miércoles, 10 de noviembre de 2010

La Europa nueva

De SAMI NAÏR, sociòleg i antic eurodiputat socialista francès d’origen algerià, ha estat conseller del ministre francès d'Interior per a assumptes d’integració i desenvolupament, i va ser nomenat delegat interministerial al codesenvolupament i a les migracions internacionals, quan Lionel Jospin exercia el càrrec de primer ministre. Recentment ha publicat La Europa mestiza” un llibre que toca la nafra de la identitat europea i el paradigma de la immigració.

Aquest article d’opinió La Europa nueva” aparegut en EL PAÍS del 6 de novembre, destaca un acord que afebleix a la Comissió, al Parlament i al Banc Central europeus, doncs concentra la presa de decisions a les mans del Consell Europeu. La crisi ha posat de relleu el caràcter directiu de l’eix franc-alemany. Que ha rebutjat la demanda dels governs d’esquerres europeus d’augmentar el pressupost europeu. De nou surten reforçats els Estats-nació. Aquesta tendència ve a configurar el retrat d'Europa en el nou cicle que s'està obrint amb la crisi financera. Dit d’una altra manera: Europa torna a una nova realitat i aquesta provoca desil·lusions que poden ser desgraciadament amargues, per a la construcció virtualment federalista que preveia el Tractat de Lisboa.


La reunión del 28 de octubre en Bruselas de los jefes de Estado y de Gobierno de Europa constituyó un giro importantísimo en la evolución de la construcción europea. En realidad, las decisiones clave se tomaron en la reunión previa en Deauville el 18 de octubre entre Angela Merkel y Nicolas Sarkozy. Estas decisiones pretenden restablecer el orden en la zona euro y acabar con las divergencias presupuestarias cada vez más peligrosas entre los países que acaban de salir de la recesión y los que siguen estando metidos en la tormenta.

Tres medidas esenciales fueron adoptadas: primero, no habrá reforma estructural de los tratados, sino solo una ligera modificación para introducir un mecanismo de rescate en caso de crisis, o sea legalizar la creación del fondo de rescate acordado este año entre los socios europeos para ayudar a los Estados con dificultades. Todos los socios estaban de acuerdo para introducir este mecanismo, pues la crisis demostró la rigidez del Tratado de Lisboa. El compromiso consensuado corresponde fundamentalmente a las exigencias de Alemania y Francia, aunque los dos países no comparten la manera en la que habrá que afrontar la crisis mundial. Esta divergencia ocultada en Bruselas aflorará a la hora de decidir sobre la reforma del sistema monetario internacional en la próxima cumbre del G-20, presidida por Francia.

En Bruselas, se aceptó el mecanismo de rescate pero se rechazó la idea alemana, apoyada según lo consensuado en Deauville por Francia, de suspender el derecho de voto a los socios incapaces de cumplir con los requisitos del Pacto de Estabilidad. Pero Alemania consiguió no modificar la cláusula que prohíbe jurídicamente la existencia de un mecanismo de rescate. Aunque una mayoría de Estados lo hubiera admitido, Merkel lo rechazó alegando que tanto el Bundestag como el Tribunal Constitucional alemán nunca aceptarían dicha modificación. Eso es porque Alemania, Francia y otros países del norte consiguieron que el plan de rescate actual sea por tres años (hasta 2013) y que deba contar con el apoyo no solo de los Estados de la Unión y el FMI, sino también con una participación de los bancos privados. El presidente del Banco Central, el señor Trichet, atacó esta decisión, pero fue criticado de manera tajante por el presidente Sarkozy, quien salió en defensa de lo acordado con Merkel. Curiosamente, y es una muestra de la profundidad de la crisis, hemos visto a unos jefes de Estado de izquierda de los países más afectados pedir indulgencia para los bancos y proclamar su apoyo a Trichet, mientras que los principales líderes conservadores pedían la participación del sector privado financiero en el esfuerzo global. Se trata, por supuesto, de una inversión dictada por las circunstancias: estos Estados, sobre todo España, Grecia y Portugal, no quieren enfrentarse a los bancos porque necesitan préstamos en los mercados financieros.

El significado de este compromiso es muy importante para el porvenir de Europa. Hay por lo menos cuatro puntos que destacar. Uno: el periodo del plan de tres años supone que va a resolver los problemas de los países insolventes. Pero ¿qué va a pasar si eso no funciona? Alemania dejó claro desde el año pasado que no va a aceptar una modificación estructural de las reglas del juego en la zona euro, porque no quiere debilitar su referente histórico: el marco. Ahora bien, las medidas de ayuda se acompañan de "reformas" presupuestarias en los países concernientes que no van a contribuir al relanzamiento de las economías. O sea, es más que probable que dentro de tres años haya que renegociar todo. Dos: el acuerdo debilita a la Comisión, al Parlamento Europeo y al Banco Central, pues concentra la toma de decisiones en las manos del Consejo Europeo. Además, el presidente de Europa, Van Rompuy, está relegado a un papel técnico e incluso no fue invitado a Deauville. Tres: la crisis ha puesto de relieve el carácter directivo del eje franco-alemán. Más: hubo una alianza entre Reino Unido, Francia y Alemania para rechazar la demanda de aumentar el presupuesto europeo. Cuatro: de todo esto sale reforzado el papel de los Estados-nación, o sea de la cooperación intergubernamental en vez de la integración virtualmente federalista. Esta tendencia va a configurar el retrato de Europa en el nuevo ciclo que se está abriendo con la crisis financiera. Dicho de otro modo: Europa vuelve a la realidad; las desilusiones van a ser amargas...