además, al cabo, ¡ay!, luego habría que negociar también el cupo.
Es un golpe de efecto ambiguo que por varita mágica desdeña lo logrado y nos llevaría sin concreción al siguiente paso, la independencia. A favor, Francesc Homs (Dret a decidir: estació concert, Editorial Base). Una crítica sólida en Guillem López Casasnovas (Concert desafinat, Avui, 11 de octubre).
Toda esta economía pública debe servir a la economía real. La crisis -y su gran lacra, el paro- machacó al actual Gobierno. Si dura, amenaza, junto con el desencuentro constitucional, con erosionar también al próximo. Por eso harían bien los grandes partidos (al menos) en pergeñar un entendimiento básico, un pacto de legislatura, una gran coalición, una concentración... en todo caso, una Concertación de alcance, aquí y no solo aquí, para vencer la crisis, y hasta el preciso instante en que se deje atrás. Y para recuperar los terrenos en los que se ha perdido peso relativo. En el sector servicios, aunque no en el industrial, respecto a Madrid; en subsectores de valor tecnológico añadido como el coche eléctrico, con relación al País Vasco.
A los partidos les desagrada. A CiU, por sus intereses españoles, pues sin pactar ahora dispondría de un año y medio para elegir su aliado futuro entre el PP y el PSOE. Al PSC porque le difuminaría su perfil de izquierda responsable (y en su caso, de alternativa). Pero es lo que convence a la ciudadanía.
Y no es imposible. La lectura de ambos programas económicos (y de otros) sugiere que son más complementarios que refractarios, aunque con alguna gran excepción, los impuestos. Uno es más business oriented; el otro, más social. La política es el arte de hacer posible lo necesario. Pero es poco probable. Y descartable si la distancia entre las dos grandes fuerzas resulta sideral.
Son como son
Juan-José López Burniol, LA VANGUARDIA - 28/11/2010
Son como son. Disciplinado y tenaz, tan eficaz como frío y tan seguro como distante, con media sonrisa disuasoria de cualquier proximidad, Artur Mas sabe que puede ganar tras dos intentos y una larga travesía del desierto. Trabajador incansable y tozudo, tan fiable como oscuro y tan corajudo como tímido, con una reserva excesiva que le coarta, José Montilla sabe que puede perder pero que, cuando se desvanezca el fragor del tripartito, pasará a la historia como un presidente que ejerció su cargo con dignidad y dejó un legado notable de realizaciones.
Así se manifestaron –tal como son– en el único debate habido. Superior en las formas, Mas. Pugnaz en el fondo, Montilla. Previsibles, ambos. Ninguno acertó a despertar la ilusión ni a inspirar la confianza que definen un liderazgo. Por eso, cuando hablen las urnas hoy, el vencedor se encontrará con un país desencantado y escéptico, macerado por una penosa campaña electoral de una levedad y una grosería insoportables. Un país que necesita, para salir de su estado, un mensaje unitario tan concreto como ambicioso, tan prudente como de largo alcance y tan calculado como valiente.
Este mensaje de esperanza sólo puede expresarse con palabras de verdad y de unidad en lo esencial. ¿Será capaz el vencedor de formular y transmitir este proyecto de futuro? ¿Tendrá la generosidad y el ánimo grande precisos para ello? Quizá sí, pero no es seguro. Son como son.
El año 2011 será muy duro. La crisis económica alcanzará en España su clímax. Y no decrecerá la crisis política, cuya máxima expresión es hoy la continuidad de un Gobierno superado por los acontecimientos y sin capacidad de respuesta.
En estas circunstancias, la sociedad catalana precisa de un liderazgo que diagnostique con claridad, prescriba el tratamiento con realismo y vigile con firmeza su cumplimiento. Pero este liderazgo, que ha de ser social, no puede sustentarse en un solo partido.